Obediencia sin cuestionar: ¿realmente beneficia a los más pequeños en su desarrollo emocional?

Promover la obediencia ciega en los niños puede parecer positivo, pero expertos advierten que este comportamiento puede ocultar problemas de autonomía y desarrollo emocional.

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El entorno del alumno también influye mucho en su desempeño.
Foto: Pexels.

Redacción El País
El ideal de un niño siempre obediente ha sido ampliamente valorado por generaciones de padres y educadores. Sin embargo, la aparente tranquilidad que ofrece un niño que nunca cuestiona las órdenes puede ocultar desafíos que, a largo plazo, afecten su desarrollo emocional y su capacidad de autonomía.

Sylvie Pérez, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, advierte que "el niño o adolescente que más preocupa a los psicólogos es el niño asintomático, es decir, aquel que nunca cuestiona nada y que obedece a todo". Esta afirmación puede sorprender, pero tiene un fundamento sólido. La obediencia absoluta, lejos de ser un indicador de buen comportamiento, puede reflejar un problema subyacente en el desarrollo del niño, sobre todo en lo que respecta a su capacidad para discernir y tomar decisiones por sí mismo.

La cuestión radica en cómo entendemos el concepto de "portarse bien". A menudo, se asocia la obediencia con el comportamiento positivo y la desobediencia con el negativo, aplicando a los niños criterios morales que en realidad son propios de los adultos. "Los niños siguen un desarrollo cognitivo que incluye la comprensión progresiva de conceptos como el bien y el mal, que no se consolidan completamente hasta alrededor de los 12 años", explica Pérez. Esto significa que, hasta llegar a esa etapa, los niños obedecen principalmente en respuesta al método de castigo y recompensa, no porque comprendan plenamente la moralidad detrás de las órdenes que se les dan.

En un entorno familiar y educativo donde todo está pautado, desde las horas de juego hasta el tiempo frente a la pantalla, es comprensible que algunos niños cuestionen las normas. Estos pequeños, que se atreven a preguntar "por qué" antes de obedecer, no son necesariamente desobedientes; más bien, están mostrando signos de un pensamiento crítico en desarrollo. "Que un niño cuestione las cosas sin agresividad es un buen síntoma", subraya Pérez.

Niños juego de mesa
Niños jugando a un juego de mesa.
Foto: Freepik.

Para los padres, es crucial permitir que los niños expresen su voluntad y validar sus opiniones cuando sea posible. En lugar de centrar las conversaciones en si el niño se ha "portado bien" o "mal", es más constructivo destacar comportamientos específicos, como "qué bien has jugado con tus abuelos". Este enfoque ayuda a los niños a entender el valor de sus acciones más allá del simple juicio de obediencia.

El peligro de la obediencia excesiva no debe subestimarse. Los niños que siempre obedecen sin cuestionar pueden estar desarrollando un patrón de sumisión que les afectará en su vida adulta, haciéndolos vulnerables a la influencia de otros. "Si los padres educan a sus hijos para que obedezcan sin más, conseguirán que les obedezcan a ellos, pero también a sus profesores, compañeros, amigos, pareja... porque les habrán enseñado sumisión", advierte el neuropsicólogo Álvaro Bilbao.

Por tanto, la clave no está en promover la obediencia ciega, sino en fomentar la autonomía, la comunicación y la gestión emocional desde una edad temprana. Este enfoque, aunque más laborioso a corto plazo, garantiza a largo plazo que los niños no solo sigan instrucciones, sino que también desarrollen una capacidad crítica y una confianza en sí mismos que los preparará para tomar decisiones informadas en su vida futura.

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