Por Karen Szwarcfiter
Mucho se ha escrito y hablado sobre temas relacionados al propósito, hay diversos materiales sobre el propósito individual; algunos van por un camino más existencialista y otros tienen tintes más prácticos.
Se habla del propósito en las empresas y también en otras organizaciones con el objetivo de hacer una diferencia en el impacto de sus colaboradores y la sociedad. Lo cierto es que saber qué es lo que buscamos, por qué hacemos lo que hacemos y tener claridad de hacia dónde vamos proporciona un sentido que nos orienta y guía, pero sobre todo que nos da placer, alegría y felicidad.
¿Por qué sucede esto? ¿Qué nos pasa internamente para que este tipo de definiciones personales o grupales nos provoquen tantas cosas buenas?
Analizaremos el propósito a la luz de la neurociencia, para explicar cómo al tener claro qué buscamos, llegaremos más rápido y mejor a nuestro destino.
En definitiva: tenemos el control en nuestras manos, tanto de motivarnos como de hacer que las cosas que queremos sucedan en nuestra vida. También veremos cómo el cerebro es altruista, le importan los demás, y cómo podemos sentirnos realmente recompensados al hacer algo por otros.
Podemos tener el control de lo que nos pasa y encontrar la forma para motivarnos a nosotros mismos y de esa forma llevarnos a la acción. La clave para poder lograrlo es accionar en lugar de reaccionar ante lo que nos sucede en la vida.
Para ello, podemos dividir el propósito en la neurociencia desde dos aspectos: Por una parte, los objetivos, la atención y la intención, y por otra los premios y las recompensas.
Objetivos, atención e intención.
Cuando googleamos, entre los miles de billones de datos que hay disponibles, Google nos devuelve aquello que buscamos. Nuestro cerebro actúa de una forma similar. Nos muestra lo que entiende que es relevante para nosotros y de esta forma ahorra energía procesando solo lo necesario.
Por eso, si se está pensando, por ejemplo, en cambiar el auto por una camioneta, de pronto nos encontramos viendo todas las camionetas de la ciudad. Lo mismo sucede cuando las mujeres están en la dulce espera y ven a cientos de embarazadas en la ciudd en la que viven. De esta manera, las personas registramos los estímulos que nos interesan, aportan y contribuyen a ir por el camino que trazamos en busca de nuestras metas. Así, moldeamos el mundo que nos rodea y nos convertimos en los creadores de nuestra realidad.
Propósito y recompensa.
Este aspecto que incluye al propósito, tiene que ver con el sistema de recompensas del cerebro. A nivel neurológico, hablamos de sistema porque involucra diversas áreas del cerebro. Estas estructuras que están interconectadas son las responsables de generar la sensación de placer frente a la recompensa o la expectativa de esta.
La acción de la dopamina, también conocida como la hormona de la felicidad, en todo este sistema es clave, y es además responsable central en los procesos de motivación y entusiasmo.
El sistema de recompensas del cerebro es un mecanismo muy primitivo, diseñado para ayudar a nuestra especie a sobrevivir. Para lorgar esa supervivencia, el hombre necesita comer, beber y reproducirse. Entonces, para incitarnos y recordarnos la importancia de estas acciones, el cerebro nos premia con sensaciones agradables cuando las realizamos.
El hecho de ver en nuestra mente, ya sea real o imaginariamente los resultados de lo que estamos buscando, activa todo este sistema generando felicidad, motivación y acción.
Si la evaluación a la luz del resultado resulta positiva, perdurará el recuerdo y la emoción quedará asociada al hecho motivador del estado de felicidad.
Lo mejor de todo esto es que el cerebro también es altruista. Para evaluar los procesos de altruismo, los estudios de Moll y Grafman dan cuenta de que cuando ayudamos a otras personas, se activa el mismo sistema de recompensas del cerebro. Entonces, poder pensar y actuar en por el bien de los otros, ¡también estimula y gratifica!
Por lo tanto, poner la experiencia y el bagaje de conocimientos que tenemos en beneficio del prójimo, nos ayudará a volver a sentirnos bien, plenos, motivados, en definitiva, nos vuelve a llenar de sentido.
Saber lo que uno tiene para ofrecer al mundo.
Conocer nuestros talentos y pasiones es clave al establecer nuestro propósito; es descubrir qué es lo que uno tiene para ofrecerle al mundo y nos trasciende. Muchas personas a determinada edad ya no visualizan sus proyectos como la recompensa a alcanzar, quizás porque ya la alcanzaron. Sienten luego de varios logros un vacío. En este punto, preocuparse por los otros hace que “todo vuelva a empezar” y es cuando se activa el sistema de recompensas; ese que nos hace sentir placer, esta vez, frente a la expectativa de bienestar del otro.
Hacer el bien nos motiva en sí mismo. Y el hecho de reconocer que uno hace el bien y que puede ayudar a otras personas, nos hará sentir aún mejor y es algo maravilloso. ¡Lo mejor de todo, es comprobar que somos buenos por naturaleza!
Karen Szwarcfiter
Licenciada en Gerencia y Administración de Empresas (Universidad ORT). Docente universitaria, Pos grado en Dirección de Marketing del IEEM y en Neuromarketing por el IBF (Argentina) / Universidad de Salamanca (España). Directora de KAS Marketing Consulting.