La Nación - GDA
La historia da cuenta de lo difícil que fue siempre para los seres humanos hacer que coincidan las expectativas amorosas. Cuando alguien nos gusta y empezamos a conocernos, aspiramos invariablemente a ponerle un rótulo a ese vínculo que se mantiene sin avanzar a ninguna parte, aun a sabiendas de que ser novios, matrimonio, pareja, compañeros o lo que sea socialmente aceptado, no garantiza amor del bueno.
Durante siglos se usó la palabra “amantes” para describir a una relación clandestina basada, supuestamente, en el sexo. En la década de los noventa esa connotación negativa fue cediendo gracias al concepto del “amigovio/a” o amigo/a con beneficios, léase dos individuos solteros no monógamos conectados por un afecto sincero pero sin más futuro que sexo cada tanto.
Más tarde, las redes inauguraron la era de la incertidumbre con el “Es complicado”, expresión de una realidad que vino para quedarse y que acabamos naturalizando a fuerza de naufragar en las plataformas de citas. Pero para el tiempo y las cosas se ponen cada vez más oscuras: en un contexto de creciente desidia por los sentimientos ajenos surge la situationship, un estatus aún más precario que el primero. Estar en una situationship es menos que ser el o la amante de alguien, pues en este caso no hay certeza que haya un contacto físico regular y, peor, es probable que una de las partes no se sienta sinceramente atraída.
La escritora Carina Hsieh popularizó este término en una columna de opinión publicada en 2017 en la revista Cosmopolitan para describir a esa clase de relaciones románticas- sexuales en las que dos personas pueden estar pasando tiempo juntas pero no estar saliendo ni siendo pareja, ni tener alguna clase de compromiso, etiquetas que resultan incómodas y extemporáneas en un momento en que las convenciones heteronormativas están siendo cuestionadas, decía un artículo publicado por la revista Psychology Today. De ahí que el término situationship haya ganado popularidad, sobre todo entre la gente de la Generación Z, aunque suma adeptos entre los adultos que prefieren definir así a lo indefinido.
“Diría que el equivalente de este término en castellano sería ‘tener un asuntito’ (ni siquiera un asunto)” decía Raúl González Castellanos, sexólogo, psicopedagogo y terapeuta de pareja en un artículo del diario El País. “Es decir, una interacción con carácter lúdico en la que no hay compromiso ni sufrimiento y que debe ser bastante efímera en el tiempo. Lo que está fenomenal. El problema es cuando esa relación se prolonga y hay uno/a que pide más o que no está satisfecho con la situación. Querámoslo o no, tenemos sentimientos y no siempre son fáciles de controlar. Durante el orgasmo y la relación sexual placentera el cuerpo genera oxitocina y dopamina. La oxitocina es la hormona del amor, de los lazos sociales; mientras que la dopamina genera enganche, adicción” agregaba.
Atravesar una situationship
Tener una situationship no le hace mal a nadie, de hecho, todas las tenemos o las hemos tenido, el secreto de los que las atraviesan con éxito o al menos sin mayores heridas es el control de las expectativas, y la certeza de que el amor es otra cosa, por suerte, muy distinta. “La libertad tiene poco que ver con estar controlando una interacción para que no avance ni retroceda y se mantenga en un estado poco natural, de estatismo”, señalaba a El País Cristina Pineda, psicóloga y sexóloga. “No digo que no pueda darse ese caso pero, generalmente, en este tipo de vínculos hay uno que lo va a pasar mal, que no será capaz de manejar sus sentimientos de la manera adecuada y esto repercutirá en sus futuras relaciones, en las que pondrá el freno o, simplemente, las evitará. Este miedo a implicarse, a sufrir, hará que mucha gente no conozca nunca el amor profundo”.