Con la finalización del mundial de fútbol de Qatar se terminó un tiempo en el cual la hipnosis futbolera actuó como un pasajero olvido de los problemas reales del mundo y de la gente. Los fastos y ritos del mundial más corrupto de la historia, en especial los posteriores a la final, con esa túnica transparente que el protocolo arbitrario obligó ponerse a Messi para que levantara la copa, cerraron el millonario operativo de la familia real catarí para mejorar la imagen del país.
Como no podía ser de otra manera, antes de la disputa del partido definitorio, trascendió otro caso de corrupción que involucra a la eurodiputada Eva Kaili, vicepresidenta del Paralamento Europeo, que admitió su implicación en la trama de corrupción en esta institución. La socialdemócrata griega confesó que dio instrucciones a su padre para que sacase de su domicilio una gran cantidad de dinero en efectivo, calculada en 700 mil Euros, que había recibido como “estímulo” para desarrollar influencia política en beneficio de Qatar.
Durante el torneo pudo apreciarse el extraño criterio de jueces y VAR para sancionar o no penales, o cobrar un off side milimétrico mientras una pelota que había salido íntegramente afuera fue habilitada a quedar adentro y con eso posibilitar un gol que perjudicó a Alemania. Ni hablar de los dos penales no cobrados en el partido de Uruguay frente a Ghana que, de haber sido sancionados y convertidos, nos hubieran permitido al menos un partido más en la copa. Pero, lo específicamente futbolístico fue opacado cuando trascendió que la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales (Fifpro) declaró estar “conmocionada y asqueada” por informes que indicaban que el futbolista iraní Amir Nasr-Azadani enfrentaba una posibile ejecución en su país “después de hacer campaña por los derechos de las mujeres y las libertades básicas en su país”. Ninguna selección de las que todavía competían dijo una palabra. Por acá el único futbolista que se manifestó en solidaridad con Amir fue Diego Godín. En las transmisiones televisivas de distintos medios locales que pude seguir no hubo mención alguna a esa condena. Al parecer, para nuestro periodismo deportivo, Amir y su posible ejecución no existieron durante el mundial. Al momento que escribo esto el silencio sigue.
En tanto en Argentina, consagrado como legítimo campeón, el arribo de la selección provocó la mayor concentración popular de la historia y casi 5 millones de personas salieron a la calle para ver el ómnibus que llevaba a los campeones. Eso tiene tantas lecturas que supongo que los analistas argentinos, no solo deportivos, estarán sacando conclusiones. Por empezar el ejemplo del señor Scaloni, sobrio, de bajo perfil, de honesto proceder y sin conductas estridentes o desplantes de divo, que logró templar a un grupo liderado por el futbolista más cuestionado de la historia en su país y conducirlo al triunfo final. Una caricia como esa, para un pueblo y una sociedad castigada y desquiciada como la argentina, trasciende lo futbolístico y se instala en lo paradójico. En especial porque esta vez no hubo balcón en la Casa Rosada ni saludos junto al presidente. Si el kirchnerismo se había adueñado del velorio de Maradona, al triunfo de Qatar no pudo aprovecharlo. Por una vez, la política quedó afuera y, como dicen los medios argentinos: podemos estar todos juntos festejando, algo que hace años no sucede. Pero lo que sigue, superado el frenesí de la gloria, es la continuidad de lo anterior: inflación incontenible, pobreza en aumento, dólar incontrolable, una vicepresidenta con condena judicial en trámite de apelación y todos los etcéteras posibles que Messi y compañía no podrán ahora mitigar. Terminó el recreo y a sumergirse. Hay que regresar a la realidad.
Mientras el mundial transcurría, la guerra en Ucrania continuaba. Allí el país invadido por Rusia, padecía misiles y ataques sistemáticos en contra de sus instalaciones energéticas, a los efectos que el pueblo ucraniano padeciera falta de electricidad y por tanto de calefacción, agua potable, luz y saneamiento. Pero como esas noticias trágicas no venden publicidad y no conquistan demasiada audiencia, la guerra fue sepultada por el fabuloso mundo de Qatar y sus deslumbrantes estadios con refrigeración. El jequerío feliz y pródigo en sonrisas se sintió el centro del mundo y las maravillas de las mil y una noches renacieron en cada flash informativo que alabó la organización y el celo de la FIFA para que nada fallase.
También la pandemia, a juzgar por las miles de personas que estaban sin tapabocas en las tribunas y las atestadas calles de Doha, en Qatar no existió pero en China sí, con medidas policiacas para que nadie osase contradecir el rigor de los controles del gobierno, incluída una factoría de Iphones 14 para el mundo.
Por acá duró poco el sueño y los asuntos importantes no se postergaron: reforma jubilatoria, ollas populares, pasaportes y pasaporte, astesianoleaks, presidencia del congreso de intendentes o difusión de chats. En tanto, la selección siguió haciendo goles en todos los avisos de las marcas que patrocinaron las transmisiones del mundial. Evidentemente, ninguna tenía un plan B para comunicar en caso de que Uruguay se fuera rápido como sucedió. Entonces, los goles y los festejos por un equipo eliminado y sin gloria salvo en el primer tiempo del último partido, aparecían en los spots como provenientes de un mundo paralelo e imaginario en el cual Uruguay seguía compitiendo.
Terminó por fin el mundial que nunca debió jugarse en Qatar y en esta época. Un poco más y lo hubiéramos visto comiendo el pan dulce. Lo que promete ahora la FIFA es más circo ecuménico con un campeonato en 2026 que reunirá 48 equipos. Y ya en marzo comienzan a jugarse las eliminatorias. A Infantino y su banda no les preocupa cómo seguirá el mundo, entre la guerra y la pandemia. Esto es fútbol dicen y se desentienden de lo que pasa. Ya saben que luego de la canonización de Messi, será el turno de Mbappé y la pelota seguirá siendo redonda. El sueño futbolero y evasivo, volverá a soñarse.