"La culpa, la gran enemiga. Utilizada para destruir nuestra autoestima y arma preferida de los manipuladores”. Así define el doctor Walter Dresel al objeto central de su último libro en el que explica cómo enfrentarla y erradicarla. Porque como él mismo plantea, “todos cometemos errores, pero ¿estás seguro de que todos aquellos que te atribuyes son realmente tuyos?”.
Cardiólogo, homeópata, autor de decenas de libros y exconductor y columnista de programas de radio y televisión, Dresel conversó con El País sobre cómo las personas manejamos la culpa, por qué nos encerramos en ella y nos dejamos arrastrar. Y así como hizo en su último libro (El Poder de la culpa. ¡Libera tus ataduras!), dio pistas sobre cómo salir de ahí, cómo enfrentarnos a nosotros mismos y a los demás para dejar ese peso que no nos permite avanzar en la vida.
-¿Cuáles son las culpas más usuales que se suelen atribuir sin que el otro sea “culpable”?
-Hay situaciones que muchas veces pasan desapercibidas, pero que son generadoras de culpas. Ocurre mucho en el ámbito familiar, cuando hay adultos mayores y entre hermanos se culpan unos a otros por su falta de atención. Suele ocurrir que las mujeres reclaman que los varones aportan económicamente, pero no están en la asistencia directa. Y en infinidad de ocasiones se generan culpas por cosas que no son reales, porque el “acusado” tenía sus razones para no poder estar y la manera que tenía de ayudar era con dinero.
La culpa es una de las herramientas preferidas de los manipuladores. Entonces, a nivel de pareja, por ejemplo, ocurre mucho la inoculación de culpa cuando la víctima intenta recuperar un espacio que ha ido perdiendo. El manipulador reclama: “con todo lo que yo hice por vos, ¿ahora me pagas de esta manera?”.
Para ser víctima en este tipo de casos, la persona tiene que tener una muy baja autoestima y ser vulnerable, entonces esa acusación prende profundamente y la persona cree que es culpable. Así puede pasar 5, 10 o 20 años hasta que un día, porque no soporta más esa presión y ha perdido su identidad o porque alguien le dice que se puede vivir de un modo diferente, empieza a enfrentar al manipulador. Pero entre tanto esa culpa le ha destruido prácticamente su vida.
-¿Cómo se da ese click de “hasta acá llegué”?
-No hay mal que dure 100 años, aunque a vivir mal uno se acostumbra. Pero la presión es cada vez más fuerte, porque al manipulador no le alcanza con lo que le pide hoy, mañana va a pedir más y pasado, más. Hasta que llega un momento en que la víctima siente que no tiene nada; ya no tiene autoestima.
Pero que haga el click no significa que la persona ya pueda dar un grito de libertad y comenzar una vida distinta. Tiene que comenzar a recuperar su autoestima, a darse cuenta de que esa culpa que carga en su alma es injusta. Recién ahí, cuando tenga confianza y respeto hacia sí misma, va a poder liberarse y darse cuenta de que en realidad no era culpable.
Porque lo importante en la vida es que nos hagamos cargo de aquellas culpas que sí son nuestras. Todos cometemos errores o tomamos decisiones que pueden lastimar a otras personas y eso tenemos que asumirlo, pero de ninguna manera podemos cargar culpas que pusieron sobre nuestra espalda solo porque nos dijeron que éramos culpables y lo creímos.
-En el libro propone varias preguntas como para empezar a liberarse. ¿Hay riesgo de que cuando uno hace ese análisis se autojustifique y piense que nada es su culpa?
La autocrítica no puede ser autodestructiva, pero también tiene que ser honesta, transparente e imparcial, sin ser condescendiente y decir: “No tengo culpa, punto y me la saco”.
Tengo que procesar el hecho, analizarlo y darme cuenta de cuáles fueron los actores y ver si tuve algo que ver o no. Si fui el verdadero responsable o no.
