O Globo - GDA
El alcohol, la sustancia más consumida en el planeta, tiene efectos negativos bien documentados en la salud: 400 millones de personas viven con trastornos relacionados con la bebida, y 2.6 millones mueren cada año por su causa, de acuerdo con los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Aun así, quienes evitan su consumo son a veces como "diferentes" y enfrentan un estigma diario por cuestionar un hábito profundamente arraigado en la sociedad.
Esta es la realidad detrás de un nuevo término que ha ganado popularidad en redes sociales: “sober shaming” o “humillación de los sobrios.” La expresión se refiere a una práctica dirigida a aquellos que deciden dejar de beber. Al reducir —o abandonar por completo— el consumo de alcohol, estas personas suelen ser incomodadas por conocidos que sí beben.
"El consumo de alcohol, especialmente en la cultura occidental, forma parte de un comportamiento ritualizado y esperado. Tiene una base social muy fuerte, lo que lo convierte en un gran desafío para quienes desean reducir o parar su consumo. Además, existe una gran presión de mercado, con grandes empresas de alcohol que promueven el consumo constantemente. Ante las presiones del trabajo, los estudios y el ritmo de vida acelerado, el alcohol se convierte en un instrumento para aliviar la tensión —explica Telmo Ronzani, psicólogo especializado en consumo problemático de alcohol y drogas.
Una encuesta reciente realizada en Brasil, reveló que el 62% de los consumidores ha considerado alguna vez reducir su consumo de alcohol. De los que lo lograron, el 68% afirma que les cuestionan con frecuencia sobre las razones de su decisión. Además, el 49% se siente incómodo al tener que justificarse, y el 34% considera que esto representa la principal barrera para moderar su consumo.
"Terminamos siendo los peores jueces de aquellos que quieren moderar su consumo. El alcohol es la única droga por la que uno debe justificarse al no consumirla. Preguntamos si la persona está embarazada, si está enferma, y a veces no pensamos en lo íntimas o incómodas que pueden ser esas preguntas. Puede que alguien esté tomando algún medicamento y no quiera hablar del tema, o que haya tenido una experiencia cercana con alguien dependiente", afirma Gabriela Terra, de la consultora que realizó la encuesta.
Y cuando el motivo es simplemente no querer beber, a las personas les cuesta entenderlo. "En cualquier círculo social, en el trabajo, con amigos, siempre surge esa curiosidad sobre por qué no bebo. Aunque explique el motivo, la gente no lo comprende; parece que falta algo. El simple hecho de no querer es algo difícil de entender para las personas", dijo una de las encuestadas.
Los expertos señalan que uno de los factores principales que causan esta incomodidad es que el cambio de hábito en los demás lleva a una autorreflexión sobre los propios patrones de consumo. Para el 70% de los encuestados, la abstinencia de otra persona les provocó cuestionarse a sí mismos. "Cuando alguien reduce su consumo, invita a las personas a su alrededor a reflexionar sobre el tema, y eso resulta incómodo. La persona ve a un amigo y piensa: “¿Debería yo también reducir mi consumo? ¿Me estará haciendo daño?”, comenta Mariana Thibes, doctora en sociología.
Carolina Costa, psiquiatra, opina que muchas veces dejar de beber puede interpretarse como una “ruptura de lealtad”: "Existe un punto que es la identidad de grupo. No consumir alcohol puede percibirse como una ruptura de lealtad, como si ya no fueras parte del grupo. La cultura latinoamericana, específicamente, no tiene lo que llamamos 'diferenciación sistémica', que es el ser diferente y aun así pertenecer. Tendemos más a la enmarañamiento; necesitas hacer lo que los demás hacen para ser aceptado en el grupo".
Thibes agrega que hay grupos más vulnerables a la presión del “sober shaming”: "Algunas investigaciones muestran que existen perfiles más susceptibles, como los jóvenes y los hombres, ya que el consumo de alcohol también está muy asociado con la masculinidad hegemónica. Para muchos, formar parte de “ser hombre” implica aguantar grandes cantidades de bebida.
Para los jóvenes, el alcohol está perdiendo atractivo
La popularización del “sober shaming” ocurre en un momento en que las generaciones más jóvenes han reducido el consumo de bebidas alcohólicas. Recientemente, el actor británico Tom Holland, conocido por protagonizar las películas de la franquicia “Spider-Man”, entre otros éxitos, lanzó una marca de cerveza sin alcohol, llamada Bero, dos años después de optar por la sobriedad.
En una entrevista con la revista Forbes, Holland contó que era “del tipo de persona que, cuando tomaba una cerveza, no podía tomar solo una”. Inicialmente, participó en el “Enero Seco”, un reto para pasar el primer mes del año sin alcohol. Sin embargo, el desafío fue más difícil de lo que esperaba, y fue entonces cuando se dio cuenta de que tenía una relación problemática con la bebida.
Tras extender el desafío hasta junio solo para ver si lo lograba, el actor se dio cuenta de que se sentía mejor y decidió abandonar el alcohol completamente: "Fue muy difícil, fue la cosa más difícil que he hecho y, sin duda, el mayor logro de mi vida", comentó.
En la encuesta mencionada, el 83% de los que moderaron su consumo de alcohol notaron mejoras en su salud física; el 78% reportó tener más energía y el 72% observó que su sueño mejoró. Además, 9 de cada 10 afirmaron que su vida social sigue igual o incluso mejor que antes.
Sin embargo, los expertos advierten que, aunque existe una tendencia a reducir el alcohol entre los jóvenes, ellos siguen siendo la principal franja etaria que, cuando bebe, lo hace de manera excesiva y problemática, en el llamado “binge drinking”. "Los jóvenes aún son quienes más consumen alcohol con el objetivo de embriagarse. Tal vez el enfoque de esta conversación con la juventud debería ser en ese consumo más elevado y con más riesgos para la salud, con mayor incidencia de violencia, que es lo que más nos preocupa. El alcohol es la sustancia con mayor impacto en la salud pública en el mundo", concluye Telmo Ronzani.