Monetizando el (des)amor

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La nueva canción de Shakira continúa dando que hablar pero, aún más importante, sigue sumando ceros en la cuenta de la artista mientras medio mundo se dedica a alabarla por el tema género “despecho” y la otra mitad despotrica contra ella por su supuesta falta de tacto.

Confieso que cuando escuché la canción de marras me hizo gracia la letra. Ya se conoce como una tiradera contra su ex pareja, Gerard Piqué, y la nueva ilusión del deportista, una veinteañera que acabó con el idilio Waka Waka que surgió en aquel mundial en Sudáfrica que tantas alegrías dio a España. En lo referente a la música, con mucho elemento electrónico, me dejó algo fría y pensé que, si no fuera por el contexto del culebrón, la doliente balada es olvidable.

Pero una cosa es el valor específico del producto (que además está sujeto a la subjetividad) y otra bien distinta el impacto que tiene en las masas por razones que muchas veces escapan a la racionalidad o a los cánones de lo que es o no es “arte”. Y lo cierto es que la ojeriza que la de Barranquilla lanza contra el adúltero es un puñetazo en la boca del estómago. A estas alturas, hasta en la sopa tenemos lo del Ferrari vs. el Twingo y Rolex contra Casio. Lo que parece ser un saco sin fondo son los réditos que la dichosa canción está generando.

La primera en sacarse la lotería a la hora de jugársela el todo por el todo ha sido Shakira, quien durante los últimos años vio retroceder su carrera artística, tal vez más ocupada en la vida hogareña que emprendió en Barcelona. Ahora, con una separación sonada y un contencioso con Hacienda que puede acarrearle un pago millonario o hasta la cárcel, no le venía nada mal darle la patada a la lata. ¡Y vaya si lo ha hecho! Tendrá muchos detractores, pero no sólo reproducen su tema las mujeres aparentemente agraviadas que hacen del tema su bandera. Entre los curiosos, los morbosos, los jaraneros y los que sencillamente disfrutan la pegadiza letanía, hay una legión de gente que contribuye a una hucha que necesita llenarse. Y si la artista amortiza tanto los aprietos económicos como los del corazón, no se quedan a la zaga ni el ex ni los productos supuestamente vilipendiados: por lo pronto, Piqué anda exhibiéndose en un Twingo y luciendo un Casio.

Aquí está haciendo caja todo el mundo. O digamos que los directamente implicados y los indirectamente salpicados en otro sainete más que da para canciones, películas y libros. Sobran los autores que de sus vicisitudes amorosas han sacado memorias o novelas en las que la ficción es un fino velo que apenas disfraza la realidad. Pensemos en Philip Roth y su ex, la actriz Claire Bloom. En Me casé con un comunista Roth novela el infierno de su matrimonio; y Bloom respondió con unas memorias, Adiós a una casa de muñecas), en las que retrata al afamado escritor como un egoísta feroz. Nora Ephron, que en sus ensayos destilaba humor y en sus filmes exaltaba las bondades del romance, se vengó de su ex, el periodista Carl Bernstein, con un roman à clef titulado Heartburn que exponía el adulterio que acabó con su matrimonio. Cuando se llevó al cine Bernstein buscó asesoramiento legal, pero al final se estrenó con Meryl Streep y Jack Nicholson como protagonistas. Al menos le sirvió de consuelo que su alter ego lo encarnara Nicholson.

El debate que ha provocado la canción sin título pero con bilis de Shakira se habrá esfumado en unas semanas con una nueva conmoción que ocupará conversaciones y tertulias. Entretanto, los ingresos son contantes y sonantes. Algún aliciente tiene que tener pasar del amor al desamor. Por lo menos algunas y algunos facturan.

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Gina Montaner

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