Antònia Siquier Perelló/The Conversation
Cierre los ojos e imagine la enfermedad de Parkinson. ¿Qué ve? Seguramente a un señor mayor, de manos temblorosas, movimientos lentos, mirada perdida y cara inexpresiva. Camina con pasos cortos, inestables, casi arrastrando los pies y ligeramente encorvado hacia delante, como si fuera a caerse.
Es una descripción tan válida como sesgada por la tradición científica. La enfermedad de Parkinson no entiende de edades, sexo, ni fronteras. ¿Qué es y qué se esconde detrás de la segunda dolencia neurodegenerativa más frecuente después del Alzhéimer? ¿Cuáles son sus caras menos conocidas? ¿Afecta a todo el mundo por igual? A continuación desgranaremos estas cuestiones.
Muchos pacientes no tiemblan
La enfermedad de Parkinson es un trastorno neurológico crónico y progresivo caracterizado por una neurodegeneración en las principales fuentes de dopamina implicadas en el control de los movimientos: la sustancia nigra y el área tegmental ventral. Esta deficiencia dopaminérgica da lugar a una marcada lentitud de los movimientos (bradicinesia) acompañada de rigidez, inestabilidad postural o temblor en reposo.
Son los síntomas motores imprescindibles para emitir un primer diagnóstico. Sin embargo, temblor no es sinónimo de Parkinson. De hecho, cuatro de cada diez pacientes no tiemblan, y eso no significa que la enfermedad no esté presente, ni mucho menos.
¿Cuestión de dopamina? Sí, pero no únicamente
Más allá de los déficits dopaminérgicos, todo un engranaje de alteraciones en distintos sistemas y mecanismos conforman esta patología. Así pues, los síntomas motores son solo cuatro pinceladas de un cuadro mucho más complejo y heterogéneo, lleno de síntomas tan discapacitantes o más que los motores, que van erosionando la funcionalidad y calidad de vida de quien los vive y sus familiares.
Alteraciones en la fase REM del sueño, depresión, dolor, déficits cognitivos, reducción de la capacidad olfativa (hiposmia), bajadas en la tensión arterial o estreñimiento constituyen biomarcadores tempranos del párkinson. Son síntomas que preceden años antes a su diagnóstico, puesto que cuando las manifestaciones motoras aparecen, más del 40 % de las neuronas dopaminérgicas ya han muerto.
Por ello, uno de los mayores retos es la detección temprana de la enfermedad. Las mujeres suelen ser diagnosticadas más tarde respecto a los hombres. ¿A qué se debe?
¿Cuestión de sexo?
La incidencia y prevalencia de la enfermedad es entre 1,5 y 2 veces mayor en hombres que en mujeres y su debut es más temprano en ellos. Aunque la causa subyacente de esta notable diferencia se desconoce, los estrógenos parecen jugar un papel clave. Estas hormonas se encuentran en niveles más altos durante los años de reproducción y disminuyen en la menopausia, que es cuando se detiene el ciclo menstrual y la incidencia de Parkinson se equipara a la de los hombres.
Parece ser que los estrógenos actuarían como escudos protectores contra los principales mecanismos de la neurodegeneración, aunque mujeres en edad reproductiva pueden padecer Parkinson. Pese a que es una patología asociada al envejecimiento, no es exclusiva de gente mayor: en España, por ejemplo, el 15 % de los casos se diagnostican en pacientes menores de 45 años.
Otros factores como el estilo de vida, aspectos sociales y culturales o la propia heterogeneidad de síntomas pueden enmascarar la enfermedad.
Más allá de la biología, las mujeres afectadas son un colectivo con escasa representación a lo largo de la historia de la investigación y en los ensayos clínicos. Arrastran un estigma social fruto de la ausencia de referentes femeninos y de la imagen sesgada del hombre mayor, blanco y con temblor con el que identificamos la enfermedad.
Además, la idea de “mujer cuidadora”, que se encarga de la casa, los hijos y el trabajo, y atribuye el cansancio al estrés y el mal dormir al ritmo de vida y no a un posible inicio de la enfermedad de Parkinson, dificultan su diagnóstico precoz.
La tríada de la mujer: depresión, dolor y fatiga
En cuanto a los síntomas, las mujeres tienden a manifestar mayor depresión, fatiga y dolor. También experimentan más cambios de peso, sudoración excesiva o pérdida de olfato y gusto. Por el contrario, los problemas de lenguaje, la hipersexualidad y la reducción en la expresión facial (hipomimia) son más comunes en los hombres, así como la rigidez y los bloqueos de la marcha.
En cuanto al temblor y las caídas recurrentes, afectan más a las pacientes femeninas. En este sentido, podrían influir comorbilidades como la artrosis o la osteoporosis.
Además, en ellas se observan mayores efectos adversos provocados por el tratamiento farmacológico, como los movimientos erráticos involuntarios (discinesias) y las fluctuaciones de los síntomas. Estos se ven influidos por aspectos inherentes de la mujer: la menstruación, la menopausia, el embarazo o los ciclos hormonales.
De hecho, los distintos cambios hormonales se relacionan directamente con los altibajos de los síntomas y la eficacia de los fármacos. Por ejemplo, en la fase premenstrual suele manifestarse un empeoramiento motor, probablemente debido a la reducción de los estrógenos.
En cuanto a la progresión de la dolencia, estudios recientes sugieren que la evolución de los síntomas motores es algo más favorable en ellas. Sin embargo, las mujeres perciben mayor afectación funcional para realizar las actividades de la vida diaria.
¿Y respecto al funcionamiento cognitivo? ¿Quién presenta mayor riesgo de progresión a demencia? Ante las notables diferencias descritas entre hombres y mujeres, ¿podemos esperar diferencias? ¿Qué indicadores son los más sensibles para identificar un declive cognitivo? ¿Son los mismos en mujeres que en hombres? Se trata de preguntas sin una respuesta clara que, desde el grupo de Neuropsicología y Cognición de la Universitat de les Illes Balears, trabajaremos para aportar nuestro granito de arena y arrojar luz en este tema.
Independientemente del género, la caracterización precisa del perfil cognitivo permitirá predecir la evolución del proceso neurodegenerativo y una identificación precoz de los pacientes con mayor riesgo de progresión a demencia.
Y por último, entender cómo se manifiesta la enfermedad en ambos sexos es clave para garantizar el tratamiento más adecuado en cada paciente. Esta premisa será la que guiará nuestra investigación.