Parecía la coreografía de una ópera sobre el totalitarismo. Desnudos, rapados y encadenados, dos mil reos cumplieron milimétricamente el dictat de los coreógrafos policiales. Descalzos, caminaron en los tramos que debían caminar, trotaron en los que debían trotar, avanzaron de cuclillas cuando les ordenaron avanzar así, siempre mirando al suelo.
Que el presidente salvadoreño haya decidido exhibir a su pueblo y al mundo el estremecedor video, implica ostentar un sistema carcelario con rasgos de campos de concentración.
Las imágenes exhiben una naturaleza autoritaria que Nayib Bukele ya había mostrado, por ejemplo, al ingresar al hemiciclo del Congreso con militares armados hasta los dientes y al poner su mayoría legislativa al servicio de someter al Poder Ejecutivo la judicatura y otros resortes claves del sistema judicial.
La mayoría de los salvadoreños, que llevan décadas atormentados por las violentas pandillas delincuenciales, aplaude al presidente cuando embiste contra ellas sin poner límites al accionar policial. Gran parte de la sociedad siente que Bukele le ha devuelto el poder que la democracia representativa le había quitado. Demasiados salvadoreños se encuentran huérfanos de protección ante las maras, por eso aplauden ver a los mareros reducidos a rebaño desvalido y desprovisto de derechos y de garantías.
Esas poderosas mafias que nacieron al principio de los años ´80 en las comunidades de inmigrantes salvadoreños en la ciudad californiana de Los Angeles, imperan desde hace décadas en El Salvador, Guatemala y Honduras. El poderío es tan grande y ha logrado tana impunidad, que sus miembros portan un uniforme que no pueden quitarse porque está en la piel: los tatuajes que cubren enteramente sus cuerpos.
Se entiende que pueblos desguarnecidos ante semejantes mafias se sientan seguros con una política de seguridad que no respeta las leyes del Estado de Derecho y hasta tiene una estética totalitaria. Pero eso no implica que realmente estén más seguros. La historia prueba que, incluso, puede ser lo contrario. La protección que el poder despótico brinda en un momento, se transforma en indefensión total en otro.
En la Italia de la primera mitad del siglo 20, nadie había acorralado tanto a la mafia siciliana como Mussolini. El fascismo golpeó hasta debilitar gravemente a la Cosa Nostra. Por eso Lucky Luciano colaboró con Estados Unidos y fue en Sicilia el desembarco norteamericano que acabó con el Duce colgado de cabeza en Milán.
Entre el apogeo del poder fascista y su caída, los italianos vieron a su país asociado con Hitler y el nazismo, vieron campos de concentración donde se exterminó a judíos, socialistas, comunistas y liberal-demócratas, hasta que finalmente Italia arrasada en la Segunda Guerra Mundial.
Hay ejemplos más cercanos en el espacio y el tiempo. En los años noventa, Fujimori aplastó a Sendero Luminoso y también a los miembros del MRTA (Movimiento Revolucionario Tupac Amaru) que, comandados por Néstor Serpa Cartolini, habían ocupado la residencia del embajador japonés cuando se realizaba una gala con cientos de invitados por la asunción de Akihito al Trono del Crisantemo.
Muchos guerrilleros que participaron de la toma fueron ejecutados a pesar de que ya se habían rendido ante los efectivos militares que ejecutaron la “Operación Chavín de Huantar”. En los dos casos, Fujimori dejó de lado las leyes y apostó a la guerra sucia.
El indecoroso final de su presidencia, intentando un fraude monumental y luego huyendo a Japón, además de las revelaciones de corrupción y de los otros crímenes cometidos por el régimen, mostraron a la mayoría que lo habían aplaudido, el alto costo que puede tener la eficacia de los autoritarismos.
Bukele no es de izquierda ni de derecha, sino un exponente de la cultura autoritaria. Un joven empresario que fue alcalde de Nuevo Cuscatlán y luego de la capital, San Salvador, como candidato por el FMLN (frente Farabundo Martí de Liberación Nacional), el reciclado político socialdemócrata de la antigua guerrilla izquierdista.
Las culturas autoritarias tienen sus respectivas izquierdas y derechas, como también las tienen las culturas liberal-demócratas.
La democracia liberal, que es la del Estado de Derecho, se debilita en el mundo atacada por izquierda y por derecha. Bukele es uno de los enemigos del sistema en el que las mayorías, agobiadas por incertidumbres y miedos, van dejando de creer porque no encuentran respuestas a sus reclamos.
Los líderes populistas las convencen de que la “elite política”, “casta”, “burocracia” o como quieran llamar a las dirigencias de la democracia representativa, le roba el poder a la sociedad y ellos se lo devuelven. Pero para hacerlo, es imprescindible que se coloquen por encima de las leyes y las instituciones.
En eso está Bukele.