Con su sombrero negro, cinturón con hebilla tamaño XXL y botas tejanas, Randy Helm era la viva imagen de un cowboy enHaras del Ángel (Maldonado), donde se imparten cursossobre cómo el contacto con caballos puede contribuir al bienestar emocional y, también, formar en liderazgo.
Helm tiene una larga y destacada trayectoria como experto en comportamiento equino, y su expertise es tal que logró implementar un muy exitoso programa para la rehabilitación de personas privadas de libertad en una prisión de su país.
El programa que Helm comandaba no era para todos los privados de libertad, sino que se enfocaba en aquellos que habían cometido crímenes violentos. A los participantes se los emparejaba con un caballo de la raza mustang, pero tampoco cualquiera: eran animales salvajes, nunca habían sido domados. El privado de libertad tenía que entrar a un corral y, guiado por Helm y otros, tratar de establecer un vínculo con, “un animal de 450 kilos, que podía ser agresivo”, cuenta el propio Helm en charla con Vivir. Ahí no había experiencia pandillera que valiera.
Los primeros tiempos fueron de aprendizaje para todos, incluso para el propio Helm, que empezó eligiendo participantes de acuerdo a si habían tenido algún tipo de contacto previo con caballos. Pero “Esa idea la abandoné casi enseguida y me fui al lado opuesto: elegíamos a personas que a veces ni siquiera habían visto un caballo en vivo”, cuenta.
La idea de Helm fue tan exitosa (la gran mayoría de los participantes no reincidieron en el delito una vez que obtuvieron su libertad), que la repercusión llegó hasta el actor, director y productor cinematográfico Robert Redford, que ofició de productor ejecutivo para una película, The Mustang (2019), basada en las experiencias del programa liderado por Helm. Cuando la vio, tuvo sensaciones encontradas: “Algunas cosas me parecieron poco realistas, pero entendí que Hollywood se toma ciertas libertades”, dice ahora en Haras del Ángel, donde se dan cursos en el marco del proyecto Bienestar Con Caballos.
Pasión por lo que los caballos pueden dar
Federico Turcio, su esposa Mariana y su hijo Renato lideran Bienestar Con Caballos, un programa donde trabajan con estudiantes o profesionales. La visita de El País a Haras El Ángel, coincidió con grupo de estudiantes del colegio Los Pinos.
Los caballos, tal como pueden auxiliar a presos a encarrilar su vida, también pueden aportar para que un adolescente encuentre un centro vital. Los cursos son gratuitos. Turcio los sustenta con ingresos de sus actividades empresariales y con convenios puntuales que realiza con alguna institución pública. Y esos cursos son su pasión, tanto por lo que él percibe que los jóvenes aprenden como por lo que él mismo sigue aprendiendo. “Acá aprenden, entre otras cosas, sobre autocontrol”.
Los jóvenes hacen un ejercicio previo antes de entrar en contacto con los animales, para estar tranquilos y relajados. Cuando toman contacto con los caballos, estos reciben a seres humanos sin estrés ni ansiedad, lo que facilita un primer acercamiento entre las especies.
Turcio tiene caballos desde hace más de 25 años y cuenta que creía que sabía todo lo que había que saber sobre los equinos. “Los uruguayos nacemos pensando que sabemos de todo, de caballos también. Yo era así”, dice. Hasta que un día, él y su esposa decidieron pagarse un curso con el experto estadounidense Monty Roberts, famoso porque, tal como en el caso de Randy Helm, hay una película basada en sus experiencias, en la cual también está involucrado Robert Redford.
Cuando llegaron a Estados Unidos, la soberbia de creer que sabía de caballos se dio de bruces con la realidad. A Roberts, al parecer, no le impresionaba demasiado que Turcio hubiese tenido caballos durante décadas. Lo hizo limpiar establos, recoger bosta y otras tareas que no estaban directamente ligadas al trato con los equinos. Turcio se enojó y Roberts le dijo que si quería, él le reembolsaba lo que habían pagado por el curso y que podían marcharse cuando quisieran. Turcio achicó y al poco tiempo empezó a entender el método de Roberts, y a comprender que había creído que se las sabía todas. La experiencia lo transformó. Cambió su manera de manejarse en la vida y en su profesión. “Hoy tengo una actitud totalmente distinta a la que solía tener. Hoy paro, observo y respiro”, dice y cita al cartel que cuelga del espacio en el cual sus caballos amansan a quienes participan de los cursos de Bienestar con Caballos.
El contacto con los caballos empezó muy temprano en la vida de Helm. Creció en una granja en en su estado natal, Arizona. Su familia tenía un stud, y en algún momento apostaron a la cría de caballos de carrera, “pero nunca logramos que alguno de ellos tuviera gran éxito”. Tuvieran éxito o no, el infante tenía que cuidarlos constantemente: “Me iba a cabalgar con ellos a las montañas que quedaban cerca de casa”, recuerda.
De soldado a policía y, luego, pastor
Con la mayoría de edad cumplida, fue reclutado por la Fuerza Aérea y enviado a Corea del Sur. De vuelta en su país, Helm se mudó a Texas y entró a la Policía. Lo primero que tuvo que hacer fue formarse como policía encubierto para infiltrarse en bandas delictivas organizadas.
Un tiroteo que lo involucró a él y a otros polícias (cuando relata sobre ese incidente, lo hace muy rápido y muy brevemente, como para sacárselo de encima y continuar con tópicos más gratos) le despertó algo que se venía gestando en su interior: la fe religiosa. “No me criaron religiosamente. Llegué a Jesucristo por mi cuenta, y en eso tuvo bastante que ver el movimiento hippie, que tenía una actitud mucho más espontánea y orgánica ante la espiritualidad”. Dejó la vida encubierta, empezó a estudiar teología y se convirtió en el capellán de su división policial.
Todas las experiencias que acumuló como soldado primero y como policía después las unió a sus conocimientos sobre los caballos, y de a poco le fue dando forma al programa que empezó a implementar en el sistema carcelario de su estado (tras 12 años en Texas, volvió a Arizona).
Para Helm, la explicación de por qué es tan fructífero para alguien con un comportamiento violento establecer un vínculo con un caballo es, según sus propias palabras, que “el caballo vive en el ahora. Y como no tiene historia, no carga con nada. Un caballo que ha sido maltratado durante mucho tiempo aún así puede llegar a confiar en un ser humano. Muchos de quienes participaron en esa experiencia en la cárcel aprendieron eso de los caballos, a soltar las cosas dolorosas del pasado, a vivir en el presente para, en lo posible, crecer como persona”.