Marcos Cánovas, The Conversation
La comunidad educativa se fijó en las posibilidades de las redes sociales para implementar propuestas de formación desde que, a comienzos de la década de los 2000, empezó el desarrollo espectacular de la llamada web 2.0. Se potenciaban los recursos de interacción entre las personas usuarias, es decir, las redes sociales.
La creación de Facebook en 2004 marcó un momento trascendente. El éxito de la plataforma desencadenó un proceso de integración de las redes sociales en las actividades de los centros formativos, en todos los niveles de educación. Las nuevas plataformas que aparecían, algunas de tanto éxito como YouTube, Instagram, Twitter o TikTok, se incorporaban al proceso.
Las posibilidades interactivas de estas redes son enormes. Pero hay que llamar la atención sobre los riesgos, ya que no son herramientas ideadas para su uso educativo.
La situación en Hispanoamérica
Los datos de los países hispanoamericanos ofrecen situaciones diversas. El Memorándum de Montevideo, de 2009, traslada a las plataformas la obligación de fijar la edad mínima de acceso. Este criterio es el que parece seguirse en México, con la referencia a la edad que suelen establecer las propias redes sociales, que es de 13 años.
En Colombia, por su parte, se trabaja en un proyecto de ley para prohibir el acceso de menores de 14 años a las redes sin autorización paterna o materna. Por otra parte, en Argentina, el consentimiento de cesión de datos solo se puede dar a partir de los 16 años.
Algoritmo y comportamiento adictivo
La dictadura de los me gusta y los comportamientos adictivos a los que quedan sometidas las personas usuarias se basan en la explotación de rasgos vulnerables de la psicología y la sociología humanas. Los algoritmos que distribuyen la información se diseñan para potenciar estos efectos.
En consecuencia, si hay una responsabilidad pedagógica es la de analizar críticamente las redes sociales, no la de normalizar su uso en contextos académicos. En el caso de que se decida incorporar alguna red social a las actividades docentes, los centros formativos tienen que saber qué es lo que van a pedir a los estudiantes que publiquen en espacios que están fuera del control de los mismos centros.
Es cierto que las redes sociales constituyen entornos conocidos por los jóvenes y ello puede facilitar la motivación. También es cierto que hay que dar a conocer al alumnado los riesgos de meterse en e interactuar en estas redes. Su uso indiscriminado e irreflexivo no es una buena manera de lograr una conciencia crítica. Desde luego, no con lo que implica de cesión de datos y supeditación a los algoritmos que pautan la interacción.
Para educar la conciencia crítica, proponemos, más bien, la observación de situaciones reales que se dan en las redes y no tanto la participación pública en ellas. Puede ser útil fijarse en que hay datos que se comparten de forma habitual y que incluyen aspectos delicados.
Pensemos en las imágenes de menores de edad que padres y madres publican con alegría. O lo fácil que puede ser ponernos en la diana de ciertos delitos, como intentos de robo o estafa, al exponer información propia, de la familia o de personas próximas.
Será igualmente recomendable el análisis de la extrema agresividad de ciertas voces, así como de las estrategias que se usan para manipular y difundir mentiras y bulos. Y también resultará muy conveniente la reflexión sobre la ética de las intervenciones y cómo reaccionar ante contenidos inadecuados de cualquier tipo. Pero, seguramente, convendrá hacerlo desde fuera de las redes. Puede ser una buena idea, por ejemplo, practicar en entornos controlados por la institución educativa.
Ventajas e inconvenientes que sopesar
La cuestión del uso de las redes sociales tiene muchos puntos de contacto con el debate actual en torno al uso del celular en las escuelas.
No hay una respuesta única sobre los recursos que se deben usar y cómo. En cada caso se deberán considerar factores como la edad del alumnado, el nivel educativo, los objetivos de aprendizaje o la política institucional respecto a los medios digitales.
En educación superior, por ejemplo, determinadas opiniones o datos compartidos pueden generar problemas en una futura carrera laboral. Pero también es cierto que mostrar tareas llevadas a cabo durante un proceso formativo puede ser el primer paso para generar un portafolios profesional. Hay que encontrar el equilibrio y siempre debe existir una conciencia ética acerca de los procesos que se activan y las posibles consecuencias.