Kintsugi: el arte japonés que destaca los defectos y nos enseña a ver la belleza de nuestras heridas

Según la filosofía japonesa, las cicatrices no deben ocultarse porque demuestran nuestra resiliencia y fortaleza interior.

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Kintsugi japonés
Arte Kintsugi.
Foto: Freepik.

Victoria Ziccardi, La Nación/GDA.
En tiempos difíciles, una filosofía ancestral japonesa conocida como Kintsugi emerge como un poderoso ejemplo de resiliencia. Se trata del arte de reparar objetos de cerámica rotos con oro u otros metales preciosos, destacando las cicatrices y las grietas en lugar de ocultarlas. Esta práctica milenaria puede ser llevada a la vida personal para aprender una valiosa lección: las heridas y fracasos no tienen por qué ser una debilidad o un impedimento, sino que pueden ser utilizados para hacerse más fuerte.

El Kintsugi invita a las personas a abrazar sus imperfecciones y convertirlas en una fuente de belleza y crecimiento personal. Al adoptar esta filosofía, una persona podría aprender a enfrentar los desafíos con una mentalidad resiliente en vez de una negativa.

El origen de un arte milenario.

Los historiadores creen que el Kintsugi estuvo bastante extendido en Japón a finales del siglo XVI y principios del XVII. Sin embargo, los orígenes de este arte se remontan a cientos de años antes, específicamente a la era Muromachi (aproximadamente 1336 a 1573). En ese entonces, Ashikaga Yoshimitsu, el tercer Shogun gobernante -jefe de las fuerzas armadas de Japón que tenía el poder militar y político del país- rompió su tazón de té favorito. Y el problema surgió porque el cuenco era único y no podía ser reemplazado fácilmente.

Entonces, en lugar de tirarlo, lo envió a China para repararlo. El cuenco volvió reparado con sus piezas sujetadas por grampas de metal. Cuando el Shogun vio los tazones reparados, no les dio el visto bueno. Inmediatamente hizo que sus propios artesanos resolvieran la situación encontrando un método para hacer algo hermoso a partir de aquellos objetos, pero sin ocultar totalmente el daño. Fue así que nació el Kintsugi.

Con el paso de los años, los japoneses ligaron el arte del Kintsugi con la filosofía japonesa de wabi-sabi; una cosmovisión centrada en la aceptación de la imperfección y la belleza que se encuentra en la simplicidad. Tanto wabi-sabi como Kintsugi incitan a la apreciación de los objetos y de las fuerzas de la naturaleza para recordar que nada permanece igual para siempre.

Un estilo de vida.

En lugar de ocultar los defectos y grietas, Kintsugi incita a acentuar y celebrar aquello que “está roto”. Luego de su restauración, eso que era un defecto se convierte en la parte más fuerte o atractiva de la pieza.

“El Kintsugi refleja los signos de nuestra fragilidad, pero también de nuestra fortaleza y belleza: demuestran que somos más fuertes que la adversidad”, dijo el psicólogo Tomás Navarro. La licenciada en Psicología Ludmila Bosco explica que frente a las adversidades es útil cambiar el punto de vista y hacerse preguntas como: “¿Qué tengo que ver con todo esto que me pasa?, ¿Por qué esto que ocurrió es un obstáculo? ¿Cómo puedo sacar provecho de ello?”.

Navarro, autor de un libro que muestra cómo aplicar el Kintsugi en la vida emocional, aconseja que para atravesar las crisis pueden tenerse en cuenta las siguientes recomendaciones:

1. Juntar las piezas rotas luego de la crisis.

En períodos de crisis, uno puede llegar a sentirse muy solo y creer que de aquella situación dolorosa no hay escapatoria. Por eso, la filosofía japonesa incita a cambiar de perspectiva y entender que la transformación solo puede suceder una vez que se tome la decisión de hacerlo. “Si no elegimos reparar la taza rota, se quedará de esa manera y puede que con el tiempo se dañe más. Pero, si empezamos a recolectar las piezas, es posible construir algo nuevo”, dice el especialista.

2. Analizar la situación.

Anclado al paso anterior, Navarro sostiene que la clave del Kintsugi radica en la perspectiva. Hay dos extremos: ver la catástrofe como el fin o como el principio de un nuevo capítulo. Cuando uno modifica la manera en la que percibe las situaciones, notará todas las oportunidades o alternativas que tiene.

3. Aprender de lo que sucedió.

Todas las experiencias vitales dejan aprendizajes. Existen personas que tras la muerte de alguien a quien querían, se proponen valorar más a sus seres queridos y no hacerse demasiado problema por hechos banales. “Si reflexionamos sobre lo que sucedió, es posible identificar alguna lección importante que nos ayudará a seguir adelante”, añade Navarro.

4. Recuperar la fuerza.

Es probable que uno se haya topado con obstáculos, pero si todavía se sigue en el plano terrenal quiere decir que encontró la forma de sortear las adversidades. Puede ser ventajoso reflexionar sobre cómo hizo para superar lo que ocurrió en el pasado y conectarse con su fortaleza interior.

5. Reconstruir.

Para Navarro, la reconstrucción requiere de tiempo, es decir, no ocurre en un abrir y cerrar de ojos. “Las piezas deben unirse cuidadosamente, de modo que aquello que se desea reparar pueda adquirir una forma más resistente”, dice el autor. Este paso invita a expresar y vivir el dolor de una forma saludable para poder procesar de la mejor manera la situación.

6. Contemplar las cicatrices.

Las cosas malas suelen dejar cicatrices a su paso. No obstante, Navarro sugiere que en lugar de avergonzarse o querer ocultar las cicatrices, uno debe apreciarlas como un recordatorio de la fortaleza interior. De la misma forma que los artesanos del Shogun agregaron oro para embellecer los tazones, se pueden usar las cicatrices físicas o emocionales como ejemplo de encanto y superación.

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