Muchas veces esas culpas obstruyen nuestro crecimiento, nuestro desarrollo personal y hay que analizarlas para poder liberarse y transitar por la vida liviano de equipaje. Entonces, la autocrítica tiene que ser exhaustiva, pero justa. De todos los juicios de los que somos objeto, el más importante es el nuestro. Por eso es clave sentarse a tomar un café con uno mismo y preguntarse: cómo me está yendo en la vida; qué grado de conformidad tengo; qué cosas puedo cambiar y qué cosas debo continuar porque me generan satisfacción.
Esto es algo que está íntimamente ligado al tema de la culpa, porque la rutina y las responsabilidades nos ganan y no nos damos cuenta de que llevamos una cantidad de peso sobre nuestra espalda que no deberíamos tener. Sacarlo nos permitiría vivir mucho mejor; tener proyectos, poder cumplirlos sin sentirnos culpables porque nos destacamos o por pensar qué van a decir los demás de nosotros. Esa permeabilidad que muchas veces tenemos frente a la opinión de los demás es lo que impide que podamos avanzar.
-¿Para hacer este proceso que usted define en el libro como “evaluar la aventura de vivir”, recomienda pedir ayuda psicológica o que la persona lo haga en soledad?
-Tomar ese café con uno mismo tiene que darnos una cantidad enorme de respuestas que estamos buscando. Generalmente, cuando tenemos un conflicto o un problema, vamos rápido a la búsqueda de un profesional o de alguien que tenga ascendencia sobre nosotros para contarle el problema. Pero yo creo que hay dos etapas: la primera es de introspección, es conmigo mismo, plantearme cómo me siento, qué me pasó y si no encuentro la respuesta, entonces sí, pedir ayuda.
Como dice el título de uno de mis libros, primero necesito confrontarme con “El espejo de mi alma”. Porque quién puede saber mejor que yo qué es lo que necesito para sentirme bien.
-¿Junto a la culpa podemos hablar también de miedo, vergüenza o de temor a ser diferentes?
-El precio de ser diferente es muy alto y no todas las personas están dispuestas a pagarlo. Es mucho más fácil seguir el camino de la multitud que ser disruptivo. Y pongo como ejemplo el mío: cuando empecé con mi programa radial allá por el año 1988, prácticamente que un médico hablara por la radio era una herejía. Pero con el tiempo pude capear ese temporal de críticas y hasta los propios colegas empezaron a enviarme a sus familiares. Era más fácil abandonar y plegarme al hecho de que un médico no debía hablar por radio o por TV.
Esto está relacionado, porque uno se puede sentir culpable por ser diferente, porque los demás lo señalen y pensar que algo estará haciendo mal. Pero no necesariamente es así.
-¿Hay mucho de culpas en la relación entre padres e hijos? ¿Sentir culpa porque uno no es lo que sus padres esperaban?
-Sí, pero eso depende de la presión que tuviera ese niño o adolescente por parte de sus padres. Muchas veces, el tiempo termina demostrando que esos padres que eran muy ortodoxos o muy conservadores, no tenían razón, porque el mundo cambió.
Si uno se pone a pensar en los conceptos de educación que nos dieron quizá los básicos siguen vigentes, pero muchos otros han cambiado porque el mundo cambió. Hace 60 años atrás no hablábamos de tecnología, de inteligencia artificial, de WhatsApp... no hablábamos de un montón de cosas que hoy nos facilitan la vida si las usamos en forma adecuada.
-Y tampoco de emociones. ¿Está de acuerdo en que es necesario enseñarle a los niños sobre inteligencia emocional?
-Creo que debería existir una materia que se llame “Habilidades para la vida”, porque tan importante como aprender matemáticas o geografía, es aprender habilidades para cuando salgan al mundo y se encuentren con una jungla en la que se van a hacer a los golpes. Podemos darles un cúmulo de herramientas para que las cosas sean un poco más fáciles. Muchas veces, se dice que “tienen que hacer su experiencia y golpearse”, pero no es tan necesario. Quizás puedan adelantar muchísimo en su vida sin necesidad de tener heridas que demoran años en cicatrizar.
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