"Estoy quemado": ¿Qué le pasa al cerebro cuando uno no puede controlar las reacciones impulsivas?

Frente al aluvión de información y estímulos, el órgano reacciona con estrés y miedo; "está programado para vivir en ciertas condiciones, pero el entorno de hoy ya no coincide con ellas", afirma experta.

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Burnout. Mujer estresada
Burnout. Mujer estresada.
Foto: Freepik

La Nación / GDA
Llegar a casa después de un día agotador y decir “estoy quemado”. Pelearse con la pareja, sentir que no se la tolera más y pronunciar, impulsivamente, en voz alta que “la relación no da para más”. Ambos son ejemplos de la dificultad que tiene el cerebro para adaptarse a la realidad que lo rodea y que, en consecuencia, hace que las personas actúen de modo precipitado –o, mejor dicho, “instintivo”– sin hacer uso de su capacidad de razonamiento. Podría hablarse de una permanente lucha interna entre el sistema límbico, asociado a las emociones, y la corteza prefrontal, vinculada con la razón.

Dada la cantidad de estímulos que se reciben a diario, el cerebro está constantemente “prendiendo y apagando luces”. Así, frente al gran caudal de información que se recibe y para el cual el cerebro no está preparado, aparecen respuestas de estrés, miedo y otras emociones similares que ponen de manifiesto el “desajuste evolutivo” que vive este órgano esencial.

Jackie Delger, neuropsicoeducadora y autora de Catadores de emociones, afirma que con tal de poder incorporar todos los estímulos, el cerebro no llega a procesar la realidad como algo placentero y, por ende, aparece el sufrimiento o la angustia por no poder integrar toda la información que le llueve.

“Lo que estamos viviendo es extremadamente complejo porque tras los miles de años transcurridos en los que el mundo fue cambiando, nuestro cerebro se mantuvo igual”, explica. En palabras simples, la sociedad sobrevive en entornos modernos con cerebros que se asimilan a los de la Edad de Piedra.

La neuropsicoeducadora destaca que este órgano está programado para vivir en ciertas condiciones, pero el entorno de hoy ya no coincide con ellas. “Nos regimos mayoritariamente con la parte animal del cerebro y no con la racional que es la que nos permite diseñar una conversación, argumentar con fundamentos sin perder la calma o recibir lo que nos dice otro sin explotar”, dice.

Cuando alguien es tomado por la emoción –principal factor que condiciona al cerebro animal– , es poca la diferencia que se tiene con los antepasados. “Basta con salir a la calle y ver cómo dos vecinas se agarran de las mechas por una oferta en el supermercado”, ilustra Delger.

Persona enojada
Persona enojada.
Foto: Freepik.

Sin embargo, con conocimiento y constancia, según sus palabras, “es posible aprender a ser consciente de la gran capacidad que todos tienen para volverse protagonistas y tomar las riendas de la realidad”. Ella sintetiza la problemática excepcionalmente: “Todos tienen una Ferrari estacionada en su casa y lista para usar, solo que desconocen cómo manejarla”.

En retrospectiva

Desde el movimiento de los dedos hasta la frecuencia cardíaca, el cerebro administra casi todo. Por eso se lo puede asimilar con un centro de cómputos que monitorea constantemente a una persona y que, cuya manera de funcionar juega un papel crucial en la forma en que uno ejecuta acciones y procesa emociones y pensamientos.

Los profesionales de la salud llevan cientos de años intentando identificar tanto su funcionamiento como las partes responsables de administrar al resto del cuerpo y procesos mentales. Fue en 1937 que James Papez, uno de los especialistas más destacados en dicha búsqueda, hizo una importante contribución a la ciencia al hacer público un artículo que describía el circuito cerebral en el que se originaban las emociones: el lóbulo límbico.

Años más tarde Paul MacLean, investigador destacado de la Universidad de Yale, tomó el circuito de Papez y le añadió más estructuras, renombrándolo como sistema límbico.

“Gran parte de nuestra experiencia momento a momento resulta de la interacción de dos partes del cerebro: el sistema límbico y la corteza prefrontal, parte que ejecuta las funciones de análisis lógico, planificación para el futuro y autocontrol. Cuando se comprende esta interacción, uno entenderá mejor cómo funciona la mente”, escribió el psicólogo clínico estadounidense, Jeremy Shapiro, en su libro Finding Goldilocks: A Guide for Creating Balance in Personal Change, Relationships, and Politics.

Físicamente, la corteza prefrontal o lóbulo frontal se encuentra en la corteza cerebral que es la parte superior del cerebro. El sistema límbico se ubica hacia el centro del cerebro e incluye las estructuras inferiores del mesencéfalo.

