Por Tatiana Scherz Brener

Todo lo que somos —y también lo que no somos— resulta de las experiencias que hemos tenido desde el inicio de nuestra existencia. Los primeros años de vida, por más lejanos que parezcan, dejan marcas que afloran en creencias, miedos y sueños, y por eso muchas veces reconectar con esa parte de nosotros sirve para sanar.

Cuando hablamos de nuestro niño o niña interior, nos referimos a una parte de nuestro ser que guarda las primeras memorias e impresiones “a través de las cuales se formó nuestra personalidad y que regulan nuestra vida desde lo más profundo del inconsciente”, señaló Paola Ledesma, terapeuta en constelaciones familiares, biodescodificación y psicogenealogía evolutiva.

En la misma línea, Alejandra Gómez, terapeuta gestáltica y consteladora familiar, expuso que el niño o niña interior integra nuestras creencias y todo lo que aceptamos como verdades universales, así como “las heridas que nos obligaron a construir nuestras primeras corazas de protección”.

Estas heridas y necesidades no resueltas de la infancia nos piden atención y cuidado, aseguró la psicóloga Gabriela Buenavida. Y agregó: “Nos referimos tanto al apego materno o paterno como a experiencias con pares que pueden implicar, por ejemplo, insultos o burlas”.

A su vez, la psicóloga Andrea Machado explicó que las experiencias vitales que han resultado en sufrimiento para nosotros generan “patrones de funcionamiento fijos”, es decir, sistemas defensivos que nos hacen vincularnos de manera “distorsionada” con la vida. “Una de las claves para concebir una vida menos distorsionada es abrirnos a la posibilidad de volver a mirarnos. Esto supone un trabajo de autoconocimiento, a veces duro, pero necesario si queremos transitar nuestra vida con conciencia y en tiempo presente”, sostuvo.

Foto: Pixabay.

El trabajo con nuestro niño o niña interior supone “reparentizarnos”, señaló Machado. Esto significa “brindarnos desde nuestro ser adulto o adulta aquello que necesitamos de pequeños o pequeñas”.

Ledesma estuvo de acuerdo: “Al escuchar las necesidades de nuestro niño o niña interior, aprendemos a amarnos a nosotros mismos, trabajando los bloqueos y cerrando, en lo posible, las heridas que quedaron abiertas por el camino”.

Para eso, es necesario volver a conectar con esas vivencias de la infancia, “dando permiso al niño o niña a expresar todo lo no dicho, lo bloqueado, lo prohibido, lo no aceptado”, indicó Gómez. Y añadió: “Reconocer esas emociones nos permite hacernos cargo de nuestra vida y dar al niño o niña lo que no recibió para ser cada vez más libres”.

Asimismo, Buenavida expresó que otro punto clave de este trabajo es “perdonar lo vivenciado con las figuras parentales, cuidadores y pares a través del entendimiento de que no lo podían haber hecho de otra manera”. Esta aceptación implica entender que ahora es uno, como adulto o adulta, quien satisfará las necesidades de su niño o niña interior.

Finalmente, la psicóloga destacó la importancia de acompañar este proceso con un trabajo terapéutico “en donde se le da símbolo a los elementos que aparecen”.