Argentina y un fenómeno

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Todos hemos visto las imágenes. Merecieron ganar. Fue un partido “no apto para cardiacos”. Dos a cero hasta casi el final. De pronto los franceses empatan. Los argentinos vuelven a hacer otro gol en los últimos momentos. Los argentinos creen que han ganado. No es “posible” que Francia vuelva a empatar. Es el delirio total en las gradas de los fanáticos argentinos. Un golazo de Kylian Mbappé y Francia vuelve a empatar. El partido se decidirá por penaltis. Es el momento de los porteros. Emiliano Martínez atrapa dos. Argentina gana y está feliz. Los argentinos se besan y abrazan en las calles de su país. Por un buen rato olvidan las divisiones y las penurias. Son, otra vez, campeones del mundo de fútbol.

Dejemos la polémica habitual. Pelé, el brasileño, Maradona y Messi son tres grandes. Pelé está muriéndose, Maradona ya murió en el 2010, prematuramente, y Messi podría retirarse pronto. Entremos en otra discusión: qué significa el fútbol para Argentina. Me habría gustado conocer la opinión de mi amigo, el sociólogo Juan José Sebrelli. Creo que es la religión de numerosos argentinos. Casi todos creen en el fútbol como algo central de sus vidas, y están dispuestos a perdonárselo todo a quien funja como “dios” provisionalmente.

Es al revés. En el cristianismo Dios le perdona todo a los cristianos, pero eso no es gratis. A cambio deben mostrar un genuino arrepentimiento público o privado. En Argentina todos, o casi todos, menos Sebrelli, están dispuestos a perdonar la mayor ofensa (meter un gol con la mano), siempre que el que la comete sea “dios” y sin necesidad de arrepentimiento.

Pero significa más todavía. Los argentinos encuentran en el fútbol la expiación del pecado de haberse inhibido de la batalla por el desarrollo. No es posible evadirse de la información de que Argentina, hasta 1930, era una de las naciones más exitosas de la tierra. A partir de ese año comenzó el extravío. Hasta ese punto, Inglaterra, fundamentalmente, proporcionaba los recursos para las inversiones y las innovaciones esenciales.

Por ejemplo, los trenes que podían sacar los granos de cualquier provincia, y las carnes que necesitaban barcos refrigerados. Europa, con sus campos deshechos por la Primera Guerra mundial, requería alimentos, y Argentina se los proporcionaba. Después de la Primera Guerra mundial vino la Segunda, pero ya estaba instalado Juan Domingo Perón, un militar carismático, en Buenos Aires, primero como secretario del Trabajo y luego, a partir de 1946, como presidente.

De esos años es el “discurso“ sobre economía de Perón. Un ayudante le advierte que no hay dólares ni libras esterlinas en el tesoro público. Perón sale al balcón y hace una pregunta retórica: “¿Ha visto la clase trabajadora argentina un dólar?” “No” responde con un rugido unánime y desafiante ‘la clase trabajadora argentina’. Si nadie lo ha visto es prescindible. Perón es un demagogo o un ignorante. A mediados del siglo XX le dan un golpe de Estado. Da ciertos tumbos por América Latina y acaba en la España del general Francisco Franco.

Franco cree en “el pan y circo”. Dota a los españoles de una buena cantidad de circo. La gran afición por el fútbol viene con el franquismo. El argentino Alfredo Di Stéfano, llamado “la saeta rubia”, es elegido por Franco para jugar con el Real Madrid. El Real Madrid, con Di Stéfano, gana cinco veces consecutivas los campeonatos de Europa (1956-1960). A España le ocurría lo que a la Argentina. Había tenido un pasado fastuoso de primera potencia mundial. Era la época en que Argentina era diferente a su entorno. A partir de ahí solo era diferente en el fútbol. Afortunadamente el fútbol mezclado con la democracia. Por eso se abrazan a ese rasgo de la convivencia. Los argentinos quieren que se les juzgue por el trazo con que se distinguen en el planeta. Yo creo que siguen siendo una gran nación.

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