Bruno Bizzozero Peroni/The Conversation
Según la Comisión Lancet sobre salud mental a nivel mundial y desarrollo sostenible, “todos los países pueden considerarse países en desarrollo en el contexto de la salud mental”. En los últimos años, las enfermedades mentales han aumentando en todas partes del mundo, y ya se encuentran entre las diez principales causas de carga de morbilidad.
Uno de los trastornos más prevalentes en este ámbito es la depresión. Según estimaciones del año 2021, la misma afecta a más de 330 millones de personas y está relacionada con un deterioro en la calidad de vida y un mayor riesgo de sufrir otro tipo de enfermedades.
Y aunque los avances en la investigación han demostrado la eficacia de los tratamientos psicológicos y farmacológicos, no todos los pacientes logran o mantienen la remisión de los síntomas sólo con la terapia estándar.
Lo que comemos.
En lo que se refiere a la prevención, la suma de los factores biológicos, psicológicos, ambientales y sociales implicados plantean un serio desafío.
Se han identificado varios factores de riesgo relacionados con el estilo de vida, como el tabaquismo, el alcohol o la inactividad física. Y entre ellos, la alimentación ha recibido especial atención por parte de los científicos.
El hecho es que los estudios epidemiológicos han encontrado una relación consistente entre una alta adherencia a la dieta mediterránea y un menor riesgo de depresión en la población adulta.
Sin embargo, la evidencia científica sigue siendo limitada para responder a otra pregunta: ¿son las intervenciones basadas en la dieta mediterránea efectivas para reducir los síntomas de quien ya padece una depresión?
Los estudios.
Aunque los primeros estudios epidemiológicos hechos a gran escala que analizaron la influencia de la dieta en el desarrollo de patologías crónicas datan de la década de 1950, el interés por la relación existente entre los alimentos que ingerimos y la salud es muy antigua. Hipócrates (aproximadamente 460-370 a. e. C.), quien es considerado el padre de la medicina occidental, ya estableció que las recomendaciones dietéticas constituían, junto a la actividad física, uno de los factores esenciales del estilo de vida para restablecer el equilibrio en las personas enfermas.
En la última década han aumentado los estudios científicos que apoyan el rol de las intervenciones basadas en la dieta para la salud mental. Así, la Sociedad Internacional de Investigación en Psiquiatría Nutricional aboga por que la llamada medicina nutricional se considere un elemento central en la práctica psiquiátrica.
En lo que se refiere a la depresión, se sabe que adoptar ciertos hábitos dietéticos poco saludables (como las dietas ricas en alimentos ultraprocesados y abundantes en grasas, altas en azúcares añadidos, sodio y aditivos químicos) puede favorecer la liberación de citoquinas proinflamatorias por parte del sistema inmunitario. Y esto aumentaría directamente el riesgo de producir, entre otras desregulaciones de la salud mental, los síntomas depresivos.
En cambio, adoptar hábitos dietéticos que sean saludables como la dieta mediterránea, rica en alimentos como frutas, hierbas, especias, aceite de oliva virgen, cereales integrales, frutos secos y verduras, proporciona una fuente de compuestos bioactivos con fuertes propiedades antioxidantes, los cuales pueden afectar positivamente a los principales mecanismos biológicos (estrés oxidativo y estado proinflamatorio) de la depresión.
Evaluación de la dieta mediterránea como terapia
Para comprobarlo, hemos realizado un estudio que sintetiza cinco ensayos clínicos con 1 507 personas adultas de entre 22 y 53 años. Nuestro trabajo evaluó el efecto de intervenciones basadas en la educación nutricional –a través de recomendaciones dietéticas y administración de alimentos que promovían la adherencia a una dieta mediterránea– con una duración de 2 a 48 semanas.
De esta forma, pudimos determinar que quienes se adhirieron al grupo de intervención basado en la dieta mediterránea reportaron un menor número de síntomas de depresión tras el tratamiento en comparación con los adultos del grupo control, tanto desde un punto de vista estadístico como en relación a una perspectiva clínica.
Estos efectos podrían atribuirse a que una dieta saludable como la mediterránea sería capaz de reducir los niveles de marcadores inflamatorios sistémicos específicos –como la proteína C reactiva– asociados a los comportamientos depresivos.
Las intervenciones sobre el estilo de vida, basadas principalmente en la promoción de una alimentación sana, podrían jugar un rol importante en el alivio de los síntomas de los pacientes. Y sin efectos secundarios.
Si bien se necesitan más ensayos clínicos a gran escala y a largo plazo en todas las edades adultas para establecer conclusiones más sólidas, los resultados son prometedores.