Por Fabián Muro
El concepto de “responsabilidad afectiva” se ha hecho, desde hace años, un lugar en la conversación pública sobre los vínculos y, en particular, en las relaciones de pareja. Esta expresión se refiere actualmente a una deseable manera de relacionarse.
No ghostear (lo que antes se denominaba “borrarse”) es uno de los postulados de la responsabilidad afectiva. No ejercer violencia o abuso psicológico (como cuando se “gaslightea” a la pareja), otro. Y aún otro: no al zombieing, o cuando alguien que se va de una relación sin explicar nada, un día aparece como Perico por su casa y -también- sin dar una explicación más o menos plausible al respecto.
Algunos mandamientos de la responsabilidad afectiva: mo borrarse, no abusar o manipular psicológicamente y no desaparecer y aparecer constantemente.
Para la psicóloga Mercedes Viera, el concepto entró en su disciplina hace unos años, cuando ella ya se había recibido y ejercido durante un buen tiempo. “No sé si tengo una definición científica del término, pero sí tiene una relación con lo que son los sistemas de apego”, dice y añade: “La vida cotidiana nos presenta siempre situaciones en las que tenemos que tomar decisiones, al valorarlas para ayudarnos a nosotros mismos a estar más regulados -o sea, para estar mejor- nos apoyamos en figuras de apego, como padres, amigos, parejas. Un otro significativo, digamos”. “Los vínculos de apego suelen ser vínculos de mucho afecto. Cómo nos apoyamos en esas figuras y cómo respondemos a quienes se apoyan en nosotros, podría pensarse como responsabilidad afectiva”, puntualiza.
Para la profesional, la responsabilidad afectiva es -expresado de manera resumida-hacerse cargo de las emociones del otro, de tener en cuenta cómo las acciones de uno puedan impactar en la otra persona. “Reconocer que el otro tiene emociones y cómo yo atiendo a esas demandas emocionales”.
Por su lado, el también psicólogo Jorge Rivera atribuye el predicamento del término a los significativos cambios culturales y sociales ocurridos en las últimas décadas -la tecnología tiene mucho que ver en esto- en el mundo occidental.
De acuerdo a su visión, y expresado grosso modo, se pasó de una manera de relacionarse en la que regían conceptos como el de autoridad, a una en la cual se busca el consenso. “Apenas unas pocas generaciones atrás, las costumbres sociales tenían un peso mucho mayor sobre las conductas de las personas que la que tienen ahora”, comenta. Antes, continúa, era mucho más común que uno votara por un partido político más o menos de la misma manera en la que hinchaba por un equipo de fútbol. “Lo mismo se aplicaba a las relaciones familiares: a los padres había que venerarlos y no se admitía que los hijos se rebelaran. En las relaciones de pareja, hasta hace apenas un siglo, no se admitía el divorcio. Ahí estaba implícita la responsabilidad”, explica.
En otras palabras, lo de ser “responsable” en los vínculos no es precisamente una novedad, pero las connotaciones de ese término son diferentes en la actualidad. “En mi opinión, no es que la responsabilidad haya aumentado o disminuido. Cambiaron los valores, y algunas cosas que antes ocurrían sin que nadie se enterara, ahora son bastante públicas, entre otras cosas porque las redes sociales las difunden”, subraya.
Relaciones de pareja
En las conversaciones sobre responsabilidad afectiva sobrevuela la sensación de cierta actitud o postura de víctima: “Me ghostearon”. El foco está puesto en quien es objeto de un abandono o de cierto desdén o indiferencia por parte del otro. Pero, como señala Viera, uno no solo tiene que pensar en cómo los dichos y acciones de uno impactan sobre el otro, sino también cuánto hay de responsabilidad en la gestión de las emociones de uno mismo.
Hay voces que incluso van más allá y ponen la atención sobre la parte afectada (ver "El punto de vista..."). “Siempre puede haber algún motivo para enojarse, pero hay que saber que el enojo es de uno, no de la otra persona. Le puedo transmitir al otro por qué me enojo o pongo triste, pero tengo que tener claro que el que se enoja soy yo. Hay cierta independencia en eso”, dice la profesional. “No se puede poner toda la responsabilidad en el otro”, enfatiza.
En caso de que esa situación se prolongue, agrega Viera, lo mejor es dar por finalizada la relación. Y llegado a ese punto, agrega, lo mejor es manejar la ruptura de forma tal que también haya responsabilidad afectiva. Y concluye: “Creo que uno tiene que ser auténtico con uno mismo. Yo doy un taller sobre conversaciones difíciles y, entre otras cuestiones, trabajamos sobre estar preparado para las reacciones del otro, y al mismo tiempo intentar que las emociones no lo desborden a uno. Debo poder transmitir lo que quiero, independientemente del dolor que cause”.
El punto de vista de la mujer y sus implicancias
Tal vez no sea una casualidad que el concepto de responsabilidad afectiva haya ido colándose en la conciencia colectiva a medida que el movimiento feminista ha ido conquistando espacios sociales. Sin postular que hay una correlación directa entre feminismo y el término, parece haber algunos puntos de contacto. La psicoanalista argentina Alexandra Kohan, en una entrevista en 2019, desarrolló una problematización de la responsabilidad afectiva. Titulada “Acostarse con un boludo no es violencia”, la entrevista publicada en el medio Panamá daba cuenta de una posición crítica hacia lo que mucha gente entiende por responsabilidad afectiva. “Tendríamos que definir qué es ese término nuevo. Porque como es tan nuevo se fue llenando de significados y al final nadie sabe bien qué quiere decir (...) Lo que yo encontré es que, en general, es enunciado por mujeres y que se le exige al varón o al par (...) Es una exigencia de ciertas mujeres hacia ciertos varones”.
De acuerdo a Kohan, la responsabilidad afectiva, tal como parece estar planteada, le quita a la mujer lo que en inglés se denomina agency, un concepto que no tiene una traducción directa pero que implica cosas como tomar la iniciativa y actuar. Ante la pregunta de qué es lo que se pretende con la responsabilidad afectiva, Kohan responde: “Veo que se pretenden cláusulas de un contrato. Y como hay que responder a esas cláusulas, no hay ningún margen de libertad”, y en otra parte también dice: “Se pretende que la cosa ande, que haya garantías (...) Sé que es horrible quedarse en ascuas. No estoy diciendo ‘la vida es así’, pero la vida es así: uno a veces se queda sin respuestas”.