Israel frente a su grieta

La unidad nacional parecía garantizada en un país que nació sentenciado a muerte por sus vecinos. La división y el enfrentamiento entre israelíes resultó siempre inimaginable, por ser un pueblo que sobrevivió a una historia marcada por pogromos, guetos y holocaustos. Pero esa convicción empezó a evidenciarse ilusoria en noviembre de 1995, cuando el fundamentalista hebreo Yigal Amir asesinó a Yitzhak Rabin tras una manifestación de apoyo a los Acuerdos de Oslo en Tel Aviv.

Los dos disparos que mataron al primer ministro laborista en la Plaza de Los Reyes de Israel, mataron también la certeza de que un israelí no dispara contra otro israelí. Por eso ahora, cuando una grieta profunda y oscura resquebraja la sociedad, militares y dirigentes de todo el arco político hablaron del riesgo de guerra civil.

Las dos caras opuestas de la efigie judía del dios Jano quedaron enfrentadas. El Israel ortodoxo, deseoso de reemplazar las leyes seculares por los mandatos de los textos sagrados, se lanzó a conquistar el bastión de democracia que el Israel laico y liberal, de centroderecha y centroizquierda, está dispuesto a defender en las calles de la ofensiva fundamentalista: la Justicia.

Siempre hubo partidos religiosos en las coaliciones de gobierno. Fuerzas como Mafdal, que representaba al sionismo religioso, y Agudat Yisrael, que agrupaba al judaísmo ortodoxo, integraron el llamado Alineamiento, que encabezaba el Partido Laborista. Esos partidos religiosos de posiciones moderadas en 1977 cruzaron a la vereda de enfrente para sumarse al primer gobierno del Likud, que encabezó Menahem Beguin y contó con el apoyo de Sholmtzion, el partido que había creado Ariel Sharon.

También el Shas, que es el partido de los sefaradíes “observantes de la Torah”, había integrado gobiernos de la izquierda y de la derecha. La diferencia entre aquellas fuerzas, equivalentes hebreos a la democracia cristiana europea y latinoamericana, y los actuales miembros de la coalición gobernante, Sionismo Religioso-Poder Judío y Judaísmo Unido de la Torah, es que estos socios de Benjamín Netanyahu tienen posiciones extremistas que van desde el fundamentalismo hasta el supremacismo judío. Ergo, están dispuestos a enterrar definitivamente la “solución de los dos Estados” para convertir la totalidad de Cisjordania en la antigua Judea y Samaria, y a reemplazar el código civil y demás leyes laicas por una jurisprudencia inspirada totalmente en el Talmud y demás textos sagrados. O sea, avanzar hacia una suerte de “sharía” hebrea.

Israel no tiene una constitución, sino un conjunto de leyes fundacionales que son interpretadas por los jueces supremos. Esto convierte al máximo tribunal en la instancia de contención y control al poder político.

Desde que Netanyahu inició una era de gobiernos radicalizados hacia el conservadurismo, esa instancia de contención y control funcionó gracias a que la mayoría de los jueces supremos adhieren al secularismo liberal-demócrata. Por esa razón, el gobierno extremista de Netanyahu y sus socios ultrarreligiosos quieren derribar ese muro.

Para el primer ministro, el objetivo principal es disponer de un instrumento como la designación de jueces, para destruir los procesos judiciales que avanzan en su contra por casos de corrupción. Pero para los partidos fundamentalistas que integran el gobierno, el objetivo es convertir Israel en un estado religioso que se parecería más a los de sus vecinos en la Península Arábiga que a los estados de derecho del modelo occidental.

En defensa de la democracia jaqueada, salieron cientos de miles de israelíes a protestar. También salió el arco político secular, militares y los sindicatos más poderosos del país.

También salieron al cruce del proyecto autoritario de Netanyahu los gobernantes de Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Francia.

Incluso aparecieron grietas en el propio gobierno. Haber echado al ministro de Defensa, Yoav Gallant, por haber llamado al diálogo para evitar división y enfrentamiento entre israelíes, fue una clara señal del nivel de intolerancia y radicalización del actual gobierno.

De momento, el Israel laico y demo-liberal puso al extremismo conservador y religioso en retroceso. Netanyahu suspendió la aplicación de su controvertida reforma judicial. Pero es seguro que se guarda cartas en la manga. No sería la primera vez.

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Claudio Fantini

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