El pasado 31 de marzo se cumplieron 90 años del suicidio del ex presidente de la República Baltasar Brum, ocurrido en 1933 como gesto de inmolación ante la dictadura recién instalada en el país.
Muchos que caminan hoy por la calle Río Branco entre 18 de Julio y Colonia -vereda este-, quizá ignoran que la acera de esa arteria de la capital se tiñó con la sangre de Brum quién, a pocos metros de su casa, ubicada en el 1394, se quitó la vida de un balazo en el corazón. Antes de disparar gritó ¡Viva Batlle! y algo más dirigido a los que esa madrugada habían dado el primer golpe de Estado del siglo XX en Uruguay. Su cuerpo muerto quedó tendido en el cruce de las calles en donde hoy hay agencias de viajes en dos esquinas y un moderno edificio en una tercera, en la acera oeste.
Ese día desde muy temprano el lugar había sido un revuelo de rumores y público merodeando. Policías a pie y a caballo, tránsito interrumpido, periodistas, fotógrafos, curiosos y correligionarios amigos deliberando en la puerta de la casa de Brum. Una confitería cercana realizaba convites de bandejas con refuerzos de pan y fiambre para periodistas allegados y partidarios de Brum. Hay fotos notables e históricas que muestran grupos de hombres trajeados y con gacho o rancho de paja -alguno revólver en mano, como el propio Brum- mirando de manera furtiva hacia los costados, riendo algunos. Lo curioso es que parecen no vislumbrar el drama que se avecina y sonríen en las fotos.
Un grupo se arracima en la puerta del domicilio del futuro suicida y el dueño de casa está con ellos. Viste pantalón y saco oscuro de anchas solapas. Lleva una golilla al cuello en algunas fotos. En otras -ya sin la golilla- se aprecia que debajo del saco solo viste una tricota blanca de cuello redondo. No parece un ex presidente de la República, sino alguien recién levantado de la cama que, tras vestirse apresuradamente, ha salido a la puerta porque han golpeado. En algunas imágenes lleva un revolver en cada mano. En otras esboza una sonrisa giocondesca, inquietante e indescifrable. Se puede inferir que es la sonrisa del adiós, la mueca resignada del que sabe que ese día habrá de tomar una decisión extrema y ejemplar. ¿Qué recuerdo queda hoy de aquella tarde en ese lugar?
La casa en la que vivía Brum todavía existe. Allí funciona una dependencia estatal del INAU. Eso está indicado con un cartel pequeño colocado al costado derecho de la puerta. Y sobre él, una placa recordatoria del Partido Colorado, a mi criterio poco entusiasta e insuficiente, empezando por la fecha tardía en que fue colocada, nada menos que 79 años después de la tragedia. La parte medular del texto reza: Aquí se escribió con sangre una de las páginas más célebres de la República. ¿Por qué ese gesto de inmolación absoluta no fue consignado con más claridad y énfasis en la plaqueta? Su texto es correcto, elusivo y vago. Se sospecha, en esa redacción cautelosa, que primó el pudor ante el suicidio.
Supongamos que un joven que ignora esa página de nuestra historia pasa hoy frente al 1394 de la calle Río Branco y repara en la placa: ¿qué podrá inferir a partir de lo que esta detalla? ¿Puede saber cómo murió Baltasar Brum y en qué circunstancias? No, no puede: se entera del día en que falleció y que su sangre sirvió para escribir una página célebre. A lo sumo, ese joven pensará que allí mataron a Brum, dentro o fuera de esa casa, pero ignorará que el homenajeado ofreció voluntariamente su vida ante el quiebre institucional. Se mató en el medio de la calle y a la vista de todos. Según él mismo había proclamado, su gesto acortaría la dictadura al mancharla de sangre. Lamentablemente no fue así.
Hoy, justo es decirlo, el suicidio ya no se estila para impulsar una gesta o inmolarse por la comunidad. Dejó de ser ejemplo de nada y solo remite a la desesperación o causas personalísimas del suicida. Sabemos, además, que Uruguay ostenta un récord de suicidios por habitante que se incrementa desde hace tiempo, en especial entre los más jóvenes. El incremento de 2021 -año siguiente a la eclosión de la pandemia- se tradujo en un nuevo récord: 758 suicidios o -lo que es lo mismo- 21,39 suicidios cada 100.000 habitantes. Es más, en lo posible se evita informar sobre esas decisiones extremas porque suelen ser imitadas. Argumento muy discutible. Como sea, somos un país con vocación y hábitos suicidas y es paradójico que al suicida más famoso y desinteresado sea poco evocado a nueve décadas de su muerte.
Nunca he sido correligionario del partido de Brum, pero siempre me impresiónó su gesto que ha tenido diversas lecturas e interpretaciones según el decurso de los años. Eso fue alejando su inmolación de la consideración pública. Un mártir de la libertad que, a mi modo de ver, fue perdiendo -para quienes no lo evocan desde lo histórico-partidario- un motivo de unción republicana y democrática. Otros ocuparon después el imaginario colectivo y el relato, en tanto Baltasar Brum permanece en el nombre de un tramo de la rambla, en un pueblo del departamento de Artigas y en la escueta placa recordatoria de la calle Río Branco.
En estas nueve décadas transcurridas mucha agua pasó bajo los puentes de la política y esta no vive solo de recuerdos y homenajes. En estas páginas consigno el que hace pocos días le realizó en su columna del Dr. Leonardo Guzmán, con la habitual sobriedad y magnanimidad que lo caracterizan. Creo que el gesto de Brum merece mucho más reconocimiento todavía, en un país que para algunos desubicados estuvo en riesgo institucional por la aparición de unos chats sobre un delincuente que ya está entre rejas. Riesgo institucional fue el que enfrentó Brum y poco importa hoy analizar si su conducta fue un desequilibrio o un súbito reflejo luego de varias horas de tensión y presión sobre él y su domicilio.
En atención al nomenclator de las calles de la ciudad, no sé si alguien alguna vez propuso designar el tramo de Río Branco comprendido entre 18 de Julio y Rambla Sud América con el nombre del inmolado. La arteria que ahora se llama Baltasar Brum, sin duda es más importante, pero está alejada del lugar del hecho. Río Branco, más cercana, podría llamarse Calle del Sacrificio, porque lo fue.