Llama la atención que, en Uruguay, de una enorme riqueza marina, actores de la pesca industrial juzguen que el país vive de “espalda al mar”.
Es una metáfora que escuché decir durante la elaboración de un estudio que realizamos en Ceres sobre la realidad de la pesca industrial, y que alimenta la percepción de que tenemos un gran territorio marino “casi abandonado”.
Lo cierto es que el trabajo realizado revela que la pesca tiene un enorme potencial económico y social, además de todas las condiciones para convertirse en una actividad estratégica. La FAO proyecta un crecimiento de la pesca en todas sus modalidades por su papel crucial como dieta saludable y asequible, y también por el interés que despierta en la biotecnología y la industria farmacéutica.
La Zona Común de Pesca que comparten Argentina y Uruguay en el Río de la Plata y del océano Atlántico (216 mil km²) es un espacio marítimo excepcional, de una inmensa riqueza en donde se realiza el 90% de las capturas industriales de la flota nacional. En la actualidad, la pesca, muy concentrada en corvina, merluza y pescadilla, es una expresión muy menor en comparación a lo que podría ser. El 90% de la pesca se vende al exterior, pero su peso con relación al conjunto de las exportaciones se muestra en franco descenso: en 2002 representaba el 5,7%; en 2011, el 2,5%; y en la actualidad, menos del 1%.
Sin sobrepasar la cantidad sostenible desde el punto de vista del ecosistema marino, se podrían más que duplicar las exportaciones con un impacto directo de USD 120 millones. Y como la pesca no solo abarca la tarea de captura, sino que incluye actividades conexas de logística, procesamiento y distribución, habría que sumar otros US$ 60 millones, por el impacto indirecto de la cadena productiva.
Para dar este salto realista, que significaría además la creación de puestos de trabajo genuinos, es indispensable ampliar y modernizar la flota actual.
El reverdecer de la pesca industrial representa una gran oportunidad laboral para personas de baja formación educativa, beneficiándose de salarios mayores al promedio de la economía a fuerza de experiencia y capacitación.
El trabajo como grumete (aprendiz de marinero) solo requiere la realización de un curso básico de seis semanas. Incluso para el acceso a una libreta de embarque -para ejercer el oficio de marinero- no es imprescindible tener ciclo básico completo; se exige una preparación de ocho días y luego 180 días de experiencia. Subir al siguiente escalón -y ser patrón de pesca- requiere un curso dictado en la UTU y, con más capacitación y experiencia, es posible ascender al grado de patrón de cabotaje y llegar a los puestos más altos como patrón de gran cabotaje y pesca de ultramar.
El declive sectorial es multicausal: pérdida de días de pesca por tareas de mantenimiento y de reabastecimiento de los barcos (en parte explicado por falta de inversión); regulaciones que no favorecen el funcionamiento del mercado; y un clima laboral dañado con altos costos por conflictos gremiales (solo en 2022 hubo 45 días de huelgas).
El trabajo de Ceres deja en evidencia que los males que sufre la industria pesquera nacional pueden revertirse con un conjunto de transformaciones en armonía con el desarrollo sustentable, lo que abordaré en mi próxima columna: “Los nudos de la pesca”.