En el mejor de los casos, la tercera parte de nuestras vidas se va en el trabajo. Ya sea como empresario, empleado, jefe, mando medio o pasante, hay ocho horas de las 24 del día que irán a eso. Sin embargo, en el más común de los casos, serán unas cuantas horas más. Porque “me llegó un WhatsApp fuera de hora”; porque “me lo llevo y lo termino en casa” o porque “lo veo el fin de semana”. Y así, lo laboral va permeando la vida personal y, en ocasiones, arrasa.
Son varios Roles en juego, tal como tituló su libro el consultor organizacional Washington Otero. Está el rol familiar, el social, el de la pareja y también el laboral, que muchas veces, y sobre todo por el estilo de vida actual, pasa por arriba de los demás. El autor grafica esto con un taburete: cada pata del asiento es uno de los roles de la vida. Entonces, si las polillas atacan a una, o si descuidamos tanto a otra que casi se quiebra, nos podemos caer. De hecho, podemos quedarnos solo con una pata y hacer equilibro, pero será mucho el esfuerzo y habrá sufrimiento, dijo el especialista, que forma parte de Vistage Uruguay.
“Es preciso tener claro que la sobrecarga de trabajo continua es abrumadora, termina consumiendo la energía de la persona, y cuando llegamos a nuestro hogar ya no tenemos ganas de encarar las tareas de ese rol, o simplemente nos boicotea la capacidad de disfrutar”, dice en su libro Otero, que asesora empresas y se especializa en el comportamiento de las personas en el mundo del trabajo. Y sobre eso conversó en entrevista con El País.
“Cuando yo era chiquito, a mi papá le gustaban las tareas manuales y hacía cosas en un taller en el fondo de casa. Y siempre usaba taburetes para sentarse. Tenía algunos más altos, otros más bajos y algunos estaban en mejor estado y otros peor. Yo a veces veía que se balanceaba y pensaba que se iba a caer”, contó Otero.
“Y cuando empecé a estudiar psicología y empecé a analizar todos estos temas, se me vino la visión de que era muy parecido a un taburete, porque había que balancear las patas que estaban rotas con las que estaban más firmes. Fue esa visión de chiquito que me quedó y la saqué cuando era más grande”, agregó.
“Un taburete con balance no solo tiene que ver conmigo, sino también con mi aporte a la comunidad, con saber qué transmito y qué dejo en la sociedad que vivo. Tiene que ver con nuestro propósito en la vida, algo que no todos tienen claro o que no les interesa profundizar”, apuntó en su libro.
—Si tuvieras que definir una, ¿cuál es la pata más importante?
—Elegir solo una es muy difícil, porque como digo en varios pasajes del libro, somos seres íntegros. Lo que veo a nivel de empresarios es que la pata laboral es la que más han engrosado, en desmedro de las otras.
Ahora, ¿cuál es la más importante? La familia. Para mí, está primero y probablemente para mucha gente. Aunque muchas veces dejamos que el día transcurra y pasamos más tiempo en el trabajo que con la familia. Nos hacemos la trampa de decir algo que no es lo que hacemos. Pasa en los discursos de todo el mundo y hasta en la pareja: le decís ‘Te quiero’, pero no lo demostrás.
—¿Y eso pasa también en las empresas con la valoración del empleado? Se le dice que es muy buen trabajador o, ‘Lo consideramos mucho, lo valoramos’., pero no le dan un aumento, un premio o algo que lo motive.
—Sí, eso pasa mucho. Incluso, cuando estás en reuniones con empresarios se habla de negocio, de inversión o maquinaria y se destinan miles de dólares a tecnología, pero al trabajador que la opera le pelean una hora extra o no le permiten salir para atender a su hijo. Hay todavía una falta de conciencia de que realmente son las personas las que mueven las empresas. Yo lo planteo en el libro: imaginate que un día falta todo el personal y los llamás y no te atienden. ¿Qué hacés?
—¿Esto es lo que determina la alta rotación que existe actualmente?
—En Uruguay hay más rotación de personal que en Argentina, por ejemplo, aunque también hay diferencias en las leyes laborales. Aquí hay un tope de despido y allá, no. Eso hace que a veces la gente entre en lo que yo llamo ‘prostitución laboral’ y permanezca en su trabajo por lo que pueda sacar si lo echan, y no porque realmente desee quedarse.
No tengo una estadística hecha, pero estoy seguro de que se cumple el principio de Pareto (que dice que aproximadamente el 80% de los efectos proviene del 20% de las causas): solamente un 20% de las personas trabajan sumamente motivadas y en el 80% restante hay distintos grados, que llegan hasta el que no le agrada para nada.
—¿En Uruguay se atiende a esto de que son las personas las que mueven las empresas?
