Clementa Soria lo anotaba absolutamente todo. No solo en papel, sino que también tenía metódicas tablas de Excel para diferentes aspectos de su vida. Pocos meses antes de morir, la maestra española escribió “en negrita en mayúsculas y subrayado” la que probablemente era una de las decisiones más importantes de su vida: “Donar todo a la investigación oncológicaen Aragón”.
Su abogada y albacea, Charo García, recuerda cuando llegó a su despacho con esa hoja de cuadros arrancada de un cuaderno. Ella era una de las pocas que era consciente de lo que implicaba esa frase, de la cantidad que había detrás de esa anotación, porque se encargaba cada año de su declaración de la renta. Esa humilde maestra de infantil, soltera, sin hijos y amante de pocos lujos, contaba con casi dos millones de euros entre acciones, dinero y patrimonio. Esa decisión va a servir para plantar la semilla de un centro de terapias avanzadas en Zaragoza contra el cáncer y otras enfermedades, que podría estar construido el año que viene.
En abril de 2021 le diagnosticaron a Clementa un cáncer de páncreas muy agresivo. “Esto tengo que dejarlo solucionado ya”, le dijo a su amiga Amparo Seguí. Con ella acudió a la sede en Zaragoza de la Asociación Española contra el Cáncer para informarse del proceso para dejar la herencia a la institución. En ningún momento hablaron de cantidades.
“Lo que más nos donan es algún piso o cantidades más pequeñas. Nosotros nunca alquilamos las viviendas que nos dan, directamente las vendemos. Pero lo que nos dejó Clementa es la mayor suma que nos ha llegado de una persona”, resume José Luis Ansó, el presidente de la asociación en Aragón.
El cáncer de la mujer tiene una supervivencia media del 6%, y apenas dos meses después de una larga operación, falleció en diciembre de 2021, pocos días antes de Nochebuena, cuando habría cumplido 76 años. “Ella ya había decidido antes de su enfermedad legar todo lo que tenía a la ciencia, siempre decía que no se le daba la importancia que merecía”, puntualiza su amiga Amparo.
Clementa nació en 1945 en Malanquilla un municipio aragonés de apenas un centenar de habitantes. “Entonces sus padres ya vivían en Zaragoza, pero era costumbre en la época que cuando la mujer iba a dar a luz, lo hiciera en su lugar de origen”, aclara Seguí. Siempre tuvo claro que quería ser maestra, y además, de infantil. Le encantaban sus niños y los de los demás, pero nunca se planteó ser madre. “La suya fue una soledad elegida. Vivía sola, pero no estaba sola, sus amistades eran pocas, pero de mucha calidad”, resalta Amparo, que rememora, por ejemplo, que todas las Navidades las pasaba en casa de otra amiga, María Jesús Pascual.
Sacó sus oposiciones de maestra en Cataluña, donde vivió gran parte de su vida laboral, sobre todo en Sabadell, donde compartía casa con otra docente, que se convirtió también en su amiga, Asunción. Cada fin de semana lo pasaba en Zaragoza, donde iba para atender a sus padres. “Y antes de irse, cómo no, dejaba la agenda de la semana apuntada en un papel en la entrada: lo que les había dejado de comida, las citas médicas...”, señala su amiga. A principios de los 2000 consiguió plaza en Aragón, donde se acabó jubilando hace algo más de una década. Con Amparo y otras amigas ha recorrido medio mundo gracias a los viajes que organiza la asociación de mujeres María Moliner. A ella, de hecho, la conoció en uno de ellos a Laos, Tailandia y Camboya. Ese era uno de los pocos lujos que se permitía. También viajó a Namibia, Rusia, Canadá, Australia e India, entre otros destinos.
La pregunta del millón, y nunca mejor dicho, es cómo consiguió una simple maestra de infantil acumular tanto dinero. La respuesta, relativamente sencilla, la dan su albacea y su amiga Amparo. “Ella trabajó más de 40 años, con un buen sueldo y era una tremenda ahorradora. Las dependientas tenían su teléfono para avisar cuando una prenda que le había gustado estaba en rebajas. Pero además también era muy buena inversora, cada principio de año íbamos a las entidades bancarias para que le informaran de productos en los que poner su dinero. Cuando fuimos a limpiar su casa encontramos un montón de periódicos Expansión con los que ella estaba puntualmente informada”, apunta Amparo.
“Cada año, cuando venía a hacer la declaración de la renta, siempre me advertía: ‘No te asustes, que ahora te voy a explicar las inversiones que he hecho este año”, recuerda Charo, su abogada y albacea. En cada una de estas visitas a su despacho, Clementa le regalaba figuritas de papiroflexia que ella hacía, para que se la regalara a su hija. “No he visto mujer más meticulosa y activa. Además de papiroflexia, hacía macramé, yoga...”, apunta Charo. Discreta como era, sus amigas tienen claro que si supiera la repercusión que ha tenido su decisión, estaría abrumada. Ese es el motivo por que el que prefieren que no se publique una imagen de Clementa, porque no tienen claro que fuera su deseo.
Por último, sus padres, agricultores de profesión, habían adquirido tierras en el barrio en el que ella creció, San José, cuando esa zona de la ciudad, a mediados de los setenta, no era más que un puñado de descampados y tierras agrícolas. En un momento de expansión inmobiliaria, de crecimiento de la ciudad, una constructora pagó a precio de oro por esos terrenos, que se revalorizaron enormemente. Con ese dinero, la familia Soria adquirió cinco inmuebles y puso algunos de ellos en alquiler. Así es como Clementa llegó a ahorrar dos millones de euros. “Su única condición fue que no echáramos a los inquilinos de sus propiedades, así que, cuando decidan irse, será cuando vendamos”, apunta Ansó, el presidente de la asociación.
Una nueva sala.
Luis Palomera, jefe de servicio de hematología del Hospital Lozano Blesa, y Julián Pardo y Diego Sánchez, profesionales del Instituto de Investigación Sanitaria de Aragón, serán, en parte, los encargados de que se cumpla el deseo de Clementa, y, de paso, también el que ellos tenían desde hacía años. Los dos millones, junto con una aportación del Gobierno de Aragón, servirán para construir una sala blanca en el hospital Miguel Servet en la que crear células CAR-T, una innovadora terapia que modifica genéticamente células inmunitarias del propio paciente para que reconozcan y ataquen a las tumorales. “Es el futuro y aquí llevamos años preparándonos para poder aplicarla”, señala Palomera.
Fue en una conferencia ofrecida por el investigador Carlos López-Otín en Zaragoza el año pasado, cuando la consejera de Sanidad, Sira Ripollés, que es médica del mismo hospital en el que él es jefe de hematología, se le acercó y le dijo: “Va a ser posible. Tenemos una donación con la que vamos a poder empezar a trabajar en estas terapias aquí”. Y ahora, después de todo el papeleo que la albacea sigue organizando, ha sido cuando se ha hecho posible la firma del acuerdo entre la asociación contra el cáncer y la consejería. Está previsto que la sala esté lista el año que viene, a lo que hay que sumar los permisos administrativos y médicos necesarios para que empiece su funcionamiento. El primer proyecto que abordarán será el del tratamiento de un mieloma múltiple que ahora tiene muy mal pronóstico. “Esta sala es imprescindible para aplicar todo aquello que llevamos años desarrollando en el laboratorio”, apunta el investigador Sánchez. La sala será bautizada, por supuesto, como Clementa Soria.
El País de Madrid