Antonio Ruiz, Darío Mandaglio, Francisco Marín, José Miguel Rivera & Raquel López, The Conversation
El impacto de la contaminación ambiental en la salud humana es un problema que ha adquirido una gran relevancia, representando un grave peligro para la salud pública. Tanto es así que causa más muertes relacionadas con patologías cardiovasculares que el colesterol alto o la falta de actividad física.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor del 31% de las muertes cardiovasculares podrían evitarse si se redujera el impacto de la contaminación ambiental.
Un paseo por la historia.
Que la contaminación ambiental es una amenaza para la salud era algo que ya se conocía en tiempos de Hipócrates, alrededor del año 400 a. e. c.. Fue él el primero en relacionar toda clase de enfermedades con la calidad del aire.
Según Hipócrates, la más clara manifestación de este vínculo se daba en las ciudades griegas expuestas a vientos procedentes del oeste, cuyos habitantes poseían una voz ronca y grave. En efecto, hoy en día sabemos que ciertas enfermedades relacionadas con la irritación de las vías respiratorias como la sinusitis presentan un alto factor de riesgo ambiental.
Desde el comienzo de la Revolución Industrial, hace más de 200 años, la presencia de dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera ha aumentado de forma dramática, situándose actualmente por encima del 149% sobre los niveles preindustriales. La última vez en la historia del planeta que los niveles de CO₂ se elevaron tanto fue hace entre 3 y 5 millones de años, cuando la temperatura media era alrededor de 3 ºC más alta y el nivel del mar aproximadamente 15 metros superior.
Actualmente, sobre todo debido al auge de la refinación del petróleo, sus derivados se han convertido en los responsables de un tercio de las emisiones que dan lugar a la contaminación ambiental actual.
La gran amenaza del material particulado.
Junto con el CO₂, existe un aumento de otros contaminantes ambientales de gran relevancia clínica. Es el caso del material particulado (PM, por las siglas del inglés particulate matter). Estas partículas en suspensión son una mezcla heterogénea de partículas sólidas de pequeño tamaño, tales como el hollín o el humo, provenientes generalmente de las industrias o de la combustión de los vehículos, que viajan junto a polvo y polen.
Estas partículas se clasifican según su tamaño. Las más conocidas son las PM10 (con un diámetro de tamaño <10 μm) y PM2,5 (<2,5 μm). El material particulado supone una amenaza para nuestra salud ya que, gracias a su reducido tamaño, alcanza fácilmente el torrente sanguíneo a través de nuestra respiración, llegando a cualquier parte del organismo.
Una vez en nuestros tejidos, provoca un aumento de actividad del sistema nervioso simpático, lo que conlleva la elevación de la presión arterial, así como de las frecuencias cardíaca y respiratoria. Como consecuencia se liberan sustancias inflamatorias, generando un estado de estrés oxidativo que provoca las condiciones necesarias para que aumente el riesgo de sufrir un infarto.
Actualmente, sabemos que la elevada presencia en la atmósfera de estos contaminantes puede afectar negativamente a la salud humana de manera irreversible. Concretamente, se considera al PM responsable de aproximadamente 4 millones de muertes cada año a nivel mundial. Por este motivo, la ONU ha advertido que nos encontramos ante “el riesgo sanitario medioambiental más importante de nuestros tiempos”.
En Europa no nos quedamos atrás. Ya en 2018, la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) observó que la población europea que estaba expuesta a unas concentraciones de material particulado por encima de los valores recomendados era de un 74%. Sin embargo, la sensibilidad a la exposición de contaminantes varía en función de la edad o el estado de salud previo de las personas, existiendo un mayor riesgo en personas de edad temprana, así como en ancianos, y en aquellos individuos que presentan ciertas patologías como las cardiorrespiratorias.
Polución y mortalidad, dos fenómenos que van de la mano.
La contaminación es reconocida como un importante factor de riesgo cardiovascular, por detrás únicamente del tabaquismo, la hipertensión y los malos hábitos de vida como una alimentación poco saludable y el sedentarismo. Según ha estimado la OMS, en los países desarrollados los datos en este sentido son alarmantes, ya que 1 de cada 10 fallecimientos diarios cardiovasculares están relacionados con la exposición a la contaminación ambiental.
De hecho, las guías actuales sobre la prevención de la enfermedad cardiovascular ya hacen recomendaciones específicas para evitar una alta exposición a la contaminación ambiental.
En una revisión publicada recientemente, se evidencia cómo la exposición al PM aumenta hasta un 18% el riesgo de desarrollo de fibrilación auricular. Se trata de la arritmia cardiaca más común en la población general, que provoca contracciones irregulares y anormalmente rápidas de las células de la aurícula (cardiomiocitos), aumentando el riesgo de sufrir un infarto cerebral y duplicando el riesgo de muerte.
Medidas para reducir el impacto de la polución.
Este escenario de empeoramiento en la prevalencia y el pronóstico de diferentes enfermedades cardiovasculares hace necesario tomar ciertas medidas medioambientales para reducir el impacto de la contaminación en nuestra salud. Entre ellas reducir tráfico en el centro de las ciudades, permitiendo una mejora de la calidad del aire.
Los efectos que esto tendría los vimos durante la pandemia de covid-19, periodo en el que se restringió nuestra movilidad. Durante las tres primeras semanas de confinamiento en España se observó una asombrosa reducción en los niveles de contaminación de aproximadamente el 50%, evidenciando que es posible adoptar medidas y disfrutar de un aire de buena calidad. En nuestras manos está hacerlo, aplicando tanto medidas individuales –uso de transportes verdes– como colectivas.
Motivos no nos faltan: según un reciente estudio, si los nueve países con mayor tasa de generación de contaminantes lograran cumplir los objetivos propuestos en el Acuerdo de París de 2015, en el año 2040 se podrían evitar 1,6 millones de muertes.