En una de las puertas hacia la oficina de Sandra Marcos y Marcela Girardelli, hay un dibujo hecho por uno de los tantos niños que, por alguna razón u otra, pasaron por el hogar de Ronald McDonald en el Hospital Pereira Rossell. En la ilustración están todos los componentes más frecuentes de un dibujo infantil: la casita, el sol y el pasto. Abajo de todo eso hay varias siluetas. La del dibujante, sus padres y, también, la de las dos gestoras de ese hogar, que este año cumple su primera década de existencia.
El hogar es una residencia transitoria para aquellas familias que tienen a un hijo o hija internados en el Pereira Rossell (también, en menor medida, de otras instituciones sanitarias), y Marcela informa que en épocas convencionales -o sea, exceptuando lo que fue la pandemia-, se alojan unas 500 personas al mes.
En la casa hay servicio completo de hotelería para las familias que necesiten pasar un tiempo ahí -ha habido casos de gente quedándose ahí hasta un año- mientras su niño o niña está internado. Alojamiento, alimentación y algo de esparcimiento (biblioteca, juegos, terminales con conexión a internet) son los principales componentes de ese servicio desde que el hogar empezó a funcionar hace diez años en Montevideo.
A esta iniciativa se sumó hace dos años, el hogar Ronald McDonald, en Tacuarembó. Tanto en uno como en el otro, la gestión se basa en la colaboración entre una iniciativa privada y los cometidos del Estado de brindar un servicio de salud pública de -idealmente- calidad. El Pereira Rossell en la capital y el Hospital de Tacuarembó en el interior, derivan personas al hogar cuando es pertinente.
Y hay de todo tipo de internaciones. Desde el caso de esa familia que estuvo un año hospedada, hasta quienes solo tienen que quedarse un par de días o solo unas horas antes de que el ómnibus parta desde Montevideo hacia algún otro departamento. “La casa se volvió elástica”, dice Sandra en referencia a la capacidad de ofrecer distintos servicios, “siempre de acuerdo a las necesidades”, agrega.
Marcela, por su lado, aporta que hay 28 camas a disposición, y que aproximadamente unas 15 personas por día que están en tránsito: “Usan todos los servicios de la casa, excepto que no duermen”. A esto se le suman aquellas personas que residen en la casa por períodos más prolongados hasta aquellos que solo pasan un rato, descansando, mirando televisión o leyendo algo.
En total, siempre hay alrededor de 50 personas circulando todo el día. Unas se bañan, otras comen, otras van y vienen del hospital. Y el promedio de las estadías es de entre 15 días y un mes. Lo importante es que todo lo que tenemos acá -cuatro comidas al día, camas, lavandería, distintas áreas comunes- es absolutamente gratis para la familia, así se queden un año o más”, dicen.
Todo es costeado, por un lado por McDonald’s y distintos patrocinios, y por el otro, por el Estado. Las comidas que se sirven en el hogar, por ejemplo, provienen del Pereira Rossell, como los servicios de limpieza, entre otros. “Al principio de la crisis hídrica fue complicado, pero ahora, por suerte, OSE puso dispensadores de agua potable”, ilustra Marcela sobre el más reciente desafío no médico que la casa enfrentó.
La actual situación respecto al agua es complicada, pero las gestoras del hogar tienen experiencia en el manejo de crisis luego de haber atravesado la pandemia, que fue lo más complicado que les tocó encarar. “Sin duda alguna, la pandemia fue lo más difícil que tuvimos que atravesar. De un día para el otro hubo que aprender y adaptarse a condiciones nuevas, y hubo flexibilidad por parte de todos los que estamos involucrados para poder adaptarnos”.
El hogar fundado en Tacuarembó fue la ramificación más importante del emprendimiento, pero también hay otros. Uno de ellos es sala didáctica y educativa que orgánicamente es parte del hogar, pero que geográficamente está dentro del Pereira Rossell. Ahí, aquellos niños y niñas que estén internados por períodos más extensos tienen un lugar para desconectarse del mundo médico. Al principio, era solo una instancia lúdica, pero luego se incorporaron distintos cursos -cocina, computación, ilustración, expresión corporal, música- con la excepción de aquellos niños inmunodeprimidos y que no pueden trasladarse por sí mismos.
Además, recientemente también se inició otro proyecto: un carrito de libros que recorre todas las salas con menores internados para que estos puedan elegir alguno de los títulos disponibles para leer mientras están en cama. Sandra adelanta que hay ideas para futuras apuestas a seguir creciendo, y mira hacia la primera década de existencia con orgullo por lo alcanzado. “Hemos podido contribuir a resolver muchos temas prácticos, pero lo más importante es lo humano: el apoyo y el acompañamiento”.