Para ilustrar la forma en que funcionan, Shapiro relata en su libro una experiencia con una paciente: “Una vez atendí a alguien que fue agredida en una habitación donde se preparaba café. Años más tarde, el olor a café le provocó náuseas y, sin embargo, sabía que no había una conexión causal entre el café y su agresión. ¿Cómo podemos explicar esta aparente contradicción? Su corteza prefrontal sabía que estaba a salvo, pero su sistema límbico había aprendido que el olor a café significaba una victimización que le revolvía el estómago. Esta es la razón por la cual las emociones fuertes causan sensaciones físicas poderosas”.

Cerebro

La liebre y la tortuga

Ramiro Fernández Castaño, médico especialista en neurología cognitiva y medicina del sueño, informa que para entender mejor la diferencia entre el lóbulo frontal y el sistema límbico hay que comprender que el segundo es la parte primitiva del cerebro que “prepara para la vida, para sobrevivir, responder al estrés y las situaciones de emergencia”. Según desarrolla, cualquier estímulo que haga creer que uno está en riesgo hace que el sistema límbico se active y mande más sangre a los músculos, aumente la frecuencia cardíaca y haga que el cuerpo esté listo para huir.

“Nuestro cerebro es el mismo que el de nuestros padres y abuelos, no evolucionamos hacia algo distinto; lo que sí sucede es que utilizamos más otras áreas que ellos quizá no tenían en cuenta”, dice respecto de la ‘catarata de estímulos’ que generan los avances tecnológicos y las responsabilidades sociales.

Según cuenta el médico los primeros seres humanos ya tenían desarrollado el sistema límbico y el lóbulo frontal, pero ellos lo utilizaban para ir a cazar o pegar un salto entre dos rocas y evitar caerse. “Hoy esa planificación la utilizamos para otra cosa, tenemos muchos más estímulos del circuito de placer porque tenemos todo a mano. Nuestro sistema límbico no se activa porque nos está corriendo un león, sino que se enciende porque nos estamos perdiendo un posteo en las redes sociales”, apunta.

Lo que antes era una tarea compleja, hoy ya no lo es más. “Estamos conectados a través de plataformas como Instagram y TikTok que proponen contenido que el algoritmo sabe que a uno le gusta, es decir, que genera activación del circuito de recompensa en el cerebro”, destaca.

Constante aprendizaje

Así, la mente se acostumbra a recibir un “bombardeo” de estímulos placenteros que generan, en palabras del doctor, el fear of missing out (FOMO) que es el miedo de estar perdiéndose algo que uno no sabe si existe, pero que está seguro que se está perdiendo. “Todo eso es un circuito que favorece los trastornos de la esfera emocional como la ansiedad, depresión, insomnio e hiperactivación”, añade.

El Centro de Investigaciones del Sistema Nervioso de México comunica que la alteración y el desequilibrio del sistema límbico está relacionado con las causas de enfermedades neurodegenerativas, como la enfermedad de Alzheimer y la de Pick; además de ansiedad, epilepsia, trastornos afectivos, autismo y trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).

Coincide con lo mencionado María Gabriela Silva Farah, especialista en biomagnetismo, práctica que somete a ciertas partes del cuerpo a campos magnetostáticos producidos por imanes permanentes para obtener beneficios para la salud. Para ella, es esencial entender que el cerebro está en constante aprendizaje y que es un órgano más, pero que tiene algo en particular: controla casi todo lo que tiene por debajo.

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Imagen: Pixid.

“Cuando empezamos a preocuparnos y a exagerar (o distorsionar la realidad) los recuerdos aparecen como una fotocopia, es decir, cada vez que se desea retomar un recuerdo original el cerebro hace copias, entonces las últimas versiones son totalmente diferentes a la original”, explica. En consecuencia, los cientos de estímulos que uno desea convertir en recuerdos para rememorar en un futuro agobian al cerebro. “Hace lo que puede con los millones de caudales de información que obtiene de una realidad que es cada vez más dura, más competitiva y más tecnológica”, apunta Silva Farah.

Aparte de la deformación natural de los recuerdos, la vorágine de información hace que uno comience a dudar de su memoria y aparecen los “tal vez esto no fue así” junto con los posibles escenarios alternativos que desencadenan en estrés. “Esto es generado directamente por las dendritas –prolongación ramificada de una célula nerviosa, mediante la que recibe estímulos externos– a las que se les hace caminar a un paso para el que no tienen la capacidad. Por eso me siento inseguro, angustiado, estresado y el cerebro lo transcribe en displacer y angustia”, dice.

