Luis Alberto de Herrera, amén de uno de los principales líderes políticos del siglo XX fue un pensador de fuste que más allá de lo electoral tiene una consistencia doctrinaria insoslayable en el devenir de nuestra historia. A su labor como estadista debe sumarse su obra escrita sobre historia, filosofía política, relaciones internacionales, entre otros temas.
El enfoque de este artículo va a ser muy personal, ya que a vuelo de pájaro voy a detenerme en mis favoritos: La tierra charrúa (1901), La Revolución Francesa y Sudamérica (1910) y El Uruguay internacional (1912), como se puede observar, obras de su etapa temprana.
La tierra charrúa es una breve historia de nuestro país hasta la fecha de su publicación. Con juicios equilibrados que lo llevan a buscar el lado bueno hasta de personajes en que cuesta encontrarlos, reconoce a Artigas y Lavalleja, sopesa “luces y sombras” de Rivera y Oribe, señalando sus aciertos y sus errores y, a contrapelo a algunas de sus obras posteriores, pone al dictador Rosas en su justo lugar, aunque contextualizando la coyuntura que lo llevo al poder dónde no faltaron yerros de sus adversarios. Quizá lo más relevante para el Uruguay de hoy, como recordó recientemente Adolfo Garcé, sea su apelación por dejar de lado los fanatismos: “La tierra oriental está muy por encima de todos los partidos y éstos no poseen el derecho de comprometer su grandeza acumulando piedras de rencor en su ruta del presente. No le disputemos al país el culto de sus héroes invocando títulos usurarios. No envenenemos el corazón de los niños con esencias de fratricidio. No vivamos en eterna pugna de fanatismos.”
La Revolución Francesa y Sudamérica es su principal libro sobre filosofía política y estampa una posición tan poco frecuente en el Uruguay de comienzos del siglo XX como acertada. En este libro de marcada influencia burkeana y constantes citas a Tocqueville, vale decir, de notoria influencia del mejor pensamiento liberal, señala Herrera que “el apasionamiento de los sudamericanos por las ideas francesas arranca, en gran parte, del conocimiento imperfecto que se tiene de otros luminosos núcleos sociales, de otras ideas de gobierno y de otros ensayos, mucho más felices, de libertad.” Y unos capítulos más adelante: “Es curioso que la opinión sudamericana parezca no advertir la enorme distancia que media entre sus ensueños democráticos y la realidad de su timbre republicano.” Como pocos en su tiempo, Herrera comprendió los males que surgían de Rousseau y lo lejos que estábamos de las ideas de Burke.
Finalmente, El Uruguay Internacional, el libro dónde plasma sus ideas sobre el lugar de Uruguay en el mundo, probablemente sea el de mayor influencia práctica, al menos si Methol Ferré tiene razón en cuanto a que Batlle formó nuestra conciencia interior y Herrera la exterior. “Armonía cordial con ambos fronterizos, sin obligarnos con ninguno. Este sería el ideal. Resta saber si la realidad le otorgará confirmación” escribió Herrera sobre un asunto que sigue siendo crucial y vigente.
La obra de Herrera es muy vasta, y esta selección arbitraria de libros y temas es apenas una pincelada que solo pretende mostrar que vale la pena leerla, a 64 años de su fallecimiento.