La felicidad y el lugar de trabajo son términos que no siempre se asociaron como muy cercanos. Sin embargo, en las últimas décadas esto comenzó a cambiar y cada vez más se busca el bienestar de los empleados; muchos entendieron que no hay empresa próspera sin trabajadores conformes. Para tratar este tema, Margarita Álvarez -empresaria española, destacada por Forbes como una de las 50 mujeres más poderosas en su país- visitó Uruguay.
La experta, que tiene como lema conseguir que la felicidad sea considerada un tema relevante en todos los ámbitos de la vida, participó del lanzamiento del Centro de Estudios de la Felicidad (CEF) del IEEM. El País conversó con ella y este es un extracto de la entrevista.

—Una de las frases más empleadas cuando se habla de bienestar es: “No vemos el mundo como es, sino como somos”. Pero en cuanto a bienestar laboral, uno puede salir de su casa motivado, con ideas y llegar a un lugar de trabajo con mal ambiente o con un jefe que te trata mal, por ejemplo. ¿Cómo se conecta una cosa con la otra? ¿Es posible que ese mundo real no tiña el “que vemos como somos”?
—La felicidad es una decisión personal y todos vamos a tener a alguien que nos dice una estupidez en la oficina; todos vamos a tener un atasco y a llegar tarde; todos vamos a tener algún problema, pero la decisión es nuestra. Mi recomendación siempre es: estar aquí y ahora, porque el objetivo es disfrutar, aprender, estar en el momento presente, más allá de lo que haya pasado antes o de lo que vaya a pasar en media hora.
Algunos habrán dejado en casa a sus hijos llorando o a su pareja enfadada por alguna cuestión. Pero el estar en este momento, disfrutando, es el secreto para aislar el cerebro, al que le encanta rumiar y estar en el pasado y en el futuro. La clave es centrarlo y decirle: “No, ahora vamos a disfrutar este momento. Ahora tú y yo vamos a estar aquí”.
Para mí, ese es el secreto, porque la felicidad no son grandes eventos, son micromomentos. Entonces, ayudarte a disfrutar del momento presente es lo que va haciendo que sumes y que al final del día digas: “Vale, me he encontrado a esta persona con la que discutí; me he encontrado una situación desagradable, pero he tenido tantos momentos buenos, que me han compensado”.
—Otra de las claves que marcás para la felicidad laboral es el reconocimiento. ¿Cómo definirlo? Se suele pensar en un aumento salarial, pero no siempre es por ahí.
—Las mayores huellas emocionales las tenemos porque no nos sentimos vistos o escuchados. Y el reconocimiento es como decirte: te he visto, te he escuchado y además valoro lo que haces, valoro tu trabajo, te valoro a ti. Y hay mil maneras de hacerlo: una conversación en un pasillo, un WhatsApp, una llamada telefónica, un aumento de sueldo, un reconocimiento público… Son muchas formas, muy diferentes, pero todas sirven para sentirse valorado y decirse a uno mismo: “Esto merece la pena, tengo días difíciles, pero lo vale”.
Hay empresas a las que les decimos que, en lugar de que el reconocimiento venga del jefe directo, venga de alguien de su entorno. Eso tiene todavía más valor, porque quiere decir que tu jefe te valora y además lo comenta.

—Y fortalece también el sentimiento de pertenencia del empleado.
—Claro, es muy relevante sentir que aportás valor en la organización. Pero si nadie te lo dice, tú no tienes esa certidumbre, que es muy clave para que te enganches a un proyecto, a un equipo, a una empresa.
Muchas veces, pensamos que el reconocimiento tiene que ver con lo económico, pero no siempre es así. Y hay algo que es muy importante: el salario, por sí solo, no te genera felicidad, pero si no te sientes bien pagado o si te sientes injustamente pagado, eso te resta felicidad.
De hecho, hay dos inhibidores muy claros de la felicidad: uno es la soledad y el otro es no llegar a final de mes con tu salario. No se puede hablar de ser feliz con alguien que no le puede dar de comer a sus hijos, por ejemplo. Entonces, sentirse justamente pagado es la base, no es un reconocimiento.
—Dar un reconocimiento directo es posible en contextos de oficina o en equipos pequeños. Pero, ¿cómo se trabaja en contextos de cientos o miles de trabajadores?
—Algo que nos sirve mucho para sentirnos plenos en el trabajo es sentir que tenemos cierta autonomía, creatividad, que aportamos una parte nuestra. Pero hay trabajos que no lo tienen, porque es algo estandarizado o mecánico. En esos casos, lo que se trabaja es la parte social y se busca que las personas se enganchen porque forman parte de una tribu, porque se sienten parte y tienen conexiones emocionales potentes. Que entren en ese lugar y sientan que están en una familia de segundo grado, un lugar donde se sienten cómodos, seguros, plenos; buscar la parte humana de conexión.
