José A. Morales García, The Conversation.
El 1° de julio saltaba a los titulares una noticia de alcance: Australia permitiría a los psiquiatras que obtuvieran aprobación por parte de un comité ético de investigación en humanos y una autorización de las autoridades sanitarias recetar MDMA (popularmente conocido como éxtasis) y psilocibina para casos de trastorno por estrés postraumático y depresiones resistentes a las terapias actuales, respectivamente.
Es la primera vez que un país autoriza la prescripción de drogas psicodélicas con fines terapéuticos. Pero ¿cuál es el verdadero potencial de estas sustancias? ¿Qué ventajas ofrecen en el tratamiento de las enfermedades mentales? ¿En qué casos concretos y cómo deben administrarse?
El alma se manifiesta.
Nada como la etimología para conocer el alma de las palabras. Psicodélico procede del inglés psycheledic, término inventado por el psiquiatra Humphry Osmond a partir del griego psyche (alma) y deloun (hacer visible).
Los psicodélicos, por tanto, son sustancias que alteran la percepción y la cognición haciendo “que se manifieste el alma”, en alusión a los estados distorsionados de conciencia, percepción, pensamiento y sentimiento que producen, acompañados de distintos grados de alucinaciones auditivas o visuales.
Entre los psicodélicos “clásicos” se incluyen sustancias como la dietilamina del ácido lisérgico o LSD, la dimetiltriptamina (DMT) de la ayahuasca, la mescalina y la psilocibina. También entran en esta categoría los entactógenos –sustancias que producen efectos principalmente emocionales– como la metilendioximentanfetamina (MDMA) y anestésicos disociativos como la ketamina.
Símbolo de la contracultura.
Aunque los psicodélicos han sido usados desde hace miles de años con fines rituales y medicinales por las culturas indígenas, su historia moderna comienza en 1938, cuando el químico Albert Hofmann descubrió de manera accidental los efectos del LSD. A partir de entonces, y sobre todo en los años 60, comenzaron a ser objeto de estudio por parte de la comunidad científica, sobre todo para tratar trastornos mentales como la depresión y la adicción.
Pero su popularidad fue más allá del ámbito médico y científico. Durante la década de 1960 se puso de moda la búsqueda de experiencias psicodélicas como una forma de expandir la conciencia y cuestionar las normas sociales y culturales.
A medida que creció el uso recreativo de psicodélicos, aumentó la preocupación sobre su seguridad y potencial abuso. Las autoridades y gobiernos comenzaron a tomar medidas para controlar el consumo y restringir su acceso. En 1970, Estados Unidos promulgó la Ley de Sustancias Controladas, que clasificó a la mayoría de los psicodélicos como sustancias ilegales, lo que puso fin a gran parte de la investigación científica y el uso terapéutico de estas sustancias.
España tampoco se libró de la quema, y se vetaron investigaciones como las del científico José Carlos Bouso sobre los posibles efectos del MDMA en el tratamiento postraumático que sufrían las mujeres víctimas de agresión sexual.
En los últimos años estamos asistiendo a un renacer del interés por la aplicación terapéutica de los psicodélicos. A pesar de ello, la mayoría de estas sustancias siguen figurando en la Lista 1 del Convenio de 1971, lo que significa que su uso está prohibido “salvo con fines científicos”.
El creciente impacto de los trastornos mentales en la población mundial ha impulsado una oleada de ensayos clínicos, que ofrecen resultados muy prometedores, sobre el potencial uso de psicodélicos, siempre en combinación con psicoterapias convencionales, para tratar diversos trastornos mentales.
Muestra de este renacer es que, hasta finales de junio de 2023, se habían registrado 433 estudios clínicos sobre la utilización terapéutica de psicodélicos, principalmente en Estados Unidos, Canadá y Europa.
Las sustancias seleccionadas están siendo consideradas sobre todo para pacientes con problemas mentales graves como el trastorno de estrés postraumático, la depresión, la ansiedad y las adicciones. También para aquellos pacientes que no responden o no toleran las intervenciones terapéuticas convencionales o no farmacológicas.
La razón de su éxito podrían ser los cambios que inducen en el crecimiento neuronal y la señalización; por ejemplo, desencadenando la formación de conexiones sinápticas entre neuronas. Además, otra característica de la terapia asistida con psicodélicos es la durabilidad del beneficio potencial: estudios científicos han demostrado que solo una o dos dosis reducen los síntomas de la depresión durante meses.
Solo bajo estricta supervisión médica.
Es muy importante remarcar que el tratamiento con psicodélicos sin supervisión médica puede acarrear problemas graves de salud. Para empezar, en muchos casos aún no se han establecido la dosis y pautas de administración exactas que necesitan los pacientes para lograr el beneficio terapéutico.
Además, algunas personas pueden experimentar una reacción aguda de ansiedad o pánico tras su consumo. Es lo que conocemos como un “mal viaje”. En casos graves, puede incluso provocar la aparición de síntomas psiquiátricos, especialmente con un uso crónico.
De hecho, un hallazgo recurrente en los ensayos clínicos es que los beneficios para la salud derivados de los psicodélicos están estrechamente vinculados a su administración bajo rigurosas directrices clínicas en entornos formales, con exámenes y controles apropiados.
Dado que muchos de los ensayos clínicos aún están en curso, la psicoterapia asistida con psicodélicos no es actualmente un tratamiento generalizado para los trastornos mentales. Es cierto que, dados los excelentes resultados preliminares que arrojan los estudios científicos, algunos países han permitido la aprobación preliminar a determinados psicodélicos para el tratamiento de trastornos seleccionados.
Es el caso de Australia o Estados Unidos, que han designado como “terapia innovadora” el uso de MDMA para el tratamiento del trastorno por estrés postraumático y de la psilocibina para tratar la depresión.
España también se ha subido al carro, y ha aprobado la esketamina intranasal para abordar la depresión en pacientes resistentes a terapias habituales.
Que la ciencia haga su trabajo.
El éxito del tratamiento con psicodélicos tiene un riesgo: que la percepción de estas sustancias como terapia efectiva para trastornos mentales avance más rápido que la evidencia. Esto podría abrir las puertas de la automedicación y del uso recreativo antes de que se establezca un uso terapéutico supervisado. De ocurrir, como en décadas anteriores, podría incluso detener el avance de la investigación científica.
Dejemos, por tanto, que la ciencia haga su trabajo y determine si es posible reconsiderar el uso terapéutico de los psicodélicos. Algo así le dijo el gato de Cheshire a Alicia en el país de las maravillas: “No sé lo que quieres decir con ‘desaparecer de verdad’, pero desaparecer aquí de alguna manera y reaparecer allí de otra, creo que sí se puede hacer”.