Uruguay, 2 de marzo de 2023. El presidente Luis Lacalle Pou rinde cuentas de su gestión, una vez más, frente a la Asamblea General. Una sala colmada, expectante, silenciosa, escucha su detallado informe y sus anuncios. Todos saben, desde antes del esperado discurso, que el momento es ahora, como el slogan de campaña que marcó una coyuntura clave y evidenciaba la oportunidad histórica de un cambio de rumbo en las elecciones.
¿Y hoy es momento de qué? De “echar el pingo a correr”. El 2022 fue la última curva de esa carrera, y el 2023 es inequívoca e impostergablemente la recta final, donde se define, donde se gana. En el 2024 se cruza el disco, por lo que este año es determinante. Lo sabe el gobierno y también la oposición.
El 2022 cerró con 40.000 uruguayos ocupados más, con una inflación del 8,3% cuando el mundo luchaba contra fenómenos inflacionarios complejos y las exportaciones de bienes y servicios crecieron un 17% en términos reales. Fue un muy buen año, definitivamente.
Y no solo aumentó el empleo (mejores niveles a los pre pandemia) sino que aumentó la formalidad.
Desde acá es que se comienza la etapa de recuperación del salario real, fundamental a la hora de que el bolsillo sienta realmente las mejoras de fondo.
Respecto al déficit fiscal en 2022, llegar al 3,2% tiene doble mérito: por la meta fiscal en sí y porque demuestra la razón de la LUC al establecer una regla fiscal en lo que tiene que ver con el resultado estructural, primer pilar que ella establecía.
Todo esto hace que las finanzas del Estado permitan avanzar en rebajas de impuestos, concentrándose en dos aspectos: aumento del ingreso disponible de las personas y la profundización del apoyo a las micro y pequeñas empresas
Las cosas no suceden porque sí, y si hoy es posible “aflojar la cincha” de los contribuyentes en forma considerable es porque hubo en estos tres años de gobierno una responsabilidad fiscal incuestionable. Una rebaja impositiva que repercute directamente en el bolsillo de los uruguayos y que inexplicablemente es criticada por los creadores de esos impuestos. Es raro, pero tiene su lógica. Al Frente Amplio le gustan tantos los impuestos que no quieren que los toquen.
Y la rebaja impositiva es doblemente buena: primero porque quita presión tributaria a los trabajadores, pero además implica en sí misma el reconocimiento de una buena administración, porque nadie es capaz de hacer una resignación fiscal si no tiene el respaldo económico que solo viene de las buenas prácticas administrativas y financieras durante su gestión.
Una rebaja fiscal no es solo una cuestión de números, implica inequívocamente una concepción filosófica sobre la renta del trabajo, que no puede ni debe ser un impuesto a los salarios sino a la renta. Y las medidas que anunció el Presidente implican aumentar las deducciones, especialmente a los trabajadores contribuyentes de IRPF de menores ingresos y con hijos a cargo. Estos cambios repercutirán en el 75% de los contribuyentes e implica la resignación de 80 millones de dólares anuales.
No se cómo, pero el FA encontrará los argumentos para estar en contra, acudiendo a los calificativos más trillados y carentes de fundamentos, esos que salen del mismo manual que los clásicos de “tardío e insuficiente”. Ya verán, les es inevitable, porque militan la contra, incluso hasta el absurdo.
Otro gran anuncio fue el de aumentar la pasividad mínima a partir de la cual se paga el Impuesto de Asistencia a la Seguridad Social (IASS), pasando el mínimo no imponible de 8 BPC ($45.280) a 9 BPC ($50.940). No es poca cosa que un 11% de los pasivos deje de pagar el IASS, es un alivio extraordinario para 20.000 personas que la pelean mes a mes. Es justo, es solidario, es sensible, es inédito, pero tranquilos que al FA tampoco lo va a conformar. Es una resignación de 30 millones de dólares que pasará inadvertida frente a los ojos de los que no quieren ver. Como decía Friedrich Nietzche “aquellos que eran vistos bailando, eran considerados locos por quienes no podían escuchar la música”. Y el FA no escucha la melodía, perdió su oído musical, de la mano de su sentido popular.
Otro anuncio determinante fue la profundización del apoyo a las micro y medianas empresas, esa acción vital para el despegue del Uruguay productivo que queremos. Este 2023 es el año donde se debe hacer la diferencia y los cambios deben calar en los uruguayos. La modificación del régimen de IRAE ficto beneficiará al 37% de los contribuyentes de ese impuesto, alcanzando a unas 26.600 empresas. También acciones para pequeñas empresas respecto al IRAE y el IVA que impactarán en 2700 empresas, el aumento del tope de ingresos para ser contribuyentes de Imeba y la condonación de deudas a monotributistas Mides.
Todas acciones que apuntan al trabajo y al desarrollo, con una implicancia de otros 40 millones de dólares, que van a donde tienen que ir, al que trabaja todos los días y se esfuerza por salir adelante, generando empleo genuino y crecimiento para el país.
Por eso entendemos que el momento es ahora. Porque están sentadas las bases en un sólido 2022, para que en el 2023 se pueda “soltar la rienda”. Es ahora que se empieza a acelerar el galope para la recta final, porque quedan dos años de gobierno y todos sabemos que el 2024 como año electoral hará todo más complejo. Por eso, es ahora
Porque la próxima elección nacional será un debate de modelos de gestión. Obviamente que teñido por argumentos llenos de prejuicios de quienes se esfuerzan por llevar cuestiones ideológicas al debate. En los tiempos que corren no se trata de liberalismo, socialismo, progresismo o conservadurismo. Hoy se trata de pragmatismo y realismo, porque plantear el debate en aquellos términos atrasa 30 años. Y si algo quedó claro en el discurso del Presidente es que se prioriza la gente, con hechos y no con palabras, con obras y no con discursos; y lo demuestran los datos y no los relatos.