El crujir de las articulaciones, el silbido del viento o el ruido que hace la gente al masticar: sonidos cotidianos que, para algunos, pueden ser insoportables. La misofonía es un trastorno neurológico en el que ciertos estímulos auditivos pueden generar irritación, pánico, ira o agresión, según indica Hear-it, portal de referencia en temas de audición y pérdida auditiva. Esta enfermedad, que aún no tiene cura, afecta a la reconocida actriz Natalia Oreiro, que hace casi dos meses acapara la gran pantalla con la nueva comedia Casi muerta.
Sin ir más lejos, el cine puede ser un campo de batalla para las personas con misofonía. Atrás, a los costados, adelante; desde todos lados llega el crunch de la gente que come pop. De hecho, esta condición puede tener efectos severos en la calidad de vida de quienes la padecen, como dejar de ir a actividades sociales o tener problemas para relacionarse con los demás.
Muchas veces se tilda a estas personas de histéricas o hipersensibles, por lo que es importante consultar a un médico para tener un diagnóstico preciso y evitar los prejuicios. Como en todo vínculo, la comunicación es clave: de esta forma, puede lograrse la colaboración mediante la empatía y la comprensión.
Algunos sonidos que afectan a las personas con misofonía son los ronquidos, el hipo, el ruido producido al morderse las uñas, el llanto de bebés, el canto de los pájaros o el croar de las ranas, tonos de llamadas de celular y tic-tac de relojes, entre otros.
El caso de Natalia Oreiro.
El término misofonía proviene del griego misos (odio) y phonia (sonido). Así lo definió la propia Natalia Oreiro el mes pasado en una entrevista con Julio Leiva: “Tengo un tema con el ruido que me hace daño, que se llama misofonia y es odio al sonido”. Y continuó: “Si estamos cerca y estás haciendo una descarga de ansiedad, ya sea con la boca, la mano, la lapicera, el chicle o la patita, y eso no para, empiezo a absorber tu ansiedad”.
Allí, la actriz contó que esta condición la afectó desde siempre, pero de niña y adolescente no tenía un diagnóstico y no sabía cómo explicar lo que le pasaba. “Hacía los exámenes en la dirección porque no podía concentrarme; era difícil decirle a un compañero: ‘che, no mastiques chicle porque me desconcentra o me lastima’”, expresó.
Si bien no tiene cura, ponerle nombre a este problema la ha ayudado a sobrellevar mejor cualquier situación en donde se sienta incómoda. “Aprendí a decir lo que me pasa. Me alivió porque dije: ‘ok, no es de histérica’”, finalizó.