¿Quién no sufrió por amor? Que levante la mano y será la envidia del condado. Porque todos, en mayor o menor medida, hemos penado por un sentimiento no correspondido o el rechazo de esa persona que nos hace suspirar. Así lo dice la vida misma y también el psicólogo español Antoni Bolinches, que asegura que “la única manera de no sufrir por amor es no enamorarse”.
A sus 77 años de edad y con toda una vida dedicada a la terapia y la docencia, Bolinches lanzó su último libro “Psicoterapia para el mal de amores. Cómo superar el sufrimiento y alcanzar el amor armónico” (Editorial Urano). Allí brinda herramientas y da respuesta a muchas de las interrogantes que todo aquel que ha tenido el corazón roto se hizo alguna vez. Desde España, conversó con El País y esta es la entrevista.

―Usted habla del “amor armónico”. ¿Todos podemos llegar a él o hay personas que están “condenadas a sufrir eternamente por amor?
―Por desgracia, las personas neuróticas difícilmente pueden encontrar el amor armónico, porque no están en condiciones ni de propiciarlo. Incluso, a veces, ni de detectarlo. Pero además, porque las personas que podrían darles esa armonía no están en condiciones de aceptarlos. Porque, claro, cuanto más maduro eres tú, más evitas relaciones neuróticas.
Y, curiosamente, quien más necesita encontrar amores armónicos para madurar, más difícil es que los encuentre, precisamente porque no es maduro.
―¿Cómo puede una persona madura identificar a un neurótico y darse cuenta de que “no es por ahí”? ¿Cuáles son las señas del neurótico?
―El neurótico, básicamente, tiene dos características: poca resistencia a la frustración y deseo de que el otro satisfaga sus necesidades. El neurótico quiere amores que le llenen a él, que le estabilicen a él, no son personas dispuestas a compartir y a conceder para convivir, sino a recibir lo que ellos necesitan, sin tener en cuenta que para poder recibir hemos de estar en condiciones de dar. El neurótico no puede dar... Más bien, no puede dar nada positivo. Lo que da son disgustos.
―En el libro usted habla de un nuevo modelo al que llama “monogamia sucesiva imperfecta” y se basa en que “las personas tendrán varias parejas estables en su vida y además serán menos fieles durante la convivencia”. ¿Por qué cree que sucede eso? ¿Está devaluado el amor?
―Creo que es la combinación de dos factores. Las mujeres habéis evolucionado y ya no aceptáis el modelo tradicional de “hombre dominante-mujer subordinada”, sino que van por un modelo más igualitario, simétrico, enriquecedor. Pero los hombres están desorientados. Evidentemente, se les ha roto el esquema tradicional. Racionalmente lo entienden, pero están un poco desubicados. Por tanto, esa falta de referentes compatibles entre lo que espera el hombre y la mujer, es un factor que dificulta el buen acoplamiento.
Pero luego hay otro. Como decía Antonio Gala, “nuestra sociedad da muchas facilidades para hacer el amor, pero pocas para enamorarnos”. Traduciendo esto a lenguaje relacional, podríamos decir que muchas personas prefieren mantenerse sin convivencia estable para cambiar de sujeto erótico. El exceso de facilidad de relaciones sexuales no afectivas dificulta las relaciones sexuales afectivas en clave de convivencia armoniosa.
―En línea con ese “empoderamiento” de la mujer, se ha demonizado al llamado “amor romántico”. Se lo toma como algo que ata, que deja a la mujer en el pasado. ¿Cómo lo ve usted?
―Es cierto que el arquetipo o el estereotipo del amor romántico estaba asociado a ese modelo del “príncipe azul-mujer subordinada que busca el hombre ideal”. Podríamos decir que deberíamos crear un nuevo romanticismo. Si es que entendemos por romanticismo la ilusión por ser y estar con el otro, por considerar que nuestra pareja tiene unos valores singulares y que genera unos sentimientos singulares. Ese romanticismo, ojalá, lo mantuviéramos siempre.

Lo que seguramente ha entrado en devaluación social es el romanticismo asimétrico de la mujer desde la inferioridad y de un hombre superior. Antiguamente, había un pensamiento que decía que “al lado de todo gran hombre hay una gran mujer”. Con eso ya se intentaba hacer énfasis en que la pareja puede ser un gran facilitador del éxito del otro, pero se planteaba de forma asimétrica: el hombre era el grande y la mujer era grande, en tanto y cuanto ayudaba a la grandeza de él. Ahora, la ley del péndulo y quizá los excesos de un feminismo reactivo han creado otro aforismo antagónico, que dice que “al lado de todo gran hombre hay una mujer sorprendida” (risas). Tampoco deberíamos caer en este exceso. Aristóteles decía que “la virtud es el punto medio entre dos extremos”.
