Escena increíble y perturbadora

Creció en el templo de las mil habitaciones. Tenzin Gyatso correteaba en los interminables pasillos del Palacio Potala, en los momentos en que no había a su lado un monje impartiéndole enseñanzas.

Tenía cinco años cuando el Pachem Lama, la segunda autoridad del budismo tibetano, dijo ver en él la señal del Avalokiteshvara, la deidad que mira a los humanos y se compadece de sus angustias y derivas.

Los Dalai Lamas son reencarnaciones de ese Buda que navega las desventuras humanas procurando guiarlas hacia la iluminación. Cuando muere un Dalai Lama, un puñado de monjes encabezados por el Pachem Lama sale a buscar en los niños del Tibet la señal de la reencarnación. Y en 1940 a la señal la encontraron en el niño que pasó a llamarse Tenzim Gyatso y creció en el Palacio Potala, formándose como líder espiritual del budismo tibetano y jefe de estado en la teocracia del Tíbet.

Apenas empezaba a salir de la niñez en 1950, cuando el Ejército Rojo invadió el país del Himalaya y Mao Tse-tung puso en marcha la anexión. A pié cruzó los montes y valles del Himalaya para llegar a la India, instalando su gobierno en el exilio en la ciudad de Dharamsala.

A partir de entonces, sus travesías por el mundo denunciando la ocupación del Tíbet fueron moldeando un personaje increíble. Desde hace al menos medio siglo, aunque sigue desconociendo el budismo tibetano, el mundo conoce al Dalai Lama y le resulta hasta familiar su cabeza casi calva, sus anteojos con marcos de metal dorado y sus túnicas color bordó.

Recorriendo el mundo y recibiendo distinciones, entre ellas el Premio Nobel de la Paz, Tenzim Gyatso se convirtió en una suerte de rockstar, respetado y venerado sobre todo en las potencias del norte occidental.

En Occidente pocos saben sobre el lamaísmo, la rama del budismo que puede considerarse una religión porque tiene deidades y que es mayoritaria en Bután, Nepal y Mongolia, porque el Tíbet fue parte del imperio que construyó Gengis Khan. Pero millones de personas conocen al Dalai Lama y consideran que merece ese título religioso que suele traducirse como “océano de sabiduría”. Por eso causó tanta estupefacción la escena en el que el viejo Tenzim Gyatso besa en la boca a un niño, al que a renglón seguido le pide que le chupe la lengua.

Lo increíble no es que un líder religioso al que millones de creyentes consideran en un plano de superioridad, cometa abusos sexuales. Esas conductas aberrantes suceden a menudo y en todas las religiones. Lo muestra la pedofilia que gangrena la iglesia católica, así como los muchos casos de pastores evangélicos y de líderes sectarios que intentan adueñarse sexualmente de sus adeptos.

El lamaísmo también tuvo casos. En la última década del siglo pasado, hubo denuncias contra monjes del también llamado budismo tántrico sobre abusos cometidos en varios templos. El actual Dalai Lama estuvo dos largas décadas sin pronunciarse sobre las numerosas denuncias de personas abusadas por monjes y maestros. Y en el 2018, estalló un gran escándalo al conocerse los abusos sexuales cometidos por Sogyal Rimpoché, el autor del célebre “Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte”.

Esa suerte de sabio considerado una reencarnación de sabios ancestrales, fue denunciado por adeptos, generando el escándalo que dejó en claro que el budismo tibetano no era inmune a esas prácticas aberrantes.

Tamzin Gyatso siempre supo desempeñar el extraño rol que le deparó la historia. Lo insólito no es que alguien percibido por sus seguidores como una deidad, caiga en perversiones como la pedofilia. Lo increíble es que alguien que lleva una vida entera desempeñando un rol público con tanta habilidad propagandística, de repente pierda la ubicuidad abusando de un niño con la edad que él tenía cuando correteaba por interminables pasillos del templo de las mil habitaciones.

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Claudio Fantini

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