Martha Flores*
Cuando miramos nuestra vida, la palabra ‘evaluación’ cobra fuerza. Evaluamos los logros, las dificultades que transitamos y cómo las solucionamos. Sentimos cómo estamos parados, nuestro lugar en el mundo: un lugar psíquico, intangible. Sin embargo, lo visible nace de lo invisible y lo material de lo inmaterial.
En mi experiencia clínica, es común que las personas quieran conocer su misión de vida. Surgen preguntas como: ¿Quién soy? ¿Qué vine a hacer? ¿Cuál es mi propósito en esta vida? La respuesta sin duda es difícil y depende de cada uno, pero podemos decir que el propósito vital es religar lo divino con lo humano a través de los valores. Muchas veces uno se encuentra ante una encrucijada en la vida y se siente vacío, sin propósito, deprimido o estresado. Sucede en el trabajo, con la pareja o en situaciones personales que se vuelven repetitivas y tóxicas. En momentos así es necesario detenerse, hacer una pausa y meditar.
Nuestra búsqueda principal es la felicidad. El máximo propósito es la expresión suprema de conciencia. La huella única. Aquello que ilumina el alma haciéndola brillar. Conocer el máximo propósito es el logro principal de cada uno. Para eso, es importante reconocer dos fuerzas que viven en nosotros: el ser y la imagen de uno mismo, o el famoso ego.
Entre el ser y el ego
Todos construimos una personalidad que nos permite adaptarnos al entorno en el que vivimos. Desde la teoría sistémica de los seres vivos, esa personalidad es útil y nos permite sobrevivir en un contexto dado. El ego toma esa personalidad como cierta y se identifica con ella, repitiendo patrones en situaciones que requieren otro tipo de reacciones. Pero uno se adapta a esa forma y es su zona de confort. Así, es común encontrarse repitiendo conflictos, hábitos o creencias porque, de alguna manera, uno se siente lo suficientemente cómodo en la incomodidad.
Por su parte, el ser es creativo y quiere innovar. Busca ir de lo conocido a lo desconocido. Y yace en el silencio interior, en el estado de presencia y unidad. Allí, uno es completo.
Convivimos con ambas fuerzas. Mi consejo es conocer nuestro ego para acceder al autoconocimiento profundo, poner a nuestro favor la personalidad y alimentar nuestro ser en meditación o conciencia plena.
La evaluación personal siempre irá acompañada de un ejercicio de honestidad con uno mismo. De nada sirven las auto-evaluaciones si uno se miente y engaña. Para empezar, hay que mirarse con sinceridad, reconocer flaquezas, perdonarse y fortalecer la autoestima. Es clave agradecer lo positivo que uno ha vivido y reconocer que es capaz de cambiar su vida. Darse a uno mismo lo que quiere recibir es el primer paso del amor.
La toma de decisiones
Dicen los guardianes de la sabiduría Quero, maestros de la cultura Inca, que uno existe cuando toma decisiones. El ser se pone en juego en la dinámica de la vida, donde simplemente por el acto de respirar tiene que decidir: levantarse, comer, trabajar, etcétera. Existir es decidir, y si uno no decide, es probable que alguien más lo haga por uno. El poder se entrega o se ejerce, y uno se siente vivo a través de este acto de libertad.
La tensión implícita de tomar decisiones es que, indefectiblemente, hay una opción que uno no está tomando en cada instante. Hay algo que se deja ir. Por lo tanto, para ser libre uno suelta o pierde. Para tomar lo nuevo, uno deja otra cosa. Y en este proceso nos transformamos y nos enriquecemos en el discernimiento.
El Yoga nos enseña en sus cuatro etapas de respiración este proceso vital: inhalar (tomar), retener, exhalar (soltar) y volver al vacío. Así es nuestro movimiento vivo continuo: tomar algo ajeno, de nuestra Madre Naturaleza, transformarlo y devolverlo.
Por eso dicen los Queros que vivimos de préstamos en esta tierra. Y que si no somos cuidadosos con lo que tomamos y lo que damos, nos convertimos en parásitos. Dejar una buena huella en este planeta y devolver lo que tomamos en agradecimiento es nuestra tarea como especie. Amar lo que nos ama.
La palabra y la energía
La palabra es el conductor de la energía: lo que uno dice se convierte en acción al decidir, al darle una dirección para que se plasme y sea. Muchos deseamos que el mundo sea diferente o que no hubiese sucedido esto o aquello en el pasado. Si queremos cambiar nuestro mundo, cambiemos lo que decimos, y aún más: cambiemos las decisiones cotidianas y elijamos mirando hacia nuestro máximo propósito, aquel que llena nuestro corazón de luz y gracia, donde somos plenamente libres y felices.
Hay un mantra de expresión universal muy usado en clases de Yoga. Su versión en sánscrito se escribe: lokāḥ samastāḥ sukhino bhavaṁtu. Significa: “Que todos los seres en todos los lugares sean felices y libres, que todos mis pensamientos, palabras y acciones durante mi vida contribuyan de cualquier forma a la felicidad y la liberación de todos los seres”. Ese es mi mayor deseo.
*Psicóloga, máster en Programación Neurolingüística, docente, compositora y coautora del libro ¿Quién te enseña a vivir? junto a su padre, el doctor Andrés Flores Colombino. Tiene formación en yoga, psicogenealogía, registros akáshicos y constelaciones familiares. En Instagram su cuenta es @lic.marflores.oficial.