Paulina Bozzolasco Rodríguez es una adolescente tan común como extraordinaria. Tiene 16 años, asiste al liceo, le gusta juntarse con sus amigos y sacarse fotos; pero también usó pañales hasta los 10 años, superó 24 cirugías y el año pasado casi no sobrevivió para contar su historia.
Nació el 7 de febrero de 2007 con el ano imperforado y una fístula recto vaginal. En su segundo día de vida fue operada por primera vez y acabó con una colostomía, abertura que permite redirigir el tránsito intestinal para que la materia fecal pueda ser eliminada en una bolsa recolectora.
Dos años más tarde, las infecciones urinarias eran tan recurrentes que tuvo que realizarse un nuevo estudio. Allí “se vio que tenía todo pegado, el intestino, la vagina y la uretra”, contó su mamá, María Noel. La situación se resolvió gracias al doctor mexicano Alberto Peña, que viajó a Uruguay para operar a Paulina con una técnica que él mismo había desarrollado. Luego de varias intervenciones, el tema del tránsito intestinal y uretral quedó solucionado.
En 2017, Paulina pudo dejar los pañales gracias a la que sería su última cirugía en muchos años. Hasta el año pasado, todo funcionó bien.
Del caos al milagro.
En 2022, Paulina comenzó a sentir dolores abdominales intensos. Los médicos pensaron que se trataba de una apendicitis, así que la operaron.
Sin embargo, los dolores persistieron, y eran tan severos que ni la morfina lograba aliviarlos. Pronto, detectaron una obstrucción intestinal y Paulina terminó en CTI con una infección generalizada. “Cada 48 horas me llevaban al block para limpiarme y al final me dejaron con una ileostomía, que es como una colostomía, pero del intestino delgado”, contó la adolescente, que emplea términos médicos con la misma naturalidad que alguien de su edad nombraría cantantes o series de televisión.
Le dieron el alta, pero la situación empeoró. “Empecé a adelgazar, adelgazar y adelgazar, hasta que, en enero, volví al hospital porque estaba deshidratada y desnutrida”, relató. Después de tres meses de internación, la operaron nuevamente. Pese a la intervención, seguía vomitando con frecuencia, y, para colmo, se agarró una bacteria que la obligó a aislarse. Paulina recordó todos estos meses con angustia: “No podía ni caminar de lo desnutrida que estaba. Tenía 15 años y no podía salir con mis amigas porque estaba así. Fue horrible”.
Un 30 de marzo, la historia cambió de rumbo. A través de una nota de El País, su tía, Alejandra Bozzolasco, conoció el caso de Yanila González, una mujer que había logrado revertir su diagnóstico de paraplejia gracias al tratamiento del vidente y sanador Luis Orsi.
Sin mucha esperanza, le mandó un mail: “Me parecía algo inalcanzable, pero me contestó casi enseguida, el mismo día”, expresó Alejandra. Orsi le pidió una foto y el nombre completo de Paulina, y también que le llevaran alguna prenda de ropa suya lo antes posible.
Paulina y su familia estaban en San José, y el vidente en Montevideo, pero el tío, Edgardo Sueiro, se ofreció a manejar hasta la capital. Orsi —que solo había visto a Paulina en una fotografía y el único dato que sabía de su vida era su nombre— recibió a Edgardo y le presentó un diagrama en el que describía con detalle la situación de la adolescente e incluso mencionaba la cuestión de la bacteria, algo de lo que el tío ni siquiera estaba enterado.
Para Orsi, estaba claro que la situación era grave y por eso quería comenzar el tratamiento cuanto antes. Le transmitió al tío las primeras indicaciones: Paulina debía frotar una vela con sus manos, luego habría que llevar esa vela a su casa y encenderla (manipulándola con guantes o una bolsa de nylon para que solo influyera el tacto de la chica), y por último traer el platillo con los restos del cebo a la próxima consulta.
“Es como una radiografía del campo aural que me permite acceder a la energía que a la persona le falta para recuperarla”, explicó el sanador.
A su vez, energizó el camisón que el tío había llevado y le pidió que se lo regresara a su sobrina para ella se lo pusiera. Lo que pasó después fue un milagro y así lo contó la protagonista: “Antes de que me trajeran ese camisón no dormía de noche, pero fui mejorando la dormida. En cuestión de días que terminé con los vómitos y empecé a comer normal”. En tan solo cuatro días, le dieron el alta.
Volver a vivir.
Si bien había vuelto a su casa y se encontraba mejor, Paulina debía seguir el tratamiento con Luis Orsi para evitar una recaída. Hasta el día de hoy realiza una meditación a diario en la que escucha una melodía que el vidente crea de forma personalizada para cada uno de sus pacientes; también toma baños con tisanas —una combinación de hierbas y especias indicada por Orsi— y visita al sanador para la restauración aural.
En esas visitas, “los pacientes entran en un trance, algunos se duermen y roncan, y el tiempo se les pasa volando”, expuso el vidente. Mientras, les coloca parches en el cuerpo, que deben mantener puestos durante tres días.
En todo este tiempo, Paulina no tuvo recaídas ni ha vuelto a estar internada. Su mamá aclaró que “lo único que está haciendo es el tratamiento con Orsi, nada más”. El País intentó contactarse con el médico que dirigió su última cirugía, pero no obtuvo respuesta.
Según Orsi, aún queda la mitad del camino por recorrer, pero su campo aural está cada vez más fortalecido. Para ella, el cambio fue rotundo. “Antes vomitaba a cada rato y no comía, y ahora empecé a dormir en las noches y a comer bien. Me siento como una niña normal, o sea, como era antes del año pasado”, sostuvo.
“No puedo decir que no tuve días de bajón o que a veces no tenía esperanzas, pero siempre pensaba que iba a poder salir adelante y ser como mis amigas, que salían todos los días y tenían problemas de amor y no de salud”, concluyó.
Soñar con trabajar en el hospital.
“La persona que me sacó adelante fue mi madre. No estaría acá si no fuera por ella”, aseguró Paulina, y añadió que el primero de marzo nació su sobrina, quien también le ha dado fuerzas para seguir. Además, ha aprendido que no todo es ciencia y estadísticas: “Si tenés la mente positiva, las cosas saldrán bien, pero si no ves nada lindo, ni la luz ni la fe ni nada, te quedarás en ese pozo y te seguirás hundiendo”.
Ahora, ni ella ni su familia temen lo peor. En su lugar, crecen los sueños: “Quiero estudiar mucho y trabajar en los hospitales como psicóloga clínica para devolver un poco todo lo que los médicos hicieron por mí”, afirmó.
Su tía, Alejandra, destacó el compromiso que tiene con los estudios: “Ha pasado meses internada y ha tenido la fuerza de salir y dar exámenes. Jamás perdió un año escolar y tiene muy buenas notas”.