Del alma al lienzo: el artista plástico Diego Kröger, un nuevo libro y obras que liberan el dolor

El artista uruguayo pinta y esculpe desde hace casi cincuenta años, pero continúa adaptándose a los nuevos formatos y combina técnicas analógicas y digitales.

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Diego Kroger
Diego Kroger en su atelier.
Foto: Leonardo Mainé.

Diego Kröger sueña entre pavos reales, peces de colores y caballetes. Eso —dice él— es lo que hacen los artistas: soñar. Se dedica a la pintura y la escultura desde hace casi cinco décadas y ha encontrado en el arte una manera de liberar el dolor, reencontrarse consigo mismo y conectar con otros seres, tiempos y espacios. Tiene dos ateliers —uno en las afueras de Montevideo y otro en Cabo Polonio— y ahora también un libro que lleva su nombre, donde muestra y comenta cientos de sus creaciones.

— ¿De dónde viene su pasión por el arte?
— Desde muy chico me atrajo el trabajo manual. Soy bastante curioso y me di cuenta de que podía comunicarme y expresarme a través de mis creaciones. Tenía 17 o 18 años cuando hice mi primera muestra de arte. De ahí en adelante hice muchas exposiciones hasta hace unos 10 años atrás que opté por no hacer más nada y dedicarme pura y exclusivamente a la pintura verdadera, del corazón y del alma. Al no tener un compromiso por delante, una exposición que preparar o una galería que contentar, empecé a ser más sincero en la pintura. En mis obras se ven cosas lindas, pero también otras muy duras, incolgables en cualquier casa. Simplemente es la verdadera expresión mía.

— ¿Por ejemplo?
— Hace unos 10 años comencé a trabajar en una serie sobre el Holocausto. Primero con un poco de pudor, porque uno no sabe en qué camino se mete y a quién puede herir, pero luego encontré que es un tema en el cual hay mucho dolor; un dolor que no está curado, no solo en mí, sino en el mundo entero. Soy de familia alemana, pero no tengo ningún familiar que lo haya vivido. Siento ese dolor como cualquier ser humano. Es algo que tengo que decir y la única manera que sé hacerlo es así, creando.

También he trabajado bastante el tema de los indígenas en Uruguay. Tengo una escultura de Guyunusa, la última mujer charrúa, que está en Cabo Polonio. Siempre he sentido de cerca estos temas vinculados al abuso de poder.

— ¿Qué puede hacer el arte con todo ese dolor?
— Cuando termino una obra siento que pude sacarme algo de encima. La miro como un observador, no como un involucrado, no como artista. Salgo, la veo y a veces siento la piel de gallina. Puedo abstraerme, mirar de lejos y decir esto me dolió a mí, lo tengo adentro. Y me imagino que a otros les sucederá algo parecido. Es una forma de liberar el dolor que uno tiene dentro.

Además, el arte ayuda a conectar a las personas. Dos personas que se conocen o no, que están juntas o en diferentes partes del mundo, pueden sentir la conexión con el artista; aunque sientan distinto, hay algo que los capta, los agarra, y de alguna manera los funde.

— ¿Cómo definiría su arte?
— He recorrido caminos muy distintos. Hay una mezcla de todo: pintura, escultura en bronce, en mármol, en granito negro, en fibra de vidrio, técnicas mixtas… Mi taller es tan grande que me permite trabajar en varios caballetes a la vez; por ejemplo, hacer un diseño en madera para después pasar al bronce, el mármol o el granito. Mi trabajo cambia a medida que vivo. Además, como soy curioso, siempre estoy buscando nuevos caminos. Ahora estoy probando el arte digital con la impresión 3D. Me gusta diseñar en computadora, imprimir en diferentes tamaños y pasarlo al bronce o la resina. Estas tecnologías aportan a mi arte nuevos horizontes, nuevas formas.

Diego Kroger.
Diego Kroger en su atelier.
Foto: Leonardo Mainé.

— ¿Qué rol juega la naturaleza en su trabajo?
— Me regala objetos. He hecho obras con pedacitos huesos que encontré en la playa de Cabo Polonio. Separados no dicen nada, pero juntos y puestos en cierta posición, transmiten algo. En esa serie me imaginé viajando al pasado, unos 30 o 40 mil años, y me puse en la posición de un hombre que apenas salía de ser un simio. ¿Cómo hacía esa persona para comunicarle a su gente la experiencia que tuvo para conseguir el alimento? ¿Cómo lo contaba? Me imaginé a esa persona corriendo la tierra del suelo, juntando huesos, hojas y palos que encontraba por ahí, y relatando a través de eso. Eso me llevó a una serie de casi 20 obras.

También me gustan mucho las aves, siempre me han gustado, y he hecho muchas esculturas en bronce sobre eso. En mi jardín tengo pavos reales, patos Marruecos, gallinas de Guinea, gallinas Orpington. Las aves andan libres; las que se van, se van y las que se quedan, se quedan. Y hasta ahora todas han tenido sus crías acá.

— ¿Para qué un libro?
— Hace muchos años que no hago una exposición y sentí la necesidad de mostrar algo más fuera de mi círculo. Estoy muy solo acá, y aunque me gusta eso, el libro es una manera de volver a mostrar mi arte. Uno puede armar una exposición y hacer una movida grande, pero a la gente ya no le interesa ese tipo de arte. El arte como la conocíamos está desapareciendo. Ahora hay otro tipo, más digital, y puede ser que la gente se acostumbre a ver arte de esa manera.

— ¿Qué se pierde con la desaparición del arte como era antes?
— El arte en sí no desaparecerá; desde el primer rayón con carbón, no ha parado. Pero este arte digital, veloz, del celular, del Instagram, se ve y se va. Ya no existe el sentarse frente a una obra, como yo hacía de chico, que miraba y todos los días veía algo distinto. Pasaba un año, me sentaba de vuelta y encontraba algo que no había visto. Eso es lo que se pierde. Descubrir algo nuevo cada día a través de una obra de arte que está colgada en tu casa.

Ahora estoy trabajando en obras que combinan el arte tradicional con el digital. Son pequeños vídeos filmados por mí y puestos en un espacio donde uno puede mirar por unos segundos. Esa película se repetirá varias veces y cada vez que uno la vea podrá encontrar algo nuevo.

Encontrarse a uno mismo en cada obra.

Kröger nació en Montevideo, en 1958. Se formó de manera autodidacta tanto en la pintura como en la escultura y ha participado en exposiciones individuales y colectivas en Uruguay, Estados Unidos, Venezuela y Brasil. Sus obras han sido premiadas por el Ayuntamiento de Madrid, el Museo de Arte de Panamá, el Museo Ralli de Punta del Este, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Buenos Aires, entre otros.

Su huella está presente en cada trazo: “Todas mis obras tienen que ver conmigo y todas tienen su momento. Puedo recordar perfectamente el momento de mi vida en el que hice cada una de ellas; es una manera de volver atrás y pensar en qué era lo que estaba pasándome. Es como mirar un viejo diario personal”, aseguró.

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