La orden fue inmolarse. La vicepresidenta le hizo decir al presidente que debía lanzarse como un kamikaze y hacer estallar su imagen institucional contra la Corte Suprema.
Aparentemente decidido a cumplir la orden, Alberto Fernández declaró verbalmente la guerra de poderes que destruiría la institucionalidad vigente, si las decisiones tomadas a renglón seguido las materializan.
Pero el presidente que declaró la guerra, poco después se desdijo al anunciar que pagaría en bonos la deuda que los jueces supremos ordenaron pagar. A partir de entonces, el escenario es otro. La medida puede ser una patraña para ganar tiempo, pero apagó la mecha de la bomba para destruir el sistema institucional.
El choque entre el Poder Ejecutivo y el Judicial llegaba después del choque que, también ordenado por Cristina Kirchner, lanzó el Poder Legislativo contra el máximo tribunal de la Nación en el terreno del Consejo de la Magistratura.
En esta nueva pulseada electrizante, la Corte Suprema tomó una decisión cautelar sobre los puntos de coparticipación que el presidente había quitado a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) para entregarlos a la provincia que gobierna el cristinista Axel Kicillof.
La decisión de la Corte potencia a Horacio Rodríguez Larreta de cara a las elecciones del año próximo. Pero incluso si el fallo no fortaleciera a un opositor ni debilitara al gobernador bonaerense, que es una de las pocas fichas propias que le quedan por jugar en el tablero electoral, a Cristina Kirchner el fallo la hace vislumbrar una chance de escapar a un destino judicial adverso: provocar un choque de poderes que destartale el sistema institucional.
Al menos de momento, Alberto Fernández encontró una alternativa para evitar, tanto la aplicación lineal de la medida ordenada por la Corte, como la embestida que ordenó Cristina contra el máximo tribunal.
Dos caminos confluyen en el choque de poderes con que se busca alterar la institucionalidad. En los dos caminos está Cristina Kirchner.
El primero alejó al presidente de la imagen que daban sus reportes de pandemia flanqueado por Kicillof y Rodríguez Larreta. En esa postal, Kicillof sobraba porque el mensaje de la imagen estaba en las presencias conjuntas del presidente y del jefe de gobierno porteño. Era la postal de un puente por encima de la grieta.
Ese escenario tenía el potencial de reformular el tablero político. Por eso la vicepresidenta ordenó dinamitar el puente. Y la destrucción se hizo de tal modo que fortaleció económicamente al gris gobierno provincial del tercero que sobraba en la postal.
Patear aquel tablero fue la primera orden de actuar contra sí mismo que el presidente recibió de la vicepresidenta. Opacó la imagen de Alberto Fernández destruir el escenario donde lucía tan bien. Y no fue la última orden de actuar contra sí mismo que recibió de Cristina. Pero ninguna sería tan peligrosa para la democracia como la que recibió por boca del gobernador chaqueño Jorge Capitanich.
La orden de destruir la relación con Rodríguez Larreta para favorecer a Kicillof abrió el camino que condujo hacia la encrucijada donde la nueva orden que recibe es destruir la relación entre los poderes del Estado. Y esta vez el sacrificio que se exige al presidente apunta a rescatar a la vicepresidenta del sendero institucional que parece conducirla a inexorables condenas.
Salir de ese trayecto no sólo impone la inmolación del presidente sino también del ministro de Economía, cuya firma es la que finalmente ejecuta el designio.
En el alegato de Cristina Kirchner, los jefes de Gabinete eran los responsables de ejecutar los presupuestos en el caso por el que la declararon culpable de defraudación al Estado. Nunca entendió por qué ni Alberto Fernández ni Sergio Massa fueron procesados.
El FdT parece armado por la líder kirchnerista precisamente para que, quienes fueron sus dos jefes de Gabinete en el tiempo de los desfalcos por los que la procesaron, queden obligados a usar sus dotes de lobistas y sus relaciones personales, además de presionar a magistrados todo lo que sea necesario para hacer caer las causas contra ella. Pero ellos no hicieron lo que la vicepresidenta esperaba y las causas empezaron a desembocar en la actual encrucijada. Un escenario que Cristina necesita destruir haciendo saltar el sistema por los aires.
El ardid de pagar con bonos a la CABA parece que, al menos por el momento, el presidente y su ministro han decidido no inmolarse.
¿Lo aceptará Cristina?