The New York Times/Jason Horowitz
La mayoría de los miembros de la banda DOT seguían el lema de vivirrápido y morir jóvenes. Pero mientras bebían y se drogaban, un estilo de vida habitual en la escena grunge de la década de 1990, después de los conciertos en el Whiskey a Go Go, el Roxy y otros clubes de la Costa Oeste, el guitarrista de la banda, Valter Longo —un estudiante de doctorado italiano obsesionado con la nutrición— luchaba contra una adicción a la longevidad que le duraría toda la vida.
Ahora, décadas después de que Longo abandonara su banda grunge para dedicarse a la bioquímica, el profesor italiano se sitúa con su melena de rockero y su bata de laboratorio en el nexo de unión de las obsesiones italianas por la alimentación y el envejecimiento.
“Para estudiar el envejecimiento, Italia es increíble”, afirmó Longo, un jovial hombre de 56 años, en el laboratorio que dirige en un instituto oncológico de Milán, donde participará en una conferencia sobre el envejecimiento a finales de este mes. Italia tiene una de las poblaciones más envejecidas del mundo, con múltiples regiones con centenarios que tientan a los investigadores en busca de la fuente de la juventud. “Es el nirvana”.
Longo, que también es catedrático de gerontología y director del Instituto de Longevidad de la USC en California, aboga desde hace tiempo por una vida más larga y mejor a través de la alimentación Lite Italian, una de las teorías de una explosión mundial sobre cómo mantenerse joven en un campo que, en sí mismo, aún está en su adolescencia.
Además de identificar los genes que regulan el envejecimiento, ha creado una dieta a base de plantas y frutos secos con suplementos y galletas de col rizada que imita el ayuno para, según él, permitir que las células se deshagan del equipaje nocivo y rejuvenezcan, sin el inconveniente de pasar hambre de verdad. Ha patentado y vendido sus kits de dieta ProLon, ha publicado libros superventas (La dieta de la longevidad) y la revista Time lo ha calificado de influyente “evangelista del ayuno”.
El mes pasado publicó un nuevo estudio basado en ensayos clínicos con cientos de personas mayores —incluidas las de la ciudad calabresa de la que procede su familia— que, según él, sugiere que los ciclos periódicos de su falso ayuno podrían reducir la edad biológica y evitar enfermedades asociadas al envejecimiento.
Su fundación privada, también con sede en Milán, elabora dietas para enfermos de cáncer, pero también asesora a empresas y escuelas italianas, promoviendo una dieta mediterránea que, en realidad, no es común para la mayoría de los italianos.
“Casi nadie en Italia sigue la dieta mediterránea”, afirmó Longo, de maneras desenfadadas y acento italiano. Añadió que muchos niños italianos, sobre todo en el sur del país, son obesos, hinchados con lo que él llama las cinco P venenosas: pizza, pasta, proteínas, papas y pan.
Hace poco, la nutricionista de la fundación, Romina Cervigni, se sentó frente a una pared llena de fotos de Longo tocando la guitarra con personas centenarias y estanterías de sus libros sobre la dieta de la longevidad, traducidos a varios idiomas y llenos de recetas.
“Es muy parecida a la dieta mediterránea original, no a la actual”, dijo, señalando fotografías en la pared de un cuenco de legumbres antiguas parecidas al garbanzo, y de una vaina de frijoles verdes calabresa apreciada por Longo. “Su favorita”.
Longo, que ha dividido su tiempo entre California e Italia durante la última década, ocupó en su día un nicho de mercado. Pero en los últimos años, multimillonarios de Silicon Valley que esperan ser siempre jóvenes han financiado laboratorios secretos. Los artículos sobre bienestar han conquistado las portadas de los periódicos y los anuncios de dietas y entrenamientos para rejuvenecer, protagonizados por personas de mediana edad, pululan por las redes sociales de personas de mediana edad que no están en muy buena forma.
Pero aunque conceptos como la longevidad, el ayuno intermitente y la edad biológica —¡solo se es tan viejo como lo sienten las células!— han cobrado fuerza, gobiernos como el italiano se preocupan por un futuro más apremiante, en el que la creciente población de ancianos agote los recursos de los cada vez más escasos jóvenes.
Y, sin embargo, muchos científicos, nutricionistas y fanáticos de la longevidad de todo el mundo siguen observando a Italia, buscando entre sus regiones de centenarios el ingrediente secreto para la longevidad.
“Probablemente se reproducían entre primos y parientes”, dijo Longo, refiriéndose a las estrechas relaciones en las pequeñas ciudades de las colinas italianas. “En algún momento, sospechamos que eso generó en cierto modo el genoma de la superlongevidad”.
Según su hipótesis, los inconvenientes genéticos del incesto desaparecieron poco a poco porque esas mutaciones mataban a sus portadores antes de que pudieran reproducirse o porque el pueblo detectó una enfermedad monstruosa —como el alzhéimer de aparición temprana— en una línea familiar concreta y se alejó de ella. “Si estás en un pueblo pequeño, lo más probable es que te identifiquen”.
