Por Matías Chlapowski
Fue uno de los padres fundadores de los EE. UU. y quizás el principal arquitecto de su estructura política. Sorprende todo lo logrado en su corta vida, dadas las circunstancias de su origen y niñez.
Nació en las indias occidentales, hijo de Rachel Faucette (de origen francés hugonote e inglés). Una mujer bella, transgresora, de mucho carácter y amada por Alexander, un niño frágil, rubio, de hombros estrechos, al cual educó de pequeño con mucho ahínco a pesar de los pocos medios y el trabajo en su tienda para proveer lo necesario. Fue perseguida por su marido (un tal Lavien) del que se separó. Este consiguió encarcelarla largos meses en prisión acusándola de adultera, le quitó su primer hijo y eventualmente su modesto patrimonio. A pesar de que él al obtener el divorcio y volvió a casarse aunque se lo impidió a ella con argucias legales.
Por lo tanto, Rachel no pudo contraer matrimonio con James Hamilton, un escocés, vástago de una familia noble quien en busca de fortuna viajó al nuevo mundo, pero sin llegar a obtenerla . Era el padre de nuestro héroe si bien no logró superar las dificultades para cumplir con su rol. Terminó abandonando a su mujer y sus dos hijos y desapareció en los confines del Caribe.
El más joven de ellos, Alexander, siguió desarrollándose intelectualmente. Leía copiosamente y además de inglés, hablaba y leía francés, demostrando gran interés por entender y aprender. Quedó prácticamente huérfano a los 12 años cuando murió su querida madre en 1768,con su padre desaparecido. Los dos niños fueron recogidos por unos parientes del lado materno.
En esos tiempos, las islas del Caribe y aledañas -eran un hervidero de actividad, azúcar, café, tabaco mercado de esclavos- y de tanto en tanto, disputadas entre GB, Francia, Holanda, Dinamarca y España. Allí pululaban, mercaderes, aventureros y contrabandistas, acosados por piratas y corsarios.
Gracias a ser muy despierto y diligente, sus parientes emplearon a Alexander de aprendiz en una “trading” relacionada con centros comerciales europeos y de NY.
Ahí Hamilton comenzó una práctica y rápida inmersión sobre monedas, descuentos de letras, préstamos, tasas de interés, fletes y contratos varios. Se ganó la confianza de sus patrones, los que con el tiempo le fueron dando amplia latitud. Siguió su afán por leer y empezó a escribir y ocasionalmente. A contribuir inclusive, con poesías en los medios locales. De tal manera, que los principales lideres de St. Croix decidieron proveer a este excepcional adolescente, medios para estudiar en EE.UU. Llego a mediados de 1773 y luego, no pudiendo convencer al rector de Princeton (NJ) de acortar su carrera -tenía 16 años- fue admitido en King’s College, hoy Columbia University (NY) adonde descolló como alumno.
Con el advenimiento de la guerra de independencia tuvo que suspender sus estudios. Abocado a la causa de la libertad y a los ideales que se pregonaban e impulsado por su tremenda ambición y confianza, consiguió ser nombrado capitán de artillería de una unidad, la cual tuvo que organizar el mismo, reclutando, pertrechando y entrenando a los soldados, a la vez de ir aprendiendo junto con ellos cómo utilizar los cañones.
Participó en duelos de artillería contra barcos británicos que rodearon Manhattan y luego en la retirada a través de New Jersey a Pennsylvania, en duros combates. Gracias al apoyo de la batería que él comandaba ya con destreza, rociaba oportunamente de metralla a las tropas realistas que los perseguían. Participó, activamente a pesar de haber caído enfermo, en las victorias de Trenton, cruzando el río Delaware semi congelado, arrastrando dos cañones por 15 kilómetros en plena tormenta de nieve. Así sorprendió al enemigo en plena Navidad de 1776 y luego formó parte de la toma de Princeton.
Por su participación en estos combates y la recomendación de varios generales que lo vieron en acción, Washington lo incorporó a su Estado Mayor. Lo promovió a Teniente Coronel, siendo el más joven de los oficiales y pronto pasó de facto, a jefe.
Durante su estancia con Washington, el Gral. le encomendó múltiples misiones delicadas que requerían tacto y capacidad para imponer sus puntos de vista. Por ejemplo, lo envió a ver al General Gates que se adjudicaba el (reciente) triunfo en la batalla de Saratoga, retirándole casi la mitad de sus tropas. La amenaza inglesa por el norte había disminuido y Washington necesitaba con urgencia refuerzos en el centro. El solo hecho de cabalgar hasta Albany (NY) desde el cuartel general en Pennsylvania en noviembre, completando unos 500 Km. en 5 días, ya es una proeza, pero enfrentarse con un oficial superior vano y orgulloso y convencerlo de quedarse donde estaba y quitarle buena parte de sus efectivos, no era tarea fácil.
Hamilton interrogaba a los espías, desertores y prisioneros, leía ávidamente la correspondencia, especialmente la interceptada que interpretaba junto con los mapas que caían en sus manos. Redactaba las órdenes de Washington a distintos comandos y preparaba informes para el Congreso y a los Gobernadores e importantes políticos de los 13 estados. Se ocupaba de los suministros y pagos. Acompañaba a Washington (que solo hablaba inglés) en sus encuentros con los franceses y actuaba de intérprete. Un entrenamiento extraordinario para este joven que como veremos en mi próxima columna, se convirtió en artífice clave de la Constitución norteamericana y en el primer secretario del tesoro de EE.UU.
Años, después se quejó con Washington lamentando no haber estado más en el campo de batalla, cubriéndose de gloria, en vez estar detrás de un escritorio redactando órdenes, sacando cuentas y tomando notas sobre encuentros en el cuartel general.
Al no recibir entonces, un mando de tropa, renunció a seguir con George Washington hasta ser nombrado General, transformándose en héroe nacional en la decisiva batalla de Yorktown.
Es probable que la actitud de Washington haya sido la de preservarle su vida, lo mismo que a Lafayette, ambos muy amigos Dos valientes, despreciaban el peligro. Los quería a ambos y seguramente impidió que muriesen antes de tiempo.