La risa y sus beneficios: cómo la carcajada puede ser una manera de alcanzar un objetivo

La campaña electoral en Estados Unidos puso a la risa en el foco de la atención con la llegada de la ahora vicepresidenta Kamala Harris a la carrera hacia la Casa Blanca.

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Kamala Harris: vicepresidenta de Estados Unidos y precandidata por el Partido Demócrata.
Kamala Harris: vicepresidenta de Estados Unidos y precandidata por el Partido Demócrata.
Foto: AFP

Jason Zinoman
Kamala Harris es de risa fácil. Para el equipo de campaña del bando contrario, esto parece ser una vulnerabilidad que se puede explotar. Donald Trump aprovechó esta característica cuando hace poco dio a conocer un apodo para ella: “Kamala, Risitas, Harris” y agregó que “se puede saber mucho por una risa”.

Circularon por internet recopilaciones de sus carcajadas. Un memorándum de investigación del Comité Nacional Republicano del Senado calificó su risa de “inapropiada” y la incluyó en el apartado de “Extraño”. Lo primero que hay que decir sobre esto es simplemente: ¡qué risa! Lejos de ser un lastre, su risa es una de sus armas más eficaces.

Solo en una época en la que todo se politiza, una campaña podría atacar con furia una risa bulliciosa. ¿Qué sigue? ¿Estar en contra de los perritos y los helados? La risa trasciende la política partidista y ayudó a comunicar mensajes, desde Ronald Reagan hasta John F. Kennedy. Y, sin embargo, en su estilo sugerente, Trump está aprovechando algo: la imagen tradicional del liderazgo está mejor representada por un rostro estoico que por una convulsión jubilosa.

Ya vimos esto antes, la última vez que una mujer encabezó una candidatura presidencial. La risa de Hillary Clinton fue criticada y también se dijo que era rara. Se sugirió que la hacía parecer poco auténtica, lo cual era extraño, ya que la risa genuina es, si no involuntaria, muy difícil de fingir. Lenny Bruce desafió una vez a un público a intentar carcajear cuatro veces en una hora.

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La risa femenina a veces es vista como una señal de histeria por sexistas.
Foto: Picryl.

Decir que las mujeres son demasiado emocionales o histéricas es un tropo sexista y existe una larga historia en las que se opone la risa a la razón. Platón advirtió contra el amor a reírse, sugiriendo que indica una pérdida de control. Siempre atento al teatro del poder, Trump rara vez se ríe, desde mucho antes de dedicarse a la política. El mago Penn Jillette, al recordar su temporada en el programa El aprendiz, se maravillaba de pasar horas viendo hablar a Trump sin notar la más mínima sonrisa.

Al ver entrevistas de ambos candidatos es evidente que hay una disparidad considerable en las risas. Trump se burla y, de vez en cuando, sonríe, lo que puede ganarle al público. Pero reírse no es lo suyo. En los programas de entrevistas, Harris lo hace para desviar la atención y conectar, para crear cercanía, pero también para subrayar lo absurdo de algo. En sus momentos más efusivos, su risa puede llamar la atención y, fuera de contexto, puede parecer que es la única que entendió el chiste.

Harris ha dicho que heredó esa manera de reír de su madre. Pero tiene más tipos de risa. En su primer discurso de campaña, incluso obtuvo una gran respuesta al amortiguar una risita después de decir: “Me he enfrentado a criminales de todo tipo” en el pasado.

Este atisbo de risa da pie a su frase más exitosa hasta ahora: “Así que escúchenme cuando digo que conozco el tipo de Donald Trump”.

El argumento en contra la risa es que hace que un líder parezca menos serio. Esto se basa en el malentendido común de que la risa es principalmente una respuesta a algo gracioso. Las investigaciones de las últimas décadas han corroborado lo que llevan diciendo los filósofos desde hace más de un siglo: que la risa es inherentemente social, más asociada con formar relaciones y la comunicación que con las bromas. Intenta recordar la última vez que te reíste solo.

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La risa es principalmente social.
Foto: Freerange.

Bien utilizada, la risa es una forma de comunicación muy flexible, puede lograr más que cualquier argumento. Mucha gente señala que un instante memorable del segundo debate presidencial en 1980 fue cuando Ronald Reagan le dijo a Jimmy Carter: “Otra vez lo mismo”, pero lo que mencionan con menos frecuencia es que introdujo la frase con una carcajada.

Bill Clinton se vinculó con la gente al morderse el labio y hacer contacto visual. Se hizo conocido por sentir tu dolor. Con sus mayores carcajadas, las que hace con todo el cuerpo, Harris proyecta algo más: alegría.

El presidente Joe Biden es lo opuesto. Lo que la gente vio en el debate no fue solo que era menos elocuente o coherente que hace cuatro años. Su combate verbal se volvió rígido, al carecer de encanto o de agilidad se le dificulta dar forma a los argumentos. La risa ayuda.

Los comediantes saben de esto. Muchos se ríen de sus propios chistes no solo porque causan gracia. Es para hacer más aceptable una idea complicada o para pasar de una idea a otra. La risa es un lubricante social. Basta ver cómo Harris y su hermana hablan de lo extraño que es llamar fiscala general a una hermana. Las hermanas se burlan entre ellas. Y puede haber problemas reales bajo las burlas. Pero se puede ver cómo las hermanas encuentran un terreno común en su risa, cómo crece y luego estalla al unísono.

Las películas suelen destacar el lado siniestro de la risa. El Guasón se ríe; Batman, no. Martin Scorsese ha logrado que la risa de los mafiosos resulte seductora y grotesca al mismo tiempo. ¿Y existe una advertencia maternal más inquietante que ese “todos se van a reír de ti”, en Carrie?

Pero la mayoría de las risas del mundo real no son crueles, sino que ayudan a conectar; no son excluyentes, sino unificadoras. La risa puede comunicar nerviosismo, pero también puede calmarlo.

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