Longo se pregunta si los centenarios italianos habrían estado protegidos de enfermedades posteriores por un periodo de inanición y una dieta mediterránea a la antigua en los primeros años de vida, durante la abyecta pobreza de la Italia rural de la época de la guerra. Después, el aumento de proteínas y grasas y la medicina moderna tras el milagro económico de la posguerra los protegieron de la fragilidad a medida que envejecían y los mantuvieron con vida.
Podría ser, dijo, una “coincidencia histórica que nunca se volverá a ver”.
Los misterios del envejecimiento se apoderaron de Longo a una edad temprana.
Creció en el puerto noroccidental de Génova, pero todos los veranos visitaba a sus abuelos en Molochio, Calabria, un pueblo conocido por sus centenarios. Cuando tenía 5 años, vio en una habitación cómo moría su abuelo, de unos 70 años.
“Probablemente era algo muy prevenible”, dijo Longo.
A los 16 años se trasladó a Chicago a vivir con unos parientes y no pudo evitar darse cuenta de que sus tíos y tías de mediana edad, alimentados con la “dieta de Chicago” de salchichas y bebidas azucaradas, sufrían diabetes y enfermedades cardiovasculares que sus parientes de Calabria no padecían.
“Era en la década de 1980”, dijo, “básicamente una pesadilla de dieta”.
Mientras estuvo en Chicago, a menudo iba al centro a enchufar su guitarra en cualquier club de blues que lo dejara tocar. Se matriculó en el reputado programa de guitarra de jazz de la Universidad del Norte de Texas.
Al final entró en conflicto con el programa de música cuando se negó a dirigir la banda de música, así que se centró en su otra pasión.
“El envejecimiento”, dijo, “estaba en mi mente”. Con el tiempo, se doctoró en bioquímica en la UCLA y realizó su formación posdoctoral en neurobiología del envejecimiento en la USC. Superó su escepticismo inicial sobre este campo para publicar en las mejores revistas y se convirtió en un ferviente evangelizador de los efectos de su dieta sobre el envejecimiento. Hace unos 10 años, deseoso de estar más cerca de sus ancianos padres en Génova, aceptó un segundo empleo en el instituto de oncología IFOM de Milán.
Encontró una fuente de inspiración en la dieta pescetariana de Génova y en todas las legumbres de Calabria.
"Los genes y la nutrición”, dijo de Italia como laboratorio del envejecimiento, “son increíbles”.
Pero también le pareció que la dieta italiana moderna —los embutidos, las capas de lasaña y las verduras fritas que el mundo ansiaba— era horrenda y una fuente de enfermedades. Y, al igual que otros investigadores italianos que buscan la causa del envejecimiento en la inflamación o esperan eliminar las células senescentes con fármacos específicos, afirmó que la falta de inversión de Italia en investigación era una vergüenza.
“Italia tiene una historia increíble y una gran cantidad de información sobre el envejecimiento”, dijo. “Pero no invierte prácticamente nada”.
De vuelta a su laboratorio ―donde sus colegas preparaban la “mezcla de caldo” para ratones, de una dieta que imita el ayuno― pasó frente a una fotografía en una estantería en la que se veía una pared rota y se leía: “Nos estamos desmoronando poco a poco”. Habló de cómo él y otros habían identificado un importante regulador del envejecimiento en la levadura, y de cómo ha investigado si la misma vía actuaba en todos los organismos. Dijo que su investigación se benefició de su anterior vida de improvisación musical, porque le abrió la mente a posibilidades inesperadas, entre ellas utilizar su dieta para matar de hambre a células afectadas de cáncer y otras enfermedades.
Longo considera que su misión es prolongar la juventud y la salud, no simplemente aumentar la esperanza de vida, un objetivo que, según él, podría conducir a un “mundo aterrador” en el que solo los ricos podrían permitirse vivir durante siglos, lo que podría obligar a limitar el número de hijos.
En su opinión, un escenario más probable a corto plazo sería la división entre dos poblaciones. La primera viviría como ahora y alcanzaría los 80 años o más gracias a los avances médicos. Pero los italianos tendrían que cargar con unos años largos —y, dado el descenso de la natalidad, potencialmente solitarios— cargados de horribles enfermedades. La otra población seguiría dietas de ayuno y avances científicos y viviría hasta los 100 y quizá 110 años con relativa buena salud.
Practicante de lo que predica, Longo se ve a sí mismo en esta última categoría.
“Quiero vivir hasta los 120 o 130 años. Ahora te vuelves paranoico porque todo el mundo te dice: ‘Sí, claro que tienes que llegar al menos a los 100’”, dijo. “No te das cuenta de lo difícil que es llegar a los 100”.