Redacción El País
El hígado graso, también conocido como esteatosis hepática, se ha convertido en una de las afecciones más comunes de los últimos años. Su avance está vinculado, sobre todo, al aumento de la obesidad, la diabetes tipo 2 y el consumo excesivo de alcohol. Los especialistas insisten en la necesidad de adoptar hábitos más saludables para prevenir esta enfermedad que muchas veces avanza sin dar señales claras.
Un estudio internacional publicado en 2022, liderado por el Hospital Universitario Nacional de Singapur junto a otras instituciones, confirmó que el hígado graso no alcohólico (EHGNA) ya es una de las principales causas de enfermedad hepática a nivel global. Según el informe, su prevalencia pasó del 26% en estudios anteriores a 2005 al 38% en investigaciones posteriores a 2016. Actualmente, se estima que afecta al 32% de los adultos en todo el mundo.
Y la tendencia no parece detenerse: si no se revierte la conducta actual, se proyecta que para 2030 la enfermedad será aún más frecuente, con una incidencia estimada de 47 casos nuevos por cada mil personas.
Síntomas que suelen pasar desapercibidos
Uno de los principales desafíos del hígado graso es que, en sus primeras etapas, suele ser una enfermedad silenciosa. Muchas personas no presentan síntomas o tienen señales muy poco claras, lo que retrasa el diagnóstico y tratamiento.
Entre los síntomas que pueden aparecer se encuentran el cansancio persistente y una sensación de molestia en la parte superior derecha del abdomen. En etapas más avanzadas, el daño hepático puede volverse más serio y derivar en inflamación, fibrosis, cirrosis e incluso en cáncer de hígado.
Qué comer y qué evitar
Una buena alimentación es clave tanto para prevenir como para tratar el hígado graso. Desde la Fundación para el Estudio de las Hepatitis Virales recomiendan una dieta variada y rica en frutas, verduras, cereales integrales y grasas saludables.
Conviene evitar los alimentos ultraprocesados, las grasas saturadas, el exceso de azúcar y, por supuesto, el alcohol. En cambio, se pueden sumar alimentos ricos en grasas buenas como la palta, los frutos secos y el aceite de oliva.
Algunas infusiones también pueden aportar beneficios: según la Clínica Mayo, el té de jengibre con limón y el agua de avena con canela pueden colaborar con la desintoxicación y la desinflamación hepática.
Plantas que ayudan a cuidar el hígado
Además de la alimentación, algunas plantas medicinales pueden contribuir a la salud hepática. Un ejemplo es la melisa, una hierba originaria del Mediterráneo que contiene antioxidantes, flavonoides y ácido rosmarínico, componentes que ayudan a reducir la inflamación y el estrés oxidativo, dos factores clave en el desarrollo del hígado graso.
El hígado cumple funciones esenciales: filtra toxinas, produce bilis, almacena energía y metaboliza nutrientes. Por eso, cuando se acumula grasa en exceso, el órgano comienza a deteriorarse. Si no se detecta a tiempo, el cuadro puede evolucionar hacia una cirrosis hepática, una condición crónica y progresiva que compromete seriamente la función hepática y puede derivar en insuficiencia hepática o cáncer.
Adoptar hábitos saludables, mantener un peso adecuado y realizar actividad física regular son medidas fundamentales para cuidar uno de los órganos más importantes del cuerpo. Aunque el hígado graso no siempre da señales, su prevención está en nuestras manos.