La Nación / GDA
“Estoy esperando el día que vienen ya siento que me reconocen”, dice una de las residentes del Hogar Los Pinos, de Argentina, de 94 años. La terapia asistida con perros no es una novedad ya que se remonta varios siglos atrás. Según Graciela Spinelli, geróntologa del centro, esta actividad tiene sus primeros ejemplos en los comienzos de la historia en los templos de sanación. “Ya en 1669, John Locke, doctor y filósofo, aseguraba que la relación con los animales tenía una función socializadora. Fue también una de las primeras personas que dio impulso a las teorías sobre el beneficio del uso de las mascotas en los pacientes psiquiátricos”, explica. Y aclara que, en 1792, apareció el primer informe sobre la eficacia de las terapias con animales domésticos que había sido elaborado en un asilo de la ciudad de York, en el Reino Unido, donde se utilizaban ejemplares de compañía como asistentes de terapia.
Exactamente de eso se trata, de una intervención terapéutica que, de acuerdo con Carolina Marcó del Pont, licenciada en psicología y educadora canina de Terapia Asistida con Perros (TAP), debe estar indicada, dirigida y supervisada por un profesional de la salud. Esta busca promover mejoras en el funcionamiento físico, social, emocional y/o cognitivo de las personas involucradas y pueden hacerse en forma grupal o individual.
Por otra parte, destaca que no hay límites de edad para llevarlas adelante, “en estas sesiones, el perro funciona como motivador y como nexo en la relación entre el paciente y el terapeuta”, advierte. La especialista sostiene que su equipo suele trabajar mayormente con personas del espectro autista, con alguna discapacidad física o intelectual y otras cuestiones emocionales. “También en ocasiones se acercan padres cuyos hijos presentan miedo a los perros, para pedir ayuda para tratar esta cuestión que puede resultar bastante limitante”, explica la educadora canina de TAP. Y aclara que, si bien este tipo de terapias está indicado para cualquier persona, hay ciertos criterios de exclusión como aquellos que presentan alergias a los pelos del perro, fobias muy severas -que no permiten que la persona pueda estar frente a un perro ni siquiera en un entorno controlado- o pacientes que por indicación médica por el motivo que sea no puedan estar en contacto con animales.
En el caso del Hogar Los Pinos, la institución comenzó con esta terapia hace alrededor de un mes y según asegura Spinelli los resultados con los adultos mayores son maravillosos. “Personas que no conectan prácticamente con ninguna actividad, hacen contacto con los animales, los miran, los acarician e interactúan”, dice. Y destaca que, aún aquellos que manifestaban que no les gustaban los perros, a la segunda o tercera visita pedían tocarlos.
“En algunos casos, personas que tienen apatía o falta de ánimo, se levantan y se cambian prontamente los días que saben que vienen los perros”, añade. La gerontóloga explica que en las actividades propuestas por los entrenadores se fomenta la comunicación y el juego entre los animales y las personas. “Los que pueden caminar suelen tomar las correas acompañados por los entrenadores y hacen caminatas con los perros, los que están en sillas de ruedas reciben a los perros en su regazo. Los animales están preparados para quedarse tranquilos conectando con ellos”, asegura.
En este contexto, Spinelli señala que las investigaciones demuestran que en este momento de intercambio de miradas y conexión se produce un mayor nivel de producción de oxitocina, hormona que ayuda a bajar la presión arterial y los niveles de estrés y ansiedad. “Los dos días a la semana, durante las tres horas en que los perros están en el hogar se respira alegría y expectativa desde temprano”, sostiene.
Prueba de ello es la recepción positiva: “siempre tuve perritos y al dejar mi casa y mis cosas también dejé mis animales. Así que poder disfrutar de ellos acá es un regalo muy especial”, dice otro de los residentes del hogar de 90 años. “Ver como esos ojos perdidos se encuentran con el perro y empiezan a conectar con emociones, recuerdos es maravilloso. Eso es muy emocionante, me hace sentir que lo que hacemos cobra sentido”, dice Carmen Pérsico, criadora profesional y presidenta del club de Boyeros de Berna Argentina y Miembro de la Federación Cinológica Argentina.
“Los perros no juzgan”
En la experiencia de trabajo en TAP, la terapia es llevada adelante por un profesional de la salud, que pueden ser licenciados en psicología, psicopedagogía, fonoaudiología, terapia ocupacional y médicos. Dentro del consultorio se encuentran paciente, terapeuta, el perro y su guía. Aunque una misma persona puede cumplir ambos roles a la vez, es decir ser guía del perro y terapeuta, si es profesional de la salud. “El profesional plantea objetivos en la sesión, así como se hace en cualquier tipo de tratamiento terapéutico, con la diferencia de que cuentan con la presencia del perro, que funciona como facilitador para alcanzarlos”, dice Marcó del Pont y subraya que el perro no es un terapeuta, ni co terapeuta. “El perro acompaña y motiva el proceso, pero quien lleva adelante el tratamiento es el profesional de la salud”, enfatiza.
En cuanto a la característica de los animales, explica que se buscan perros con temperamento equilibrado, que sean sociables y disfruten del contacto con las personas. “Deben tener un buen estado de salud e higiene, con vacunas y desparasitaciones al día. Además de ser confiables y predecibles y tener una buena comunicación y vínculo con su guía”, señala. A la vez aclara que se trata de animales que tienen cierta educación básica. “Lo más importante es que sean perros que puedan escuchar a sus guías y que, además, demuestren un bienestar integral cuando participan de las sesiones”, destaca.
Respecto a los beneficios, la educadora canina enfatiza que son múltiples ya que este tipo de terapia favorece la integración sensorial de los pacientes, ya que su sola presencia estimula varios sentidos a la vez. Los perros ayudan a regular el ritmo, mejoran la autoestima y la satisfacción emocional, brindan calma, seguridad y bienestar. “Los perros no juzgan, no cuestionan ni discriminan. Pueden estimular a un niño o a un adulto a jugar, relacionarse y empezar a comunicarse y al mismo tiempo promover la relajación. Pueden funcionar como aliados para el aprendizaje de diferentes normas y el desarrollo de las habilidades del lenguaje”, cuenta.
En estas terapias las sesiones duran una hora, sin embargo, explica el perro no está presente necesariamente durante toda la hora. En ese sentido, señala que a veces entran y salen en diferentes momentos de la sesión. “A veces cambiamos de perro durante la sesión y se trabaja primero con uno y después con otro”, cuenta.
En todos los casos, se genera un vínculo único entre paciente y animal que tiene como base la confianza y la seguridad. “Algunos pacientes tienen a su “perro preferido” dentro de los perros con los que cuenta el equipo y también creemos que los perros tienen a sus pacientes predilectos”, añade. La especialista recuerda un paciente que comenzó la terapia en segundo grado de la escuela primaria y continuó hasta tercer año del secundario. “Dejó de venir porque se fue a vivir a otro país. Pero, al día de hoy, nos escribe y nos pregunta por cada una de las integrantes del equipo y por todos los perros. Estos fueron creciendo a la par de él y los vio ir haciéndose más viejitos. También nos acompañó con sus palabras cuando algunos de ellos fueron muriendo. Fue un vínculo muy lindo que claramente dejó una huella”, finaliza Marcó del Pont.
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