Ya no quedan dudas que no solo se come por hambre. En ciertas circunstancias, algunas personas también lo hacen por presión social. Y es momento de pensar qué elegimos para sumar a nuestra alimentación y a qué le decimos que no y por qué.
En pleno diciembre, en la previa de las fiestas tradicionales, los relatos dan cuenta que diciembre es un mes difícil para cuidarse en la alimentación. Este mes, no faltan en la consulta frases como: “Hay muchas reuniones este mes”; “Tengo muchas cenas por mi trabajo; o “Todavía me quedan como cinco despedidas de fin de año, no puedo controlar mi ingesta ni la comida que me sirven en cada una”.
A los acontecimientos sociales, también se suman situaciones cotidianas que están muy arraigadas a nuestra forma de ser y pensar. Una persona está a dieta y su pareja le dice, por ejemplo: “Ah te cociné una torta y no la vas a probar”, “Mirá, te traje estas masitas” o “La comida no se desperdicia, así que hay que terminarla”.
Tratemos de razonar estas situaciones. Quizás, entendiendo el porqué de cada una de estas costumbres, podemos tomar decisiones más libres y, sobre todo, actitudes basadas en nuestro deseo personal y no en lo que se nos impone en un grupo determinado.
Individuo vs. manada
El comportamiento humano en grupo es muy interesante. Por un lado, los grupos tienden a ser homogéneos para funcionar en armonía; por otro, todas las personas deseamos pertenecer a uno, lo que nos lleva a intentar parecernos a los demás integrantes.
Si trasladamos esto a la comida, imaginemos un grupo de trabajo o de amigos en una reunión de fin de semana o en una de las múltiples comidas que se organizan en el ámbito laboral, clubes u otras asociaciones.
El grupo decide que la cena será pizza y hamburguesas, pero uno o varios de sus integrantes manifiestan que están cuidándose y no quieren consumir este tipo de alimentos.
Sin duda, comenzarán los comentarios: “Comé solo un poquito”, “Un día no pasa nada” o “Es solo un sanguchito”. Los habrá peores, como “Dale, nadie le contará a tu nutricionista”.
Muchas veces, las personas ceden ante esta presión social y terminan comiendo algo que no querían, solo para no desentonar con su “manada”.
Como mencioné antes, el juego es doble: los grupos prefieren que nadie se destaque y, a su vez, las personas buscan ser parte.
Lamentablemente, en estas circunstancias, aún existen comentarios sobre el cuerpo ajeno. “¿Aumentaste de peso?”, o “¿estás más delgado?”. Sin embargo, cuando alguien decide cambiar su alimentación, parece que los grupos conspiraran en su contra. De repente, en los trabajos abundan las donaciones de chocolates y bizcochos acompañadas de frases como: “Un poco para cada uno no le hace mal a ninguno“.
Aquí reaparece el fenómeno de la presión social: quizás ese compañero que está cuidando su alimentación, está demostrando que puede elegir otra forma de alimentarse, que es posible optar por una mejor calidad de comida y un cuerpo más saludable. Esto pone en evidencia lo que los demás no hacen, convirtiendo a esa persona en “el raro”.
¿Será que en este mundo hemos normalizado comer mal y el sobrepeso? A veces, lo que consideramos normal está definido por lo que hace la mayoría y la mayoría de la población mundial padece sobrepeso y no se alimenta como su cuerpo necesita. Para reflexionar…
Por otro lado, me gustaría que pensemos en el acto de tirar comida. El problema del mundo actual no es la falta de alimentos, sino la sobreproducción, utilizada por muchas empresas para manipular los precios. A su vez, los problemas de malnutrición global no se deben solo al hambre, sino también a la obesidad y el sobrepeso. Entiendo que hay personas que lamentablemente no tienen acceso a la comida, pero comer lo que sobra “para no tirarlo” no solucionará ese problema. Si te da pena desperdiciar, puedes regalar, congelar o incluso buscar un comedor comunitario donde ese alimento pueda ser útil. Lo que no es recomendable es convertirte en el “basurero” que come lo que queda en las reuniones o en el plato de tus hijos.
Soluciones para enfrentar esta presión
- Elegir conscientemente el menú del grupo. Si tenemos ganas de disfrutar esa comida, podemos elegirla sin culpa y comer con moderación. Cuando la decisión ya está tomada, es menos probable que comamos en exceso. Además, recordemos que, en reuniones y fiestas, la verdadera alegría proviene del encuentro y el disfrute con amigos y familia. La comida no debería ser la prioridad. Lo que realmente incomoda es no ser consecuentes con nuestras decisiones, como ir a una reunión diciendo: “No voy a comer nada” y luego hacerlo con culpa, así terminamos comiendo el doble.
- Modificar el menú. Otra opción es proponerle al grupo alternativas más saludables. Picadas con opciones sanas, tartas de verduras o carnes a la parrilla son elecciones que todos pueden disfrutar. ¿Por qué no ser gestores del cambio?
- Decir “no, gracias”. En encuentros casuales, como una merienda improvisada en el trabajo, es perfectamente válido decir: “Gracias, no quiero”. Es importante recordar que si alguien se ofende, ese es su problema. Quienes eligen no comer simplemente están tomando una decisión personal basada en su deseo y eso no tiene nada de malo.
El verdadero motivo de reunirnos es compartir tiempo, no la comida. La comida es solo un aspecto más del encuentro y no debería ser el centro de todo. Seamos consecuentes entre lo que decidimos y lo que hacemos”. Si decidimos comer en una reunión, que sea para disfrutarlo y sin culpa: una hamburguesa no mató a nadie. Pero si optamos por no hacerlo, que sea porque no nos interesa o porque no deseamos comer ese tipo de alimentos ese día.
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