―En otra parte del libro, dice: "Las parejas reales no son ideales”. Al leerlo se me vinieron a la mente las redes sociales y ese furor de “parejas ideales” que exhiben su amor al mundo y terminan separados a los dos meses. ¿Tiene que ver con eso, con una imagen que se quiere proyectar y no con una situación real?
―Es cierto que hay una apariencia de la felicidad, que es la sonrisa que tú haces cuando te haces una fotografía. O sea, quiere dar esa apariencia de bienestar, que no necesariamente se corresponde con el estado natural del sujeto. Pero en relación a la pareja, ¿por qué digo que las parejas reales no son ideales? Muy sencillo, porque la realidad siempre está por debajo de la idealidad. Y en el caso concreto de la pareja se produce un fenómeno al que yo le puse por nombre “la matemática de los sentimientos”, que es el proceso de depreciación de la calidad de la relación por el mismo hecho de convivir. Por eso, suelo enfatizar que la convivencia es enemiga de sí misma, ya que activa el principio de habituación y el principio de saturación, que hacen que lo bueno de cada pareja sea menos bueno por habituación y lo malo sea peor por saturación.
Hay una depreciación recíproca, pero no simétrica. En ese sentido, se suelen defraudar más las mujeres que los hombres, porque la inversión que hacen ellas al servicio de favorecer el bienestar de la relación hace que su expectativa sea mayor. Eso originó un aforismo mío que dice que “las mujeres, si no están bien, ya están mal, mientras que los hombres, si no están mal ya están bien”.
―¿Por eso muchas veces la mujer es la que plantea la separación y el hombre dice ¿"pero por qué, si estábamos tan bien"?
―Exactamente. De cada cuatro parejas, tres hombres piensan eso y la mujer matiza: "No, no. Eras tú el que estabas bien gracias a mi aportación, pero ya me he cansado de aportar sin recibir en grado suficiente”. Digamos que se ha descapitalizado el valor de ese amor.

―Volviendo a “la matemática de los sentimientos”: ¿En el fondo, no es una teoría un poco apocalíptica? Es como decir: “Ponte en pareja, pero ya sabes que va a fracasar; que va a terminar”.
―Ese es otro tema, eso va en qué expectativa tenemos del amor ideal. Yo he atendido a mujeres que me han dicho a los 60 años: “He tenido suerte, he tenido tres parejas y con las tres he estado bien”. Han cubierto su ciclo vital y han roto sin que traumatice a ninguna de las partes, por lo que su balance amoroso es positivo. Pero hay otras mujeres y hombres también que me dicen: "Siempre he tenido mala suerte en el amor. He tenido 15 parejas y con ninguna he estado bien”. Entonces, lo que te has de cuestionar es si has elegido bien, si has gestionado bien y si has hecho la aportación adecuada. Porque claro, hay amores neuróticos, pero hay amores maduros también y puede que no duren toda la vida y que se gestione bien la ruptura. Por eso digo que vamos a ese modelo de “monogamia sucesiva y selectiva”, porque si aprendemos de las relaciones, elegimos mejor.
―Es decir que es apocalíptico si lo vemos desde el “para toda la vida”, pero en realidad un buen amor también puede durar un tiempo y terminar bien.
―Exacto, que sea un amor que no nos traumatice en la ruptura. Pero claro, si resulta que tu tienes un marido, tienes dependencia emocional, aguantas carretas y carretones y él se acuesta con tu hermana, vas a quedar destrozada. Y, a lo mejor, para toda la vida.
―Es que hay rupturas y hay tragedias...
―Es un buen matiz.
―En varios de sus libros usted apuesta a “positivar el sufrimiento”. A primera vista, uno puede pensar que es imposible hacer eso. Entonces, ¿cómo explicárselo a alguien que está con el corazón destrozado por una ruptura amorosa?
―En el contexto terapéutico hay un recurso que nos enfrenta crudamente ante la realidad del problema. Cuando una persona dice: "Hace 3 o 6 meses que me dejó mi mujer o mi marido y no lo he podido superar". Entonces yo le hago tres preguntas: ¿Te estás alcoholizando? ¿Te estás drogando? ¿Tienes otras conductas autodestructivas? Si las respuestas son “no”, entonces “no te estás destruyendo, te estás construyendo”. Y suma a eso la terapia, para que te reconstruyas antes, mejor y salgas fortalecida. Por tanto, como decía Nietzsche, “todo lo que no nos mata nos fortalece”.
El sufrimiento productivo es esa manera de sufrir en la que dejas de sufrir porque aprendes de lo que sufres. Ese es un elemento fundamental de mi modelo terapéutico, la “Terapia vital”, que tiene dos elementos básicos: el sufrimiento productivo y la aceptación superadora. Acepto lo que me ha sucedido y a partir de que lo acepto lo sufro productivamente, lo sufro para dejar de sufrirlo. Y esto se hace en base a las herramientas que da la “Terapia vital”, que son el diálogo interior, las conductas de autoafirmación y las decisiones cruciales. Esto lo explico en mi libro “El secreto de la autoestima”.
