Encuestitis y elecciones

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Me contaron que hace poco llegó un inversor extranjero que en su agenda de distintas reuniones relevantes procuró obtener una con Orsi ya que, en su previsión, él será el próximo presidente. Pensé, para mis adentros, que el extranjero en cuestión tendrá mucho éxito en su quehacer empresarial, pero que definitivamente entiende poco de política.

Pensando sobre qué fundar una suposición electoral tan clara pro-Orsi, concluí que estamos ante un caso típico de encuestitis. En efecto, la gran mayoría de los actores económicos relevantes no son especialistas en elecciones. Por lo tanto, para calibrar cuál es la situación política se guían sobre todo por los resultados de los clásicos instrumentos de medición de opinión pública. Y lo que se puede ver hoy es que el Frente Amplio (FA) presenta más intención de voto que lo que obtuvo en octubre de 2019, y que dentro del FA es Orsi quien cuenta con mayor apoyo. Ergo, de una cosa se deduce la otra y Orsi será presidente.

El problema es que ese nivel tan primitivo y tosco de entendimiento electoral también está muy extendido entre dirigentes políticos y analistas influyentes. Por un lado, hay una enorme pereza intelectual que lleva a proyectar resultados de encuestas como si fueran certezas futuras. Por otro lado, hay muchas veces un mal disimulado deseo izquierdista, disfrazado de análisis politológico, de reflexión de economista o de comentario periodístico especializado, que en realidad lo que quiere es que gane el FA en 2024, y que por lo tanto estira conceptualmente el resultado de las encuestas para transformarlo en vaticinio electoral.

En concreto, hay al menos dos variables internas claves que de ninguna manera permiten dar hoy por favorito a Orsi. Primero, la evolución de los apoyos sectoriales y de las otras precandidaturas. Por ejemplo, no es lo mismo para las chances exitosas de Orsi que el Partido Comunista apoye a Cosse, a que no lo haga; que Bergara se lance al ruedo, a que prefiera apoyar al intendente de Canelones; o que Lima se mantenga hasta el final, a que se baje (¿y en favor de quién?). Segundo, está el protagonismo de las campañas electorales, que hoy ni siquiera existen, y que son definitorias en una posible polarización Orsi- Cosse.

Además, del otro lado también juegan. Por ejemplo: ¿cómo se laudará un duelo blanco Delgado-Raffo cada vez más competitivo? ¿Cómo se articulará la campaña del candidato favorito de la coalición con las de los demás partidos oficialistas? ¿Y qué pasará si hay un tapado, como lo fueron Manini Ríos y Sartori en 2019, con una campaña fulminante que logre seducir a simpatizantes izquierdistas moderados que terminen votando dentro del Partido Colorado, y que además haga buena sinergia con la candidatura de Mieres?

Finalmente, un dato clave: todos los balotajes fueron ganados por la fórmula que presentó una mayoría parlamentaria que asegurara la gobernabilidad. ¿Por qué suponer que ese criterio popular cambiará para el próximo balotaje? En 2009 y 2014 esa mayoría fue sólo frenteamplista. Si el FA no alcanzase la mayoría absoluta en el Parlamento electo en 2024, ¿Orsi sería mejor articulador que su rival del balotaje para generarla con acuerdos interpartidarios?

Hay muchas incógnitas. No suframos de encuestitis.

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Francisco Faig

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