Dermatitis atópica: una afección de la piel que se beneficia del verano, cuando hay mayor exposición solar

Esta enfermedad crónica afecta principalmente a la infancia, y se calcula que en Uruguay uno de cada cinco niños la desarrolla.

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La dermatitis atópica: Una enfermedad crónica.
Foto: Canva.

Llega el verano y los cuidados de la piel forman (o deberían formar) parte de los temas prioritarios para la temporada. Actualmente, hay una conciencia mucho mayor sobre el potencial daño que provocan los rayos ultravioletas en la piel, aunque eso aún no se vea reflejado en políticas públicas para abaratar el acceso a protectores solares.

Pero los rayos solares también tienen algunos beneficios. Para empezar, contribuyen a la formación de vitamina D. Y para aquellos pacientes con dermatitis atópica, es una época del año en la cual los síntomas de esta enfermedad son mitigados por la exposición solar.

¿De qué hablamos cuando nos referimos a esta enfermedad. La dermatóloga Agustina Acosta es una especialista en esta enfermedad.

—¿Qué es y cuáles son las causas de la dermatitis atópica?

—Es una enfermedad inflamatoria de la piel, que a veces la catalogan como de origen alérgico, pero es más que eso. Si bien puede haber un componente alérgico, no es una alergia a algo puntual. Tiene que ver con una predisposición genética. Si tus padres la tuvieron, es probable que se manifieste en tu caso también. Pero no solo, porque la dermatitis atópica también está vinculada a la rinitis alérgica y el asma. Son enfermedades “primas hermanas”.

—¿Cuáles son sus síntomas y a cuántas personas afecta en Uruguay?

—Uno de los síntomas es que la piel tiende a secarse fácilmente, lo cual hace que muchas cosas cotidianas tengan un mayor impacto. Por ejemplo, en los días de mucho calor transpiran y eso hace que el o la paciente se brote. El contacto con polvo o con ácaros también hace que se broten y la piel se inflame. En Uruguay no tenemos estudios sobre la cantidad de personas con esta enfermedad, pero sí sabemos que hay una correspondencia con lo que se constata en otros países: una de cada cinco personas aproximadamente manifiesta la dermatitis atópica, y es principalmente a los niños que son afectados.

—¿Hay cura?

—No, es una enfermedad crónica. Lo que suele suceder es que a medida que uno va creciendo, la enfermedad -en la mayoría de los casos- tiene síntomas mucho más leves, y cuando se llega a la adolescencia, esos síntomas se van. Pero no siempre: hay casos, aunque son los menos, que son bastante más severos. Si la enfermedad afecta a uno de cada cinco niños o adolescentes, apenas 1% de los adultos la padece. En algunos sentidos, es como el asma. Si bien no tiene cura y una vez cada tanto puede darse un ataque de asma, con tratamiento se puede aliviar. Respecto a la dermatitis atópica, siempre le decimos a los pacientes que si bien no hay cura -porque esos genes están ahí- no tienen necesariamente que estar siempre brotados y pasándola mal. Hay distintos tratamientos y casi siempre son escalonados: primero jabones adecuados, luego cremas hidratantes y reparadoras, después -cuando ya hay brotes- cremas con corticoides. Y eso puede continuar con fototerapia o distintas drogas.

—¿Cómo puede afectar esta enfermedad a la calidad de vida de quien la tiene?

—Como mayoritariamente se trata de niños y a veces adolescentes, puede ser complicado desde el punto de vista social y emocional. Si pensamos que los síntomas empiezan con una picazón, y que luego de rascarse vienen los brotes y las lesiones -en los casos más severos, la picazón impide hasta dormir- eso ya es un problema. Hay casos de ausentismo escolar porque no se pudo dormir bien. O porque no quieren ir porque están todo el tiempo rascándose en la escuela. Por otra parte, a menudo se pueden brotar en la cara, brazos o cuello, lo cual -sobre todo durante la adolescencia- es un problema estético cuando por ejemplo hay una salida o cuando llega el verano y los amigos van a la playa. O no pueden hacer deportes, jugar un partido de fútbol, ya que sudan y el sudor le genera brotes. Cuando la enfermedad es leve, se puede sobrellevar. Pero cuando se trata de casos moderados y severos, afecta seriamente la calidad de vida.

—¿Hay que protegerse del sol cuando se tiene esta enfermedad?

—Al revés de lo que uno podría pensar, en verano los síntomas de la dermatitis atópica mejoran mucho. El sol les hace muy bien a los pacientes. A la inversa, los síntomas suelen agravarse durante los meses de invierno. Lo que hay que tener presente, repito, es que hay tratamientos, que no es una enfermedad que se pueda curar, pero en la mayoría de los casos se puede controlar. No hay por qué acostumbrarse a estar rascándose constantemente o con brotes.

Convivir con dermatitis atópica

Soledad e Ignacio

Soledad es mamá de Ignacio, que actualmente tiene cinco años y dermatitis atópica desde que es bebé. “Es una enfermedad ‘fea’, por decirlo de una manera suave. No se la deseo a nadie, y es difícil de sobrellevar”, comenta. “A los cuatro meses, le salió una manchita en la cara, que empezó a ser cada vez más grande”.

Al principio, los profesionales de la salud que atendieron a su hijo no le dieron demasiado trascendencia a los síntomas, más allá de que el diagnóstico fue el correcto de entrada. Y los síntomas fueron solo empeorando. Cuando Ignacio cumplió un año, tenía todo el cuerpo brotado. “No podía estar afuera, tenía un montón de restricciones alimentarias, vivía como en una burbuja pobrecito”, recuerda Soledad ahora.

Luego de varios pedidos para que derivaran el caso de su hijo a Montevideo, recién cuando Ignacio tenía tres años y medio, llegaron a la capital para ser atendidos. Y quiso la fortuna que los atendiera la dermatóloga Agustina Acosta (nota central). “Me dijo que tendría que haber visto a Ignacio mucho antes”, recuerda Soledad. Y ahí empezó a cambiar para mejor la situación de su hijo.

El tratamiento cambió y los síntomas más graves de Ignacio comenzaron paulatinamente a ceder. Desde ese momento, a los dos meses la situación empezó a cambiar totalmente, fue super positivo. Hasta entonces, él no podía hacer una vida normal. Al jardín, por ejemplo, no había podido ir”. Con los nuevos tratamientos, Ignacio vive una vida mucho más convencional que antes, sin tantas restricciones. Y Soledad feliz: “A él le cambió mucho la calidad de vida. Ya con que haya podido ir a la escuela todo el año, eso es un cambio muy positivo”.

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