―Ahora, el sufrimiento productivo y todo lo que abarca la “Terapia vital” es para toda la vida, no solo para el amor.
―Claro, para enfermedades, crisis económicas, rupturas amicales, problemas con los hijos. Pero hay un tipo de satisfacción que solo se puede vivir en los malos momentos: la de empezar a llevar bien el mal momento. Eso es el sufrimiento productivo, eso es lo que te curte y te ayuda a madurar.
―En ese camino de sufrir productivamente es que fortalecemos la autoestima y el autoconcepto. ¿Se podría definir esa como la mejor medicina para el mal de amores?
―Pues sí, me lo quedo como eslogan. Mejorar la autoestima y el autoconcepto es la mejor medicina para el mal de amores.
―Hay parejas, sobre todo las más jóvenes, que ponen al buen sexo como la clave, pero luego no se llevan demasiado bien ni cuando se sientan a comer. Hace un tiempo, el expresidente José Mujica dijo una frase que quedó en el recuerdo, hablando de los adultos mayores: "El amor, a mi edad, es una dulce costumbre". Y queda claro que el amor va más allá del sexo. ¿Qué opinión le merece?
―Estoy de acuerdo y, podríamos añadir, en honor a él, que me parece una persona madura y que ha sido ejemplo de político honesto para el mundo en general, que a partir de cierta edad, el amor es un dulce recuerdo. Porque hay parejas postsexuales. Es cierto que con los años hay menos sexo genital y más sexualidad afectiva y de caricia. Hay edades en que ya no hay sexo, pero hay amor.
―En el libro usted enumera algunos problemas de pareja y se refiere a los “enamoramientos alternativos” y a la infidelidad como cosas diferentes. ¿Por qué?
―Porque no siempre las dos cosas se dan a la vez. Puede haber enamoramientos alternativos que no impliquen infidelidad y hay infidelidades que no generan enamoramientos alternativos. El problema para la pareja es cuando se dan las dos cosas juntas. De hecho, hay infidelidades que refuerzan a la pareja.
Imagínate que estás casada, pero te sientes halagada por un compañero de trabajo. Y entonces tú caes en una infidelidad, pero al cometerla te preguntas a ti misma: ¿Qué hago aquí, si con quien me siento bien es con mi marido? Por tanto, habrías tenido una infidelidad sin enamoramiento alternativo.
Pero podría pasar lo contrario. Ese chico te gusta y te privas la infidelidad y lo idealizas y encima haces culpable a tu marido por no tener relaciones con él. A veces, la frustración de un enamoramiento alternativo sin infidelidad condena más a la relación que consumar la infidelidad. Sé que lo que estoy diciendo es polémico, porque algunos consideraron que yo era partidario de la infidelidad, pero no: lo que digo es que a veces reprimir una infidelidad convierte al sujeto erótico deseado en amor idealizado y terminas castigando a tu pareja por tu represión.
―Cuando llega la hora de la ruptura, ¿quién sufre más: el que se queda en la casa o el que se va?
―Depende de quién se vaya y quién se quede: si es el que deja o el que se siente dejado. Si tu marido dice ya no estoy bien contigo y a ti te está pasando lo mismo, no lo cuestionas. El problema es que te dejen cuando todavía tienes un sentimiento amoroso por la persona. Ahí tienes un triple problema: te rompen el estilo de vida; te deja de querer aquel a quien tú quieres -por tanto, tienes una herida amorosa-, pero lo más importante: también hieren tu autoestima, porque sientes que no eres querible.
Si yo estoy bajo de autoestima y tú me dejas de querer, evidentemente esto resta. Es como una bomba. El gran factor, el común denominador y factor determinante de la felicidad humana, es el amor armónico. Todos necesitamos querer y ser queridos y si nos falta eso, nos falta algo esencial.
―¿Y siempre es necesario el amor de pareja o uno puede sentirse feliz y realizado estando soltero y teniendo el amor de su familia, sus amigos, etc.?
―Durante un tiempo, sí, pero permanentemente, no. Porque dentro de sus imperfecciones es el amor más completo. En la pareja deberíamos tener un compañero de proyecto de vida; compañero de casa; compañero de tareas del hogar; compañero de cama, para hacerla y para deshacerla. Y si tenemos hijos, somos educadores y apoyadores de nuestra familia. El rol de la pareja tiene un gran ámbito de incidencia en la vida de las personas, por eso es tan importante encontrar un compañero de vida.
Antoine de Saint-Exupéry decía que “el amor no es ir uno hacia el otro, sino andar juntos en la misma dirección”. Es un proyecto de vida compartido, en el que te sientes apoyado y comprendido por tu pareja. Y tú le apoyas y le comprendes y los dos juntos son más que los dos por separado. Eso es el amor que a todos nos gustaría vivir, pero que no siempre encontramos.
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