—¿Y cómo se hace? ¿Generando instancias de encuentro o mejorando espacios comunes, por ejemplo?
—Exacto, con lugares de encuentro y con actividades en las que los trabajadores puedan participar y se unan. De hecho, muchas veces más personas nos dicen: “Yo estoy en esta empresa o en este proyecto, por el equipo, porque trabajo con estas personas a las que no quiero dejar”. Eso lo puedes crear y es muy importante cuidarlo.
—La imagen de siempre es la de un manager, dueño, director o el cargo jerárquico que fuere que no se ocupa del bienestar del empleado, sino de que la empresa facture y el balance sea ganancioso. ¿Ha sido muy difícil dar ese paso a que haya más conciencia sobre la necesidad de bienestar del trabajador?
—Nunca pensé que diría esto, pero eso es algo bueno que nos ha traído la pandemia. Desde ese momento, por primera vez en las empresas se puede hablar de salud mental. Era una línea roja absoluta. La salud mental era un tema del que no se podía hablar porque era personal.
Ahora hay empresas que genuinamente empiezan a hablar de bienestar y de felicidad y otras que no lo han tomado así, pero han tenido que entrar porque cada vez más personas remarcan que su salud mental es prioridad y lo tienen que tratar.
—En el otro extremo está lo que se conoce como “renuncia silenciosa”, que se da cuando la persona ya no está motivada, cumple el mínimo y no quiere estar allí. ¿Hay formas de revertir eso?
—Sí, lo hay. Todas esas situaciones son reversibles, pero llevan tiempo. En algunos momentos, incluso te diría que yo misma me he equivocado porque el esfuerzo ha sido tan grande que he perdido mi propia productividad, pero todos los casos o el 99% son reversibles. Solo hay que escuchar y empatizar.
Cuando la persona entra en un proceso de renuncia silenciosa o de “despido interior”, es porque hay claves que desde la empresa se fueron perdiendo; no se fueron escuchando esos mensajes que el trabajador lanzaba. Escuchar, conectar, entender cuáles son esas claves permiten volver a ‘engancharlo’ a ese proyecto del que se desconectó. Es muy importante observar y lleva tiempo, pero es algo que se agradece mucho, porque todos queremos sentirnos enganchados. Nadie quiere pasar 8 horas en un lugar en el que está desconectado, porque se sufre muchísimo.
Y, si bien la felicidad es una decisión personal individual, lo que el empleador tiene que hacer es no restar. Pero además, debe poner a disposición de las personas todas las herramientas que necesiten para que, si deciden ser felices, puedan serlo.
—Esa es la receta de Bután, conocido como “el país más feliz del mundo”, con el que has trabajado, ¿es cierto?
—Bután lo que hizo fue preguntar a sus ciudadanos qué les hace felices. Y sobre eso hicieron un modelo complejísimo que se basa en siete pilares. Su mensaje es: “La decisión es tuya, pero yo como gobierno tengo que asegurarme de que las bases están sentadas y el ecosistema está creado para que nada te reste si tú quieres ser feliz”. Y ese es el secreto en las organizaciones, porque una empresa no puede pretender hacerte feliz, pero sí puede tener el ecosistema apropiado para que te sientas en un entorno en el que puedas desarrollarte y sentirte pleno.
—¿Cómo llegaste a trabajar con el gobierno de Bután?
—En 2005, creamos el primer Congreso Internacional de la Felicidad en Madrid y traje al primer ministro de Bután. Algo que parecía imposible, pero a partir de ahí se generó un vínculo súperespecial tanto en las relaciones entre Bután y España, como en las relaciones del gobierno de Bután conmigo.
—¿Hay muchas diferencias entre los jóvenes de hoy -a los que se suele llamar ‘generación de cristal’- y los trabajadores mayores de 40 o de 50?
—Creo que las nuevas generaciones nos han traído dos cosas buenas. Una es su preocupación por la salud mental y otra es su preocupación por el propósito de la empresa. Ellos quieren dedicarse a algo que los haga sentir orgullosos. Y eso está muy bien, porque nos está ayudando a cambiar la perspectiva a los que teníamos otra forma de entender el trabajo.
Pero también es verdad que su forma de trabajar es muy distinta, su compromiso es diferente y es verdad que los padres y la sociedad en general, con la hiperprotección, hemos creado generaciones menos tolerantes a la frustración y que, a la primera de cambio, se rinden.
Tenemos que volver a dejar que los niños y adolescentes desarrollen herramientas que, cuando sean adultos, les serán fundamentales. Y, de hecho, siempre digo que lo ideal en las organizaciones es que tengamos complementariedad en los equipos: gente más adulta y gente joven y que todos tengan la humildad suficiente de saber lo que aportan unos y otros.
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