Diez talleres, 50 mujeres y 50 mantas de lana tejidas a mano que sacaron lágrimas, miedos y generaron ilusiones. Así fue la experiencia de Suyai Hand Craft en la Unidad 5 del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), más conocida como Cárcel de Mujeres.
La impulsora de esta iniciativa, Gabriela Carpaneto, contó a El País sobre la actividad, recalcó los poderes sanadores del tejido y la importancia de dar oportunidades a quienes mañana saldrán en libertad y necesitarán herramientas para su reinserción.
Suyai es un emprendimiento que nació en 2021 y que realiza talleres de tejido con lanas naturales uruguayas. Enseña a confeccionar mantas, usando solamente las manos y los brazos. No se teje con agujas ni hay que tener experiencia previa. Además, los tejedores se apoyan en la meditación y la respiración para que la experiencia también sea sanadora y que colabore con el bienestar general de los participantes.
“Utilizamos la lana y el tejido como hilo conductor para lograr beneficios en lo emocional”, dijo Carpaneto y recordó que “el tejido es comparable al yoga o a la meditación”. “En eso me baso cada vez que doy un taller. No soy una especialista, ni formadora en esas disciplinas, comparto mi experiencia personal y lo que se genera es muy bueno”, dijo.
-¿Cómo surgió la oportunidad de dictar los talleres en la cárcel?
-Cuando empecé con los talleres me di cuenta de que yo no quería dar una clase de tejido y nada más, sino que también iba por lograr el bienestar y la relajación de los participantes, porque descubrieran habilidades escondidas y se regalaran un espacio para sí mismos y estuvieran en el momento presente. Que dejaran a un costado el celular, los problemas.
Estaba en ese camino cuando por temas familiares tuve que viajar y estar en contacto con otras mujeres como yo, madres, que tejían y sentían paz ante situaciones complejas. Y ahí me dije: tengo que llevar Suyai a un espacio de servicio, quiero hacer algo social, ayudar. Empecé a investigar por dónde ir y charlando con una amiga que da clases de yoga en cárceles, me di cuenta de que era por ahí. Esto podía tener un potencial muy grande para las privadas de libertad; así empecé.
-¿Fue muy largo el proceso hasta concretarlo?
-En total fueron dos años, entre presentar el proyecto, que se autorizara en el INR, luego en la unidad a la que se iba a destinar y en el medio tuve un tema de salud. Por suerte, este año se concretó y fue algo bien recibido desde el principio.
Antes de empezar, pedí tener una instancia de ir a visitar el lugar, las instalaciones y ver cómo era la cárcel, que tiene sus particularidades. Le dije a la subdirectora que quería tocar la mayoría de los módulos. Participaron 50 mujeres en un mes.
-¿Cómo tomaron esta iniciativa las reclusas?
- Al principio no querían anotarse. Nosotros ajustamos la propuesta, que era de grupos de 10 personas y lo pasamos a cinco, para que fuera más personalizado, para atender mejor sus problemáticas y las cosas que surgieran. Hay historias muy crudas, muy dolorosas. Las mujeres suelen ser más abandonadas que los presos hombres, y muchas de ellas ya no tienen nadie que las visite. También hay temas de abstinencia, de violencia, por ejemplo.
El taller tiene una parte educativa, una de recreación y una en la que les enseño una técnica, para que el día de mañana tengan una salida laboral. Porque si bien la lana es cara, para esto solo necesitan los brazos.
-¿La lana que se usa en Suyai es de alto valor, cómo trabajaron ese tema?
- Con ellas no hablamos de los precios, aunque algunas preguntaron. Pero el acceso a la lana puede conseguirse o se puede usar esta técnica con otro tipo de lana y te vas acercando a lo que es el tejido en sí. Más allá del precio, creo que si querés hacerlo lo lográs.
Nosotros, por ejemplo, hablamos con empresas laneras que nos apoyaron para obtener el material: Lanas Trinidad, Lanera Engraw y Tops Fray Marcos. También recibimos apoyo de empresas como Logifor SA y Sacromonte (Craft Wines & Landscape Hotel), que nos hicieron una donación para comprar lo que faltaba.
Pero más allá de tener el material, pueden ser contratadas por una empresa como artesanas para tejer las mantas. No veo al precio como un obstáculo.
-¿Cómo fue el taller?
-Tuve mucho cuidado, porque si bien es un taller de tejido, no solamente es una técnica; manejamos mucho la sensibilidad y la parte sensorial, afloran muchas sensaciones, risas, tristezas, recuerdos. Hay que ir muy suave. Varias quisieron irse y al principio otras rechazaban lo que se proponía, pero ¡finalmente las 50 tejieron su manta!
Y cuando terminaron, la primera cosa que decían era ‘esto me lo quedo’, porque pasan mucho frío en la cárcel. Pero cuando pasamos por la parte de meditación y conexión con el ovillo, donde ellas hablan de sus intenciones y de lo que sienten, muchas cambiaron y querían mandársela a un hijo o a un nieto, o pensaban en que cuando salieran se las iban a regalar a alguien especial.
Este taller es que es acotado: en dos horas y media tejés tu manta, la empezás y la terminás. Muchas sintieron una gratificación muy grande, orgullo. Al principio, varias estaban muy enojadas, incluso agresivas, pero terminaron con agradecimiento. Una de las chicas me dijo: ‘se la voy a regalar a mi madre, porque nunca confió en mí, siempre dijo que yo era un desastre’.
-¿Hay más talleres programados para el futuro?
-Si logramos la lana y los fondos, en setiembre habrá uno en la cárcel de Campanero en Minas y luego uno en Las Rosas, Maldonado. Me interesa hacer hincapié en que la sociedad y las empresas entiendan las necesidades que tienen las personas privadas de libertad y apoyen. Si todos sumamos un granito de arena, todo puede mejorar.
No es que necesitamos 1.000 millones de kilos de lana o $ 1.000 millones para comprarla, pero sí necesitamos ayuda. Quienes deseen apoyarnos pueden hacerlo y comunicarse por el mail tecontacto.suyai@gmail.com, el celular 097969329 o vía Instagram @suyai_uy.
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