Jackie Delger pone de manifiesto un ejemplo para entender cómo se refleja este estrés en el cerebro: “La parte límbica/emocional del cerebro es aquella que sin razón (sin activar el lóbulo frontal), ve a un jefe como una pantera que se acerca, o a las noticias políticas y económicas como un suero incesante de veneno”, destaca.

Así, la corteza prefrontal piensa con relativa lentitud y esfuerzos conscientes y laboriosos para resolver las cosas, tal como haría una tortuga. Y el sistema límbico como una liebre que reacciona sin hacer uso de la razón, de manera impulsiva y extremadamente rápida (en milisegundos).

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Burnout. Persona reprimiendo sus emociones.
Foto de Sydney Sims en Unsplash

Silva Farah hace hincapié en que el desequilibrio que ocurre entre ambas partes del cerebro es en parte natural dada la realidad existente y que “en vez de desesperar, se debe entender que nos falta evolución humana”, asegura. Para la biomagnetista, si uno comprende que es parte de la evolución humana y que no se puede tener control al 100%, el estrés o malestar asociado disminuye.

Existe así un faro de luz en medio de la oscuridad. La especialista señala: “Son capacidades que hay que desarrollar de a poco y que junto con la comprensión de la evolución natural harán que el cerebro tenga ‘más luz’”.

Meditación y mindfulness

El doctor Fernández Castaño afirma que hay que reestructurar el cerebro para estar más en el aquí y en el ahora y no en lo que quizás uno se está perdiendo o lo que puede llegar a suceder. Para eso, sugiere iniciarse en la práctica de la meditación y del mindfulness; “son dos técnicas de anclaje al presente que se sabe que son efectivas y que reestructuran los circuitos neuronales para disminuir el estrés”, dice.

Meditación
Mujer meditando.
Foto: Freepik.

Actividad física

En una investigación realizada por la Universidad de Columbia Británica, descubrieron que el ejercicio aeróbico regular, que hace latir el corazón, y las glándulas sudoríparas, aumenta el tamaño del hipocampo –el área del cerebro involucrada en la memoria verbal y el aprendizaje–. Por ende, el ejercicio ayuda a desarrollar el lóbulo frontal y a mejorar el estado de ánimo, el sueño y reducir el estrés y la ansiedad.

Ejercicios de respiración

Larespiración colabora con la correcta oxigenación del cuerpoy, por ende, con la energía y el estado de ánimo. “Un método simple es concentrarse en el aire que entra y sale por la nariz, mientras se hace un conteo ascendente del 1 al 10 y del 10 al 1″, aconseja Delger. El desafío de la práctica radica en ser honesto: cada vez que aparezca un pensamiento intrusivo, se vuelve a comenzar.

Clasificar tareas y premiarse

“Es recomendable hacer una clasificación de las tareas que tengo que realizar y empezar por la que más me cuesta. Ya que tengo la carga cerebral a full, cuando termine, puede que sienta baja energía o agotamiento; entonces vamos a darle al cerebro un descanso con una música placentera, bailando o saliendo a caminar un par de cuadras”, señala la neuropsicoeducadora Jackie Delger.

Técnicas de autoconocimiento

Delger sugiere profundizar en las técnicas de autoconocimiento y autogestión emocional que permiten regular la parte instintiva/emocional y que alejan un poco de las pantallas. Por ejemplo, sugiere mirar a los ojos al interlocutor en una conversación o guardar los dispositivos y desactivar las alertas y notificaciones del celular para tener el poder de decidir por cuenta propia cuando se desea revisarlo.

Conectar con el aburrimiento

Los especialistas consultados mencionan como esencial abrazar el aburrimiento ya que este estado tiene la capacidad de despertar al cerebro y potenciar su creatividad. Por su parte, Delger enfatiza en que hoy uno de los grandes peligros con los niños es que están sobreestimulados y nunca se aburren, lo que decanta en ansiedad por la incapacidad de estar sin hacer nada o de conformarse con un juego básico.

Terapia cognitivo-conductual

Quienes deseen contar con seguimiento profesional y a largo plazo, Fernández Castaño relata que la terapia cognitivo-conductual (TCC) es la primera recomendación de tratamiento para personas que desean modificar formas de ser y disminuir la activación/ansiedad. La TCC ayuda a identificar y regular las emociones para mejorar la capacidad de toma de decisiones.

Biomagnetismo

Otra alternativa es el biomagnetismo. “Se busca un equilibrio magnético en la parte parietal para ayudar a la persona a que transite y pueda integrar lo que ocurre en su mente”, señala Farah. Según explica, el cerebro se ablanda dado que si uno se mantiene rígido y tenso, su cerebro actúa de igual forma y las dendritas empiezan a chocar, por lo que no se puede crecer o mejor dicho… evolucionar.

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