Rubén Fernández, The Conversation
Desde los años ochenta aproximadamente, nuestra sociedad se enfrenta a unas cifras de sobrepeso y obesidad preocupantes. El exceso de kilos y de grasa corporal se ha definido como una enfermedad crónica multifactorial que reduce la esperanza y calidad de vida. Es un factor que aumenta el riesgo de mortalidad y sufrir discapacidad, enfermedades crónicas como la hipertensión, dolencias cardiovasculares, diabetes tipo 2 y diferentes tipos de cáncer, entre otras.
Uno de los efectos promovidos por el exceso de grasa corporal es el estado proinflamatorio y la disfunción del sistema inmune que este genera en el organismo, lo que explicaría ese aumento del riesgo de mortalidad y de sufrir enfermedades crónicas. El tejido graso o adiposo está formado por unas células llamadas adipocitos que, al acumular demasiada grasa, comienzan a secretar moléculas inflamatorias, y algunas de ellas activan la respuesta inmunitaria de nuestro organismo.
Por ejemplo, se ponen en acción algunos “guerreros” de nuestras defensas como los macrófagos, que aumentan la inflamación en el propio tejido graso e incrementan la disfunción de los adipocitos, poniendo en marcha el círculo vicioso de una relación tóxica para nuestro organismo. De ese modo, la obesidad se convierte en una enfermedad inflamatoria crónica de bajo grado.
En la última década se ha popularizado un patrón dietético que nació originalmente para combatir el exceso de peso y la grasa corporal: el ayuno por restricción de la ventana de ingestas. Este tipo de ayuno intermitente se basa en acotar diariamente el tiempo en el que comemos (entre 4 y 10 horas). Durante el resto de la jornada (de 14 a 20 horas) solo tomaríamos bebidas sin calorías como agua, infusiones y/o café, para mantenernos hidratados.
De manera sencilla, sin necesidad de contar las calorías ni modificar o restringir alimentos en la dieta, el ayuno por restricción de la ventana de ingestas ofrece beneficios cardiometabólicos incluso aunque no haya cambios notables en la báscula. Todas estas cualidades explican las elevadas cifras de cumplimiento y satisfacción en las personas que lo llevan a cabo.
Horas de comer alineadas con los ritmos circadianos.
Una de las claves de esta modalidad de ayuno reside en alinear nuestros ritmos circadianos, es decir, el “reloj interno” que rige el funcionamiento de nuestros órganos, relacionado con el horario solar. Se ha comprobado que este mecanismo biológico controla las respuestas innata y adaptativa del sistema inmune.
Por ejemplo, alimentarnos “fuera de fase” con los ritmos circadianos (comer por la noche o tener una ventana de ingestas de doce o más horas) promueve la inflamación crónica de bajo grado. Por lo tanto, la restricción podría estar ejerciendo sus efectos antiinflamatorios a través de la modulación del sistema inmune.
Además, debemos tener en cuenta que este tipo de ayuno aumenta la diversidad de nuestra microbiota intestinal y diferentes grupos de bacterias beneficiosas, lo cual también tendría un impacto positivo en la inflamación y la propia respuesta inmune.
Efectos antiinflamatorios.
Para comprobar si hay una relación entre los beneficios de este hábito dietético y la mejora del sistema inmunitario, hemos realizado un estudio en el que analizamos los 25 trabajos llevados a cabo, con un total de 936 participantes, en esta área de investigación.
Así pudimos determinar que, efectivamente, quienes siguen la restricción de la ventana de ingestas registran un descenso del factor de necrosis tumoral alfa (un biomarcador de la inflamación) y la leptina. Esta hormona secretada por el tejido graso no solo se encarga de regular el apetito, sino que también modula la respuesta inflamatoria e inmune.
Los hallazgos estarían relacionados en parte con la pérdida de peso asociada al ayuno, aunque tienen peso otros factores previamente comentados como el impacto positivo sobre la salud metabólica, el sistema inmune o la mejora de la microbiota intestinal.
Si bien se necesita seguir investigando para establecer conclusiones más sólidas, estos resultados son prometedores y abren una vía para considerar que el acotamiento de las horas en las que comemos podría ser de gran ayuda para tratar diferentes enfermedades que cursan con inflamación crónica de bajo grado, como la obesidad, la diabetes tipo 2 o la depresión.
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