Hace unos años Clay Christensen, profesor de Harvard y uno de los pensadores del mundo de negocios más influyentes del siglo XXI, se dio cuenta que a medida que pasaban los años y se reunía con sus antiguos compañeros de estudio, la vida de sus colegas no resultaba acorde a los futuros prometedores que uno hubiese imaginado años atrás. Sus brillantes resultados académicos y la vida exitosa que proyectaban tener en su época de estudios no tenían correlación con lo que realmente terminó siendo. Fue entonces cuando se preguntó ¿Qué lleva al éxito a las personas? ¿Cómo se considera alguien exitoso? Al final de tus días, ¿cómo vas a medir tu vida?
Según él, las personas como las empresas buscamos el éxito. Más aún, tenemos una fuerte tendencia inconsciente a hacer aquello que nos da la sensación de retorno inmediato y concreto. Por eso cuando tenemos un gramo extra de energía o unos minutos libres, tendemos a usarlo en las actividades que nos dan la mayor evidencia inmediata de logro.
Nuestras carreras profesionales nos dan esa sensación de resultado tangible: logramos una venta, cerramos una negociación, nos ascienden. Contrariamente, la inversión de tiempo y energía en nuestros afectos no tienen retorno inmediato sino todo lo contrario. De hecho, en el día a día nuestros hijos se portan mal una y otra vez y no es hasta la vida más o menos adulta cuando uno puede ver si se transformaron en personas parecidas a lo que uno esperaba, para saber si hizo las cosas bien. Y así con los demás afectos. Es por eso que, a pesar de que la mayoría de las personas estamos convencidos de que nuestros afectos son lo más importante, tendemos a invertir la energía y tiempo extra en actividades que nos dan logros más inmediatos, como el trabajo.
Christensen propone una teoría: los humanos tenemos mentes finitas, por eso cuando tratamos de entender qué es lo que está pasando en el mundo, tendemos a sumar cosas. En las empresas los CEOs no seguimos cada factura. Lo que hacemos es ver los montos totales de facturación, miramos centros de costos, los comparamos con los de los últimos años, sacamos conclusiones y tomamos decisiones. Y es así como tratamos de entender el mundo y ver si tuvimos éxito o no en nuestra gestión.
Pero ¿cómo se mide el éxito en la vida de las personas? A diferencia de nosotros, el autor sugiere que Dios no tiene que agregar números para entender lo que está pasando en el mundo, porque su mente es infinita. Por eso, al final de nuestros días, no nos va a preguntar cuánto dinero dejamos en el banco o a qué cargo llegamos. Seguramente nos pregunte cómo actuamos en esta y aquella situación particular que nos tocó vivir, y cómo ayudamos a las personas que tuvimos alrededor a convertirse en mejores personas, usando los talentos que él nos dio. Y esa es la forma en la que Dios va a medir nuestra vida: a través de las personas en las que logramos impactar.
En esta Semana Santa, de turismo o criolla, sea cual sea tu religión o credo, posiblemente tengas algún minuto extra de tiempo y energía. Te invito a hacerte la pregunta de Christensen: ¿dónde vas a invertirlos? ¿cómo vas a medir tu vida? Y en base a eso ¿te consideras una persona exitosa?