The Conversation
¿Somos adictos al estrés? Para saberlo es importante que nos respondamos tres preguntas: ¿Disfrutamos cuando estamos al límite de una fecha de entrega o nos pasa con frecuencia? ¿Nos gusta trabajar en distintos proyectos, aunque sepamos que muy posiblemente no podremos conseguir las metas? ¿Solemos poner el trabajo por encima de nuestra salud por las recompensas que nos ofrece?
Si la respuesta a estas preguntas es afirmativa, posiblemente estemos ‘enganchados’ al estrés. En este proceso de adicción juegan un papel importante varios factores, como nuestra genética, nuestro historial de salud, factores ambientales e incluso nuestro entorno social.
Pero lo que es importante saber es que el estrés prolongado tiene consecuencias serias entre las que destacan las afecciones cardíacas, los daños en el sistema inmunitario o el envejecimiento prematuro. Eso para no hablar de la calidad de vida percibida, las relaciones familiares, laborales y de pareja.
¿Por qué pasa esto? Con las cartas puestas sobre la mesa, ¿cómo es posible que nos podamos enganchar a algo tan dañino para nuestra salud? Una parte clave de la respuesta a esta pregunta está en la biología humana.
Cuando hablamos de estrés es inevitable hablar del cortisol, comúnmente conocido como la hormona del estrés. La producción del cortisol se desencadena por la activación inducida por el estrés del hipotálamo-pituitario-adrenal. Esta hormona tiene como objetivo ayudarnos a combatir o escapar de algunas situaciones, como cuando un carro está a punto de atropellarnos o algo está a punto de caer sobre nosotros. Literalmente, una hormona para la supervivencia.
Diversos estudios han analizado cómo opera el cortisol en situaciones de estrés y cómo se manifiesta en el cuerpo. Y en todas estas pruebas de ‘laboratorio’ quedó claro que cuanto más estresados estemos, más cortisol liberará el sistema nervioso en nuestro cuerpo.
El tema es que hay evidencia de que los periodos prolongados de alto cortisol nos ponen en riesgo de padecer ansiedad, depresión, problemas digestivos, dolores de cabeza, aumento de peso y afectaciones en la memoria y en la concentración, entre otros problemas. Así como sobre el rol que juega el cortisol en el proceso de adicciones a ciertas sustancias, como la cocaína, el alcohol o la nicotina, o en trastornos como la ludopatía.
Por ejemplo, se ha observado que el tabaquismo está asociado de forma aguda con niveles elevados de cortisol. Y que tras el abandono del hábito de fumar hay una disminución abrupta del cortisol en la saliva. ¿Cómo pararlo? El primer paso es darnos cuenta de que estamos enganchados a sentir estrés constantemente y del impacto que esto está teniendo en nuestra salud física y mental para así poder empezar a reemplazar los hábitos dañinos por otros más sanos.
Por ejemplo, se ha observado que la actividad física ayuda a combatir el estrés y, por ende, los excesos de cortisol. Y que la alimentación sana también puede ayudar a reducir el desequilibrio endocrino, apoyándose en una calidad de nutrición adecuada para cada persona.
El sueño también juega un papel muy importante en la regulación del cortisol. Se sabe que la privación del sueño y la desalineación circadiana (alteración del ‘reloj biológico’) aumenta sus niveles. Y hay evidencia de una posible asociación entre factores como el sueño, la regulación del cortisol y la dieta con las posibilidades de padecer alzhéimer.
Los ritmos de vida actuales son estresantes. Y tendemos a dedicar más tiempo al trabajo en detrimento de otras actividades. Pero no podemos llevar esto al punto de poner en riesgo nuestra salud. El cortisol no es un enemigo. De hecho, es necesario para mantener un estado de salud óptimo. Pero lo que no podemos es terminar como ‘esclavos’ de esta hormona.