Por Tatiana Scherz Brener
Las adicciones no solo son un problema para los adictos: el entorno —la familia, los amigos, los compañeros de trabajo— también se ve afectado. Las niñas y niños que crecen o han crecido con madres y padres adictos a alguna sustancia o conducta, lo saben de primera mano.
Crianza.
La adicción, ya sea a una sustancia o a una conducta, es una forma de anestesiar y evitar tomar contacto con emociones dolorosas, indicó la psicóloga Yael Goldsztein. Pablo Fernández Brittez, también psicólogo, estuvo de acuerdo: “La persona que consume sustancias o tiene conductas que cambian su estado de percepción lo hace porque no soporta lo que está viviendo”.
Lo anterior sin duda termina afectando el vínculo que tienen con sus hijas e hijos. “Seguramente la relación sea mucho más superficial y desafectada porque les es difícil conectar emocionalmente consigo mismos y con los otros”, expuso Goldsztein.
A su vez, Fernández añadió que, en el caso de ciertas sustancias, como el alcohol, los reflejos y el habla pueden verse perjudicados y eso los pequeños lo notan. También puede haber más enojos en tanto “el control de los impulsos se empobrece” y es común que haya disputas entre la pareja de padres.
“Los hijos de personas con un consumo problemático de sustancias suelen tener un montón de inseguridades. No saben qué es lo que pasará, ni entienden los comportamientos y eso genera mucha ansiedad y miedo”, sostuvo el especialista.
En cuanto a la posibilidad de que los hijos desarrollen un vínculo problemático con determinadas sustancias o conductas, Goldsztein señaló que la tendencia puede ser mayor “porque es lo que están aprendiendo en su hogar”. Por su parte, Fernández aclaró que “no podemos hacer inferencias lineales, pero las probabilidades aumentarían por un tema de haber visto que los adultos referentes recurrían a ciertas conductas o sustancias para enfrentarse a determinadas emociones o situaciones”.
Diálogo.
Una de las principales dudas cuando hay niños de por medio es qué tanto debemos contarles acerca de lo que está pasando. Para Goldsztein, depende de la edad y su capacidad de entendimiento, así como de los recursos con los cuales se abordará la situación: “Si se requiere una internación, por ejemplo, hay que darle una explicación a ese hijo o hija de por qué mamá o papá no estarán en casa”.
Si bien la información debe adaptarse a las características del infante, siempre hay que manejarse desde la honestidad, opinó la psicóloga. Fernández sostuvo lo mismo: “Hay que evitar las mentiras. Es importante blanquear la situación sin moralizar, pero sí marcando dónde está la salud y dónde no”.
Si se trata de adolescentes, el diálogo es aún más importante. “Quien es adicto a alguna sustancia usa la manipulación para lograr el objetivo de consumir, y los gurises a veces tienen naturalizado un consumo social y no ven muy problemático el de sus padres”, mencionó el especialista.
En caso de querer ayudar a una familia que enfrenta este problema, es importante abrirse a hablar del tema, aseguró Goldsztein. “A veces la gente no quiere meterse o la persona se pone violenta y no se puede dialogar, pero si hay un entorno que sostiene y contiene, es mucho más fácil llegar a una ayuda psiquiátrica o psicológica o a una internación, si lo requiere”, dijo.
Fernández añadió: “Es necesario que, desde el amor, y a veces desde un amor exigente, uno marque lo que está pasando”. Esto es así porque suele haber cierta “ilusión de control” en la que las personas creen que tienen la capacidad de autorregularse. Ante frases como ‘No pasa nada, yo lo controlo’ o ‘Tranqui, voy a dejarlo por dos o tres meses y después retomo’, hay que pedir ayuda a algún profesional.
“Siempre hablando, no moralizando ni señalando con el dedo, porque sino reforzamos la evasión”, subrayó el especialista.
Perdón.
Muchas veces, el vínculo entre madres o padres adictos y sus hijas e hijos se deteriora tanto que, cuando estos crecen, guardan heridas y resentimientos que impiden su bienestar. El perdón se presenta como una posibilidad sanadora, no como si uno fuera el juez del bien y el mal, sino como una forma de soltar un dolor que nos hace mal, expresó Fernández.
Goldsztein coincidió: “Por más terrible que haya sido la infancia o los traumas que hayan quedado, siempre es sano perdonar y evaluar si es posible un acercamiento”. Una de las maneras de lograrlo, o al menos de intentarlo, es sintiendo empatía por el sufrimiento del otro. “El adicto o adicta sufre mucho, y no empezó a consumir para llegar a ser adicto, es decir, es consecuencia de algo que no deseó”, señaló. Y agregó: “Compadecerse de esa persona que sufre, es humano”.
En la misma línea, Fernández afirmó que somos seres imperfectos, hirientes y dolientes, y que nada sucede porque sí. Es posible trabajar el tema y descubrir nuevas formas de leer ese recuerdo para comprender qué llevó a la persona a hacer lo que hizo.
“A veces no queda otra que darnos de frente con la humanidad y ver que nosotros, como adultos, también tenemos conductas que no están buenas para tapar dolores o evadir situaciones”, puntualizó.
A veces hay personas que no quieren o no pueden perdonar, pero la clave es aprender a vivir con eso. “Nada es reprobable. Cada uno hace lo que puede con lo que tiene y con lo que hicieron de uno”, opinó.
El ABC de las adicciones: qué son y qué provocan.
Para Pablo Fernández una adicción es, sobre todo, una pérdida de libertad. “Empieza cuando pierdo la posibilidad de elegir cuándo dejar de consumir una sustancia o de tener cierto comportamiento, y cuando eso genera en mí y en el entorno consecuencias negativas”, explicó el psicólogo, cuya página web es www.psicopfb.uy.
Yael Goldsztein, por su parte, aportó una definición más técnica: “La adicción es una enfermedad que modifica cómo funciona nuestro cerebro”. Una de las competencias que se altera en mayor medida tiene que ver con los receptores de dopamina, e incluso puede llegar a modificarse la estructura del cerebro dependiendo de la edad en la que haya comenzado el problema, indicó.
Lo anterior no significa que el daño sea irreversible. Los seres humanos contamos con plasticidad cerebral, una capacidad que nos permite seguir aprendiendo y modificando nuestro cerebro hasta el último día de nuestras vidas. “Hay que evaluar las características de cada caso, pero siempre está la posibilidad de que el cerebro vuelva a funcionar de una forma similar a la que funcionaba antes”, afirmó la profesional.