Jaime García Fernández & Álvaro Póstigo Gutiérrez, The Conversation
Aunque parezca una obviedad —y hasta un niño muy pequeño puede entendernos cuando decimos que alguien es “malo”—, lo cierto es que la maldad es un concepto difícil de objetivar. En psicología, el término “personalidad oscura” se utiliza para describir a personas que buscan un beneficio personal a costa de los demás, a menudo causando daño o desventaja.
Este concepto abarca desde comportamientos abiertamente crueles —como el placer en el sufrimiento ajeno— hasta actitudes más sutiles, como la manipulación, la insensibilidad o la transgresión de normas sociales.
Dentro de esta categoría encontramos etiquetas como la psicopatía, el narcisismo, el maquiavelismo o el sadismo. Reflexionar sobre estos rasgos no solo nos invita a cuestionar cómo entendemos la maldad, sino también a preguntarnos: ¿puede alguien cercano —o incluso nosotros mismos— encajar en estas descripciones?
¿Dónde están los grises?
A menudo, cuando pensamos en personas malvadas, el arquetipo más recurrente es el del asesino en serie como Ted Bundy, psicópatas como Charles Manson o parricidas como José Bretón. Pero que existan demonios no significa que el resto seamos santos. La maldad no es algo que se tiene o no se tiene: se trata de una amplia escala de grises de la que todos los individuos participamos en mayor o menor medida. Existe un extremo negro de sujetos deleznables, pero también distintos tonos de gris donde nos iríamos situando todos nosotros.
Es decir, no es una cuestión de “ser o no ser”, sino de cuánto somos o no somos. No olvidemos que casi todas las dicotomías son meras simplificaciones en un mundo donde reina el continuo y la probabilidad.
Trasladado al terreno de la psicología, todos tenemos una puntuación en narcisismo, pero eso no nos convierte necesariamente en narcisistas. Para eso, haría falta tener una puntuación muy alta en este rasgo de personalidad.
De hecho, las manifestaciones extremas de personalidades oscuras son poco comunes (sólo el 1 % de la población se sitúa aquí). Ahora bien, también existen personas con puntuaciones bastante elevadas que no califican para un diagnóstico clínico. De estos hay más. Y aunque no asustan tanto, siguen siendo peligrosos: quizá no para nuestra integridad física, pero pueden afectar al bienestar emocional de quienes se relacionan con ellos.
Personalidades oscuras en el trabajo
La persona que quiere obtener beneficios individuales a costa de los demás encuentra en las empresas un buen coto de caza. Ningún empresario desea esto: un buen clima de trabajo es fundamental tanto para el bienestar del empleado como para el funcionamiento de la organización.
Diversos estudios han señalado los efectos devastadores de la personalidad oscura en el contexto laboral y cómo estos individuos tienden a generar conflictos laborales, sabotear a compañeros y minar la moral del equipo.
El problema es que muchos de los rasgos “oscuros” no se detectan en el corto plazo. Por ejemplo, una persona manipuladora y soberbia que desee un determinado puesto sabe perfectamente cómo causar una buena impresión. No obstante, en el largo plazo, las tretas y comentarios despectivos hacia compañeros serán más evidentes y dañarán las relaciones laborales.
La clave está en la evaluación de estos rasgos antes de la contratación, para evitar “sustos” en el largo plazo. Incluso hay propuesta de evaluaciones psicológicas para evitar que personalidades oscuras lleguen a altos cargos políticos. Ahora bien, ¿cómo se evalúa la maldad?
Anatomía de la maldad
Hay muchas formas de “ser malo”. Desde el año 2002, se habla de la llamada “tríada oscura de la personalidad”, la cual aúna la psicopatía (falta de empatía, impulsividad y comportamiento manipulador), el narcisismo (sentido exagerado de superioridad, necesidad de admiración y falta de empatía) y el maquiavelismo, que es el uso de estrategias frías y calculadoras para lograr lo que se quiere de otros. Más tarde se añadió a la tríada el sadismo (obtención del placer con el sufrimiento ajeno), conformando la tétrada oscura de la personalidad.
Estos rasgos oscuros comparten muchas de sus características, lo cual dificulta distinguirlos entre sí. Esto lleva a una situación donde, si calificamos a alguien como psicópata, probablemente también lo consideremos narcisista y maquiavélico (véase, como ejemplo, los análisis de los políticos Boris Johnson o Donald Trump).
Esta redundancia podría evitarse si, en vez de evaluar los rasgos a nivel general, se evalúan características específicas no solapadas entre sí. Es decir, en vez de dar una puntuación a la psicopatía o al narcisismo, buscamos puntuar sus componentes específicos.
Revisando qué características “oscuras” pueden ser consideradas independientes, nuestro equipo de investigación llegó a un listado de nueve rasgos: autoritarismo, avaricia, crueldad, incumplimiento, insensibilidad, manipulación, soberbia, transgresión y venganza.
Con ellos, se creó la “Batería de Evaluación de Rasgos Oscuros” (BERO), que presenta un gran potencial como herramienta para evaluar estos rasgos en población general adulta española.
Los grises importan
Hace mucho tiempo, el poeta francés Charles Baudelaire nos recordaba que el mayor truco del demonio consistía en convencernos de su inexistencia. Somos demasiado inteligentes como para ignorar las manifestaciones más extremas del mal, pero en ocasiones, también demasiado ingenuos al ignorar los grises.
Herramientas como la BERO nos pueden ayudar a cambiar esto, evaluando el nivel de estos rasgos tanto en quienes nos rodean como en nosotros mismos.
A partir de aquí, la pregunta no es si convivimos con personalidades oscuras (eso ya está claro), sino en cómo manejarlas para evitar que dominen nuestras interacciones y estructuras sociales.
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