Sunita Sah - The New York Times
El murmullo de la conversación, el aroma del lechón asado, el tintineo de los cubiertos sobre los: así es como recuerdo Nochebuenadel año pasado, que celebramos en casa de una querida amiga.
Disfruté del ambiente acogedor hasta que una conversación sobre la comida del día derivó inesperadamente en el tema de los roles de género. Fue entonces cuando el padre de la anfitriona se refirió con nostalgia a “los buenos viejos tiempos” en que las cosas eran más sencillas y “la gente sabía cuál era su lugar”.
El salón quedó en silencio. Como invitada atrapada en este repentino cambio de ambiente me enfrenté a un dilema: ¿Debía rebatir su afirmación u optar por la armonía frente a la discordia?
Para muchos, hablar en esos contextos parece arriesgado. Pero optar por el silencio puede afectarnos más profundamente de lo que pensamos, en detrimento de nuestro bienestar emocional e incluso físico. Lejos de preservar la paz, reprimir nuestros pensamientos puede dejarnos más intranquilos e infelices. Con el tiempo, esto conduce a un estrés y una tensión mayores, no solo internos, sino en las propias relaciones que intentamos proteger.
Soy psicóloga organizacional, y en mis investigaciones ha surgido un tema recurrente: personas que son reacias a rebatir o contradecir a otras por miedo a dar a entender una desconfianza o desaprobación de la otra persona.
Esta tensión, denominada “ansiedad por insinuaciones” puede disuadirnos de hablar en todas partes, desde las cenas hasta las situaciones de vida o muerte. Por eso a menudo seguimos malos consejos; por eso el personal de enfermería duda en expresar sus preocupaciones a los cirujanos que cometen errores médicos; y por eso nos cuesta tanto decirles a nuestros estilistas que estamos decepcionados con nuestro nuevo corte de pelo.
En Nochebuena (u otras ocasiones en las que nos reunimos en familia o con amigos), la ansiedad por insinuaciones puede impedirte rebatir las palabras de un familiar beligerante, expresar una opinión con conocimiento de causa o llamar la atención sobre un comentario intolerante. El quid de esta ansiedad no reside en la mera discrepancia, sino en que se da a entender que se está evaluando negativamente a quien habla y transmitiendo un mensaje tácito: “Creo que te equivocas”, o incluso: “Creo que tienes prejuicios”. Aunque no todos los comentarios son dignos de una respuesta y no todos los contextos son apropiados para el debate, cuando algo nos toca en el núcleo de nuestros valores, merece la pena replantearse la dinámica que está evitando que digamos lo que pensamos. Expresar lo que pensamos y lo que nos preocupa tiene su valor, aunque se reciba con oposición.
Reprimir continuamente nuestras opiniones y emociones, sobre todo si surgen de una preocupación o unos puntos de vista morales genuinos, puede tener profundas consecuencias. En el plano psicológico, la represión emocional puede aumentar el riesgo de depresión. En el fisiológico, reprimir nuestros sentimientos está asociado a diversos problemas de salud, como las disfunciones inmunitarias, la hipertensión y el cáncer. El estrés de estar constantemente mordiéndonos la lengua y el posible resquemor hacia los seres queridos también pueden, con el tiempo, tensar los lazos familiares.
Además, si optamos por no compartir puntos de vista divergentes, podríamos validar inadvertidamente las tergiversaciones, o impedir el crecimiento que se deriva de tener en cuenta diversas perspectivas. Es fácil subestimar el efecto dominó de una sola voz. Rebatir una opinión no tiene por qué ser agresivo ni tajante. Puede ser un puente hacia el entendimiento, y fomentar un espacio común para la introspección y el cambio.
Sin duda, no todos los intentos de dialogar serán acogidos con receptividad. Puede haber veces en que esos esfuerzos provoquen más tensión o conflicto, y que tal vez sea más eficaz hablar con los demás de uno en uno que hacerlo en las grandes ocasiones sociales. Pero también existe la probabilidad de que una tentativa pueda conducir a un entendimiento más profundo y unas relaciones más especiales. Cada conversación, incluso en aquellas donde nos llevan la contra tiene la oportunidad de elevar nuestra empatía y nuestra conexión mutuas.
Expresar nuestros pensamientos contribuye a una sensación de autenticidad. También les indica al resto cuáles son nuestros valores. En un entorno familiar, hablar abiertamente de nuestras ideas puede ser un modelo de pensamiento y diálogo sincero para los niños y sentar las bases para que estos expresen sus ideas y sentimientos de forma constructiva.