—Está cambiando. Si no lo dijéramos sería injusto, aunque quizá no vayamos a la velocidad que deberíamos. Hay empresarios de la vieja época y también hay nuevos, con otra visión. Pero falta mucho.
Empieza a haber un poco de conciencia, pero está mucho en el relato y poco en el hecho. A veces se piensa muy en corto, se ve todo como un gasto de dinero, en lugar de una inversión para tener tarde o temprano un resultado mucho mejor .
—¿Siempre implica un costo generar mayor motivación en el empleado, o se puede hacer sin gastar? Por ejemplo, conversando con el personal como mencionás en tu libro.
—No todo pasa por el dinero. Estar más cerca de la gente, charlar, no tiene un costo en dinero pero sí de tiempo. Y cuando la empresa es chica, lo tiene que hacer el uno, que suele decir: “estoy a mil”, “desbordado”. No tiene tiempo. ¿Y cuándo tiene tiempo? Cuando tiene dificultades.
En las empresas no se suele dudar en invertir en una maquinaria muy costosa, hay convencimiento de que eso traerá dinero. Pero muchas veces, cuando se fracasa es porque se invirtió solo en eso y no en la gente.
—¿Esta escasez de cuidado impacta en el ausentismo laboral?
—Esto muchas veces genera que las personas no estén motivadas y comienzan a faltar y eso impacta en todo el equipo de trabajo.
—¿Y el ausentismo cómo impacta en el lado del empresario?
—Cuando la persona tiene una PYME en la que es el eje, el decisor de la mayoría de las cosas, normalmente va igual aunque esté enfermo. No trabaja en condiciones y evidentemente eso contamina todas las patas de su vida.
—Otro de los temas que destacás en el libro es el salario emocional. ¿En Uruguay se valora más esto?
—Hoy las personas empezaron a valorar cosas que antes no. Antes, se bancaban un maltrato o a gente déspota. Pero ahora se exige respeto, que se lo trate bien, que haya condiciones físicas correctas o la posibilidad de salir si el hijo tiene un evento en la escuela, por ejemplo.
Se da valor a cosas importantes, que tienen que ver con las emociones. Cada vez se escucha más: ¿Por qué te fuiste si ganabas tanto? Y la respuesta es que no soportaban el maltrato o que no se los tuviera en cuenta. Hace ya unos 10 años que mucha gente cambia de trabajo por mejoras emocionales, más que por mejoras económicas. Por supuesto, hablamos de personas que tienen las necesidades básicas cubiertas.
Hoy se valora más salir del trabajo y llegar a casa sin ninguna mochila, después de una linda jornada; disfrutar de la pareja, los hijos, los amigos. No llegar a hacer catarsis y contaminar a las otras patas de tu vida.
“El trabajolismo es una patología, resultado de las creencias arraigadas en nuestra educación, como la idea de que el éxito se logra a través del trabajo duro y la dedicación constante, generando creencias autolimitantes para poder hacer dinero de otras formas que no sean los extensos horarios de trabajo, donde priorizamos este sobre otros aspectos importantes de la vida, como la salud, las relaciones personales y el tiempo libre”, escribe Otero en su libro.
Allí el consultor recomienda a los lectores que hagan un alto y se pregunten si no están fomentando eso mismo en sus hijos.
“Estas conductas de exceso de trabajo pueden tener consecuencias negativas en nuestra salud física y mental, como el agotamiento, el estrés crónico y sobre todo la dificultad para disfrutar de momentos de descanso y ocio”, agregó.
“Sentarnos en el taburete de nuestra vida y sentir que estamos disfrutando es, en muchos casos y para muchas personas, entender que tenemos éxito. Esto no está mal, porque el foco está puesto en el disfrute, en vivir con gozo cada cosa que se ha propuesto, así se haya sentado firme y seguro o haya tenido que tambalear más de una vez. Pero hay personas que, si no son exitosas, no logran disfrutar de la vida. El foco puesto en el éxito impide, en general, reconocer las caricias de modo simple, sencillo.
¿Por qué digo esto? Porque muchas veces, por alcanzar el éxito, podemos terminar transformándonos en trabajólicos o podemos restarle tiempo y calidad a las otras patas del taburete. Perdemos el norte, perdemos el disfrute”, sostiene Otero en las páginas de Roles en juego.
-
Salud ocupacional: ¿Cómo cuidan de tu bienestar y estado físico en el lugar de trabajo?
Trabajo en equipo: los beneficios a nivel individual y colectivo, y tres desafíos para resolver
Las cinco maneras de alcanzar la felicidad en el trabajo: aprender a decir que no y comunicar más
La felicidad en el trabajo: una